"Todos buscan vivir el momento y tú buscas la eternidad", le dice un hijo a su padre, el poeta Siegfried Sassoon, en la película Benediction, de Terence Davies, una de las tres cintas de Sección Oficial que se han presentado en la segunda jornada del Festival de San Sebastián. El cineasta británico compite por la Concha de Oro con la que él considera su "mejor película", un filme antibelicista sobre la búsqueda de la identidad, la aceptación y la redención que ha sido recibido con elogios entre el público y la prensa.
Ni la duración, ni los diálogos, ni las situaciones redundantes o el mero retrato de las dudas, las incertidumbres y la angustia en torno a este poeta, superviviente de la Gran Guerra, han decepcionado a un público que se ha entregado por completo a la propuesta de Terence Davies, que vuelve a luchar por la Concha de Oro seis años después de competir con Sunset song, y un lustro después de presentar A quiet passion, sobre la vida de la escritora Emily Dickinson. La elegancia y la sutileza vuelven a congregar a un público fiel que cae rendido a sus pasiones y a su sobresaliente manejo del tiempo y la percepción.
"Retraté los aspectos que pensé que podía dramatizar: el hecho de que era gay -como yo lo soy-, que se casó como muchos gays en la época, que alcanzó un gran nivel como poeta en el contexto de la Primera Guerra Mundial y que, finalmente se convirtió al catolicismo, y yo hablo como excatólico", ha señalado en rueda de prensa el cineasta, en la que ha intervenido por zoom desde su casa, y a la que sí ha acudido de manera presencial el protagonista, Jack Lowden.
Si no encuentras la redención dentro de ti mismo no lo harás ni con el arte ni con la religión", ha afirmado el cineasta
La nostalgia y el paso del tiempo pesan en Benediction, pero el director británico se resiste a reconocer que sus personajes sean unos "amargados", algo que, tal y como ha reconocido, siempre le ha preocupado. En este sentido, ha recordado la cita de Emily Dickinson en su anterior película: "Nos convertimos en aquello que tememos".
Lo cierto es que el poeta que ha escogido para canalizar algunas dudas universales no consigue despejar las dudas que le atormentan. "Al final de su vida no encuentra la redención, porque si no la encuentras dentro de ti mismo no lo harás ni con el arte ni con la religión", ha reflexionado el cineasta en este encuentro con los medios, al que ha asistido Vozpópuli.
Terence Davies contra el tópico gay
Preguntado también por la ausencia de personajes gays cuando rodó sus primeras películas en los años 70, Terence Davies ha señalado que "nunca" ha estado en la escena gay. "No me gustó en narcisismo, por eso decidí el celibato durante 40 años. No quería formar parte del tópico de quienes están sin camiseta curtiéndose en el gimnasio, me parece muy aburrido. Quería mostrar lo horrible y lo malvado que puede ser ese mundo pero también lo divertido que resulta", ha afirmado.
Del mismo modo, ha matizado que el protagonista de esta película pertenecía a una "clase privilegiada" y contaba con un círculo social en el que podía sentirse cómodo, algo que no ocurría con "la clase obrera, que iba a la cárcel" por un "delito penal" que se extendió hasta1200 1966. "Los gays hoy son capaces de decir lo que son y lo que no, cómo se sienten, a diferencia del pasado. Yo soy incapaz de pronunciar la palabra 'queer', por el significado que tenía en los 70, se vivía con tanto odio. Hemos cambiado mucho desde entonces", ha enfatizado el cineasta.
Los británicos somos muy graciosos y tenemos la habilidad de reírnos de nosotros mismos y darnos cuenta del país rídiculo que somos", ha señalado Terence Davies
El ingenio de los diálogos con el que representa el contexto es también uno de los puntos fuertes de la película. "Dado que era un gran poeta y tenía una gran vida, no quería que fuera un personaje plano. Los británicos somos muy graciosos y tenemos la habilidad de reírnos de nosotros mismos y darnos cuenta del país rídiculo que somos", ha resaltado Terence Davies en un ataque de sinceridad. Junto a Maixabel, de Icíar Bollaín, y Earwig, de Lucile Hadzihalilovic, ha cerrado una segunda jornada del Zinemaldia memorable.
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