Cultura

Hamlet, una tragedia de cinco actos y cuatro siglos que retumba en el Teatro de la Comedia

Este jueves se estrena la versión que de la tragedia shakesperiana ha hecho Miguel del Arco. La coproducción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) y la Compañía Kamikaze se representará desde el 18 de febrero hasta el 20 de marzo. Las entradas para todas las funciones se agotaron una semana antes.

Acosado por el espectro del padre que pide la venganza de su muerte y en trance de evitar la suya a manos de su tío, Hamlet dice a su fiel amigo Horacio en el quinto acto: "¡Ponte en mi lugar!"… Pero ¿cuál es el lugar de Hamlet? ¿Qué sujeta al hombre que vacila entre fingirse loco y enloquecer de tan punzante lucidez...?  Decía Víctor Hugo de Hamlet que se trataba de alguien espantoso, "completo en lo incompleto". Y parece que ha sido justamente ese el punto de partida del director y dramaturgo Miguel del Arco para la versión de la tragedia Shakespeare que se estrena este jueves 18 de febrero en el Teatro de la Comedia de Madrid: el hombre roto, huérfano, sobrepasado por la muerte del padre; alguien que transforma y es transformado por el dolor travestido en muerte.

Decía Víctor Hugo de Hamlet que se trataba de alguien espantoso, “completo en lo incompleto”. Y parece que ese ha sido justamente ese el punto de partida de Miguel del Arco

El Hamlet de Miguel del Arco hace honor en algunos momentos al nombre de la compañía, Kamikaze Producciones, que lleva la tragedia a escena en una coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. El montaje tiene momentos de riesgo, compasión y estremecimiento. Nunca deja caer la tensión y además conserva  el énfasis shakesperiano del teatro dentro del teatro, una idea acotada desde la escenografía: todo ocurre enmarcado en un telón que sirve de metáfora y recurso escénico. Este Hamlet es, sin duda, uno de los montajes más esperados del año:  faltando todavía una semana para su estreno ya se habían agotado las entradas para todas las funciones.

Valga decir que en Hamlet la percha del cuarto centenario del dramaturgo es una anécdota. Escrita alrededor de 1600 y 1601 -según Stephen Greenblatt, autor de la biografía definitiva de Shakespeare-, la ambigüedad, la ambivalencia y la desorientación de Hamlet están tan cerca de la sensibilidad de nuestra época que no necesita ocasiones o motivos para ser representada. La sustancia de esta historia ocurre día a día desde hace más de 400 años. Ya se sabe: los clásicos hablan en prosa y en verso… también a gritos. Por eso aun hoy retumban con fuerza.

Cuatro siglos después de que Shakespeare escribiera Hamlet, sus lectores y espectadores, como los integrantes de la corte de Elsinor, enloquecen en el patio de butacas. Desquicia que las angustias del príncipe de Dinamarca se parezcan tanto a las de quienes habitan este tiempo. Desde nuestra incertidumbre ante la muerte, “esa región no descubierta, de cuyos límites ningún viajero retorna nunca”, hasta la “opción” de habitar el mundo o abandonarlo. Ser o no ser, no como un dilema sino como una elección. En 1990 Vicente Molina Foix sustituyó la traducción “Ser o no ser, esa es la cuestión” por “Ser o no ser, esa es la opción”. Porque Hamlet es empujado a elegir, a atravesar el largo camino entre la voluntad y el destino, la cobardía de la prudencia o el ímpetu de la venganza. Obligado a esclarecer los motivos de la muerte de su padre a manos de su tío Claudio, Hamlet sucumbe ante las muchas otras fatalidades que conocer y saber suponen. En el proceso de descubrir, Hamlet arrastra y es arrastrado. Y donde debía morir uno, mueren todos.

Hay tantos Hamlet como espectadores. Algo del vacío, de la falta de cordura de su protagonista, rellena el de quienes escuchan en la oscuridad

Enfrentarse a Hamlet "tiene algo suicida", ha dicho en repetidas ocasiones Miguel del Arco, convencido de que cada versión de esta obra depende de la interpretación de las metáforas poéticas propuestas por Shakespeare. Hay tantos Hamlet como espectadores. Algo del vacío, de la falta de cordura de su protagonista, rellena el de quienes escuchan en la oscuridad: "Morir es dormir... y tal vez soñar". Lo dice un hombre que finge su locura o dice fingirla, porque Hamlet interpreta un papel al mismo tiempo que lo analiza. Se detiene ante él riéndose, pero también juzgando con acritud la dilación de cuanto debe hacer y no acomete al instante: dar muerte a Claudio para vengar a su padre. De ahí la idea de la máscara como parte de la naturaleza humana. "El mundo es un escenario y los hombres y mujeres meros actores".

