Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862) fue agrimensor, naturalista, conferenciante, fabricante de lápices e inspector de ventiscas y diluvios. Además, claro, de ensayista y padre fundador de la literatura norteamericana, que no es poco ni mucho menos, pero vayan por delante los lápices y los vientos. En su caso, más. Con sólo asomarse a su obra y su biografía se entiende porqué. Disidente nato, tan completamente convencido de la bondad de la naturaleza como para proclamar un pensamiento salvaje, Thoreau vivió de manera inusual incluso para su época. Defendió y puso en práctica la legitimidad de la insubordinación ante gobiernos o leyes injustas y defendió la búsqueda de una vida más sencilla y autónoma. Algunas ideas que, como los lápices y los sombreros, han caído en el trastero dejando al descubierto una especie de calvicie del alma que padecen hasta los más melenudos. Qué mejor ocasión para recuperar a este buen salvaje, cuando se cumplen 200 años de su nacimiento.
Defendió y puso en práctica la legitimidad de la insubordinación ante gobiernos o leyes injustas y defendió la búsqueda de una vida más sencilla
En ocasión del bicentenario, sellos como Errata Naturae y Crítica rescatan algunas obras esenciales de un autor considerado como un pionero de la ecología y de la ética ambientalista. Su primer libro, Musketaquid, nació de un intenso viaje por los ríos Concord y Merrimack junto a su hermano John. Pero Thoreau quiso experimentar la vida en la naturaleza de forma plena y para ello, el 4 de julio de 1845, Día de la Independencia, se fue a vivir durante dos años a una cabaña en los bosques, donde redactó su obra más conocida, Walden. Ambas obras han sido recientemente editadas por Errata naturae, esta última en un formato mayor, ilustrada y con prólogo de Michel Onfray. La lectura en conjunto del autor aporta matices sobre su pensamiento y si vida.
Thoreau se había negado a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado
Años antes de escribir Walden, Thoreau se había negado a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nació su ensayo La desobediencia civil. En estas páginas desarrolla sus ideas de la insurrección frente al Estado y la no violencia. Algunas delas ideas que se cristalizan en esas páginas aparecen Desobediencia. Antología de ensayos políticos, también de Errata Naturae, que ha publicado también Cartas a un buscador de sí mismo, Un paseo invernal, así como la que se considera la biografía canónica de Thoreau escrita por Robert Richardson.
"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida"
"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir nada que no fuera la vida, pues vivir es algo muy valioso, ni tampoco practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesario”, escribe Thoreau en las páginas de Walden. Su pensamiento salvaje es lo suficientemente contemporáneo como para poner en forma el ánimo fofo de los buenismos, el pensamiento único y la velocidad sin propósito. Una gimnasia humanista contra la flaccidez de las ideas, que como los sombreros y los lápices, escasean en las ciudades. La verdadera insubordinación de Thoureu está en su coherencia entre lo que pensaba y lo que hacía, una rareza moral que acompaña a contados personajes. “Mi vida es el poema que me hubiera gustado escribir”, escribió Thoureau. Acaso porque vivió como muy pocos seres humanos han conseguido hacerlo.
También sobre Thoureau, la editorial Crítica publica El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoureau, de Toni Montesinos. Se trata, al mismo tiempo, de una biografía y la reunión de sus principales ideas y textos. A la manera de una lectura desde el pasado, Montesinos pone a Thoureau a mirar hacia el presente: como quien traza un cuestionamiento de nuestra vida actual desde la perspectiva de la vida a mediados del siglo XIX en un pequeño pueblo de Massachusetts. A partir de esa estructura, a mitad de camino entre la divulgación y el análisis, Montesinos intenta contextualizar al personaje abordando sus temas principales: misantropía, la soledad, la rebelión como naturaleza política. Intenta aterrizarlo en nuestro tiempo, aunque ya estuviese en él desde un comienzo: “Thoreau no es un Robinsón gratuitamente desdeñoso sin ni siquiera un Viernes que le pueda hacer compañía, pues en su casita recibirá gustoso visitas de amigos o gentes que van de paso; es un solitario que disfruta de ser y de ser solitario, y que se aparta voluntariamente para colocarse de cara con lo que la vida tiene que decirle o enseñarle sin filtros, sin obstáculos o condiciones regidas por decisiones sociales. No está en una isla. Se diría que él mismo es una isla, impenetrable para los demás, o la cima inaccesible de un monte al que nunca se podrá llegar del todo por culpa de una niebla de fría severidad”.
Cáustico, a veces inflexible, Thoureau parecía forjar en sí mismo una especie de nación austera y solitaria. Murió en 1862, con cuarenta y cuatro años, a causa de la tuberculosis. Su tumba está identificada solo con una inscripción, Henry, el nombre de pila del hombre que fabricaba lápices e inspeccionada las ventiscas.
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