Hay quienes se refieren a él como el último romántico. Díscolo, melancólico, liante, fingidor, escurridizo; todo él arrebato y nervio. Algo de aquello ya tenía su Tenorio. Se trata del escritor José Zorrilla, quien nació un 21 de febrero de 1817, en Valladolid. Exactamente un día como hoy, hace ya 200 años. De ahí que esta fecha sea tan señalada, entre otras cosas por la redondez del digito y la naturaleza casi extinta de su personaje. Atrás quedaron aquellos siglos de poetas soldados, dramaturgos pendencieros o prófugos en verso. Un espíritu crepuscular agitado y decimonónico aunque, en su caso, de formas modernistas. Algo inverosímil hay en este estado de permanente exaltación, algo que en Zorrilla se mueve entre el exceso de testosterona y de ingenio. Tiento, Tenorio.
Atrás quedaron aquellos siglos de poetas soldados, dramaturgos pendencieros o prófugos en verso. En Zorrilla se movía entre los excesos: de ingenio y testosterona
La obra de Zorrilla, aunque amplia y diversa, ha permanecido eclipsada por la larga sombra de su Don Juan Tenorio, el drama religioso fantástico publicado en 1844, y en el que Zorrilla retoma el arquetipo que ya había propuesto Tirso de Molina en El burlador de Sevilla para sacar punta a una cierta visión fantasmagórica de la moralidad, aunque en ocasiones luce como una especie de exaltación del rufianismo y el abuso. “Por dondequiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé y a las mujeres vendí”, dice de sí mismo Juan Tenorio en el primer acto de la obra que Zorrilla dedicó, por cierto, a Mariano José Larra, para quien incluye un trozo del texto que Zorrilla declamó en el funeral del joven y desgraciado periodista, quien aquejado de una pena de amor se suicidó de un disparo, en 1837. Allá fue a presentarse el joven Zorrilla, quien había huido a Madrid en mula en contra de la voluntad de su padre, para dedicarse a los asuntos literarios, que tan bien se le daban. El verso, improvisado durante el funeral, le granjeó una profunda amistad con José de Espronceda y Juan Eugenio Hartzenbusch.
Si existe lo quijotesco, existe la donjuanía. Aunque unos cuantos escalones distinguen un arquetipo de otro, por muy distintas razones que van desde lo histórico hasta lo moral
Si existe lo quijotesco, existe la donjuanía. Aunque unos cuantos escalones distinguen un arquetipo de otro, por muy distintas razones que van desde lo histórico hasta lo moral. El Tenorio de Zorrilla llegó a ser representada de forma simultánea por 14 compañías distintas en el Madrid del siglo XX. No en vano es una de las piezas teatrales más representadas. A Doña Inés y su Tenorio los han representado intérpretes como Margarita Xirgu, Amparo Rivelles, Núria Espert, Manuel Dicenta, Jorge Mistral, María Dolores Pradera, Adolfo Marsillach (como actor y director), Amparo Soler Leal, Carlos Lemos, Concha Velasco, Luis e Ismael Merlo, Juan Diego, Ana Belén, Maribel Verdú, Fernando Cayo, Ginés García Millán y Silvia Marsó, entre otros.
La interpretación más reciente del clásico de Zorrilla la llevó a cabo a Blanca Portillo en el teatro Pavón. El Tenorio que levantó Portillo no llega a merece siquiera el tratamiento de Don, aseguró la directora en al presentar su montaje. Ni seductor ni nada que se le parezca, planteó Portillo. El Tenorio, aseguró, que es un criminal, un psicópata y un maltratador sobre el que se ha construido absurdamente el mito de la seducción, el galanteo y el arrojo. “Es un personaje peligroso y hay que cargárselo. Es un modelo a no imitar”, explicó Portillo. Y en efecto, eso fue lo que hizo la directora con el don Juan de Zorrilla: cargárselo, que no quede pizca alguna de encanto en él. No resignificó Portillo el arquetipo del burlador, prácticamente lo castigó.
La interpretación más reciente del clásico de Zorrilla la llevó a cabo a Blanca Portillo en el teatro Pavón. El Tenorio que levantó Portillo no llega a merece siquiera el tratamiento de Don, aseguró la directora
Sin embargo, hay Zorrilla más allá de su Don Juan, bastante más. Dese obras tempranas como también A buen juez, mejor testigo, incluida en su volumen Poesías (1838) y que bebe de El Cristo de la Vega, una leyenda popular toledana sobre un incumplimiento de promesas de bodas, acaso también Juan Dándolo, estrenada en 1939, y al que siguió Cantos del trovador , en 1840. Ese mismo año estrenó tres dramas: Más vale llegar a tiempo, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón. En ese entonces vive en Madrid y prácticamente trabaja al cien por cien en el teatro de la Cruz, que estrena casi todo lo que escribe. Al poco tiempo, en 1845, José Zorrilla abandonó a su esposa y se marchó a París, donde mantuvo amistad con Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand. Aunque regresó en 1846 y su paso por la capital francesa fue leve marcó un punto de inflexión en la percepción pública de Zorrilla y su obra: recibió distintos homenajes y además entró en la Academia de la Lengua. Sin embargo, la muerte de su padre detiene su racha y lo sume en un oscuro periodo.
Mi padre no había estimado en nada mis versos: ni mi conducta, cuya clave él sólo tenía"
Muchas de las claves de su vida y sus libros, las plasmó Zorrilla en la obra Recuerdos del tiempo viejo (1880), una obra de tinte autobiográfico en el que es posible desentrañar la traumática relación con su padre y de la cual aporta claves en estas páginas: "Mi padre no había estimado en nada mis versos: ni mi conducta, cuya clave él sólo tenía". Se trataba de José Zorrilla y Nicomedes Moral, un furibundo absolutista que llegó a Valladolid para ocupar su destino como relator de la Real Chancillería. Allí vino al mundo Zorrilla, en la en la antigua casa del Marqués de Revilla, situada en la calle Ceniza y alquilada por su progenitor, una morada que aún conserva con fidelidad su primitiva estructura y jardín (desde 2007 funciona como museo). Un lugar que resuena como parte de un tiempo habitado por hombres de temperamento expansivo e imposible. Raro genio romántico en el que se mezclaban, por ejemplo el sonambulismo y las aluciones, con severas carencias de salud. Es conocido que Zorrilla sufría de un tumor que acentuaba las excentricidades de su caracter.
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