Cultura

The Black Crowes: mejores que los Rolling Stones

El grupo de Atlanta ofrece una clase magistral de rock sucio y sureño tres décadas después de convertirse en superventas

Los Rolling Stones, sobra decirlo, son un grupo grandioso. A esto hay que añadir que fueron las primera gran banda de autohomenaje en el rock: señores de edad avanzada que hacen caja por el mundo recordándonos a todos lo buenos que eran a los veinticinco años. La mayoría de su público les tiene que ver con prismáticos, a cien euros la entrada. ¿Cuál fue su último gran álbum? Ni siquiera el más devoto piensa que hicieran algo relevante después de 1990, aunque sí pueden presumir de un puñado de canciones bonitas y vulnerables en ese periodo. Por eso, durante el arrollador concierto de los Black Crowes en Madrid, no paraba de pensar en lo siguiente: si te gustan los Stones, es mejor comprar entradas para el grupo de los hermanos Robinson que para el de Jagger/Richards. Los Cuervos negros suenan más vivos, intensos y solo cobran 56 euros.

El menú de la noche no engañaba a nadie: se trataba de tocar de cabo a rabo el elegante, retorcido y contagioso Shake your money maker (1990), que engancha como si estuviera recién editado (y luego repasar todos sus éxitos). No sonó una canción mediocre en toda la noche. Ofrecieron un eufórico manual del mejor rock sureño, rebosante de poesía callejera y masculinidad tóxica, o lo que se considera ahora como tal. La receta de sus letras consiste en mezclar visceralidad y autoconocimiento. Muestran el lado más crudo pero también el más romántico de las relaciones sexoafectivas.

Black Crowes o el rock como era antes

Uno de los pilares de la grandeza de The Black Crowes es que nunca han pretendido ser originales. Les basta y les sobra con armar canciones tan buenas como las de la época dorada de la música popular estadounidense, digamos 1966-1975. A ese periodo pertenecen las tres versiones que hicieron anoche: la febril “Hard to handle” (1968) de Ottis Redding, la agridulce “Papa was a rolling stone” de la factoría Motown (1972) y para cerrar la vibrante “Rocks off” del periodo más majestuoso de los Rolling Stones, ese en el que se les va la cabeza en una mansión del sur de Francia rebosante de narcóticos y graban el doble Exile On Main Street. Las tres versiones las bordaron, sobra decirlo. Fue como un túnel del tiempo, con mayor intensidad de la que ofrecen los Stones en los últimos veinte años. Las guitarras suenan tan altas, sucias y salvajes como el rock de los setenta. A veces los alumnos superan a los maestros.

Antes de versionar a los mejores Stones, cerraron con 'Remedy', la mejor canción sobre resaca nunca escrita

¿Qué tiene de especial los Black Crowes en 2022? Absolutamente nada y absolutamente todo: comenzando por un Chris Robinson con la voz en plena forma y los bailes hipnóticos de siempre, que en ningún momento de las dos horas rebaja la intensidad interpretativa. Cuando terminó la segunda canción, pensé que no hay tantos grupos que tengan piezas a la altura de “Twice as hard” y “Jealous again”. Decenas de bandas las usarían para cerrar, pero ellos las queman en diez minutos, sabedores de que en la mochila les quedan ases como “She talks to angels”, “Thorn in my pride” (que no sería complicado llevar al flamenco), “Sting me”, “Sister luck” y la catártica “Remedy”, probablemente la mejor canción de resaca de la historia del rock and roll.

¿Un detalle revelador? The Black Crowes no llevaron pantallas en un recinto para quince mil personas, lo que quiere decir que no creen en muletas para un show de rock and roll. Una gramola, la barra de un bar y una cortina con su logo de los cuervos negros borrachos es toda la escenografía que necesitan. Pondría al concierto un nueve sobre diez, ya que solo se echó de menos una sección de vientos en algunas canciones (sobre todo en el tramo final con “Hard to handle” y “Rocks off”).

En las cervezas de la salida, los fans más veteranos recordaban el concierto de Canciller en 1997 y otros juraban que suenan más intensos Chris Robinson Brotherhood, el grupo en solitario del cantante. Lo que no negaba nadie es que habíamos asistido a dos soberbias horas de rock and roll, en una época en que el género está temblando en la planta de paliativos. Que vuelvan cuanto antes.

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