Quedará en los huesos Israel Elejalde tras su interpretación del príncipe de Dinamarca al final de la temporada, porque el actor se vierte entero durante las dos horas y 45 minutos del espectáculo. A él se suma la potente galería de personajes secundarios que defienden y demuestran porqué estos han convertido esta tragedia en una de las más representadas y analizadas del teatro universal: Ofelia, la desgraciada enamorada, es interpretada por Ángela Cremonte; Claudio, tío de Hamlet y asesino de su padre, lo encarna Daniel Freire; Ana Wagener da vida a Gertrudis, la madre de Hamlet y aquella por quien Claudio da muerte a su hermano. Cristóbal Suárez es Laertes, Rosencrantz y Fortinbrás -de esa trinidad, Suárez se deja el pellejo como Laerte, no sólo en el duelo de esgrima con Hamlet sino también en el denso y hermoso túnel de la muerte de Ofelia-. José Luis Martínez interpreta a Polonio, el Chambelán del reino, padre de Laertes y Ofelia, que morirá a manos del joven príncipe por error. Horacio, el fiel amigo de Hamlet es interpretado por Jorge Kent.

Decidido a desentrañar ese Hamlet al que Víctor Hugo se refirió como un ser completo en lo incompleto –enajenado de pura lucidez; sangriento en su indefensión-, Miguel del Arco opta en este montaje por ocupar "el espacio mental" del afligido personaje. Porque Hamlet es, según el director, "un hombre atravesado por el dolor profundo y por la sensación de orfandad". Vivir con esa herida a cuestas, contagiar a quienes le rodean con la infección de ese dolor es el gran hilo de este Hamlet. Viéndola, escuchando cada parlamento en la oscuridad del teatro, el espectador llegar a preguntarse hasta qué punto la corte de Elsinor no enloqueció entera por ese dolor, acaso viral, del joven Hamlet. 

En 1990 Vicente Molina Foix desechó la traducción “Ser o no ser, esa es la cuestión” por “Ser o no ser, esa es la opción”. Y algo de cierto hay en eso: Hamlet es empujado a elegir

Para hacer este Hamlet, Miguel del Arco leyó hasta 16 versiones diferentes de la obra y lo hizo con la intención de crear una propia, en ocasiones demasiado. Hay decisiones arriesgadas, y muy pocas de ellas chirrían, acaso una: la decisión de transformar la canción de Ofelia en un reggeaton, una especie de salto en el registro. Y aunque el montaje no desaprovecha el humor y la agudeza de Shakespeare en ningún momento y se vale de guiños y licencias para imprimirla en los códigos actuales, hay que reconocer que el recurso del flow en la joven suicida desacompasa un tanto el asunto. 

Shakespeare creo Hamlet después de 22 dramas. Esta tragedia en cinco actos, la más larga que escribió el inglés, contiene los temas fundamentales de su repertorio: los trastornos políticos, la muerte, la traición y el asesinato, que aparecen también en Ricardo III, Julio Cesar, Ricardo II, Enrique V. Sin embargo algo poderosamente innovador hace que esta obra se represente una y otra vez desde hace más de 400 años. Y puede que aquello tan potente que la empuja hata el presente radique en la insurrección interior de Hamlet, en su tormentoso ir y venir desde el impulso de matar al acto final del crimen. Voluntad y destino acuchillándose entre la prosa y el verso de un hombre estropeado.

El espectro como figura sobreviene y acomete cual oleaje. La previsión de la muerte, dice Hamlet mientras sostiene el cráneo del bufón que más lo hacía reír de niño, "nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos".El Hamlet de Miguel del Arco es un hombre echándose a perder, alguien completo en lo incompleto. Un monstruo que sale a escena para reflejar en su desgracia las que traen consigo a la función los hombres y mujeres que ocupan el patio de butacas. Y así como el teatro sirve a Hamlet para atrapar la conciencia del rey usurpador, hará lo suyo también con la de quienes escuchan en la oscuridad. 

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