Cultura

Thoreau no es un invento hípster: 200 años dan para bastante más

El 12 de julio se conmemora el bicentenario del nacimiento del escritor y filósofo norteamericano. ¿Lo han convertido los hípsters en su catecismo? ¿Hasta qué punto la sensibilidad contemporánea le añade a Thoreau cosas que no posee?

No es la primera vez que se toca el tema en estas páginas, pero la fecha obliga a retomarlo. Desde hace meses abundan reediciones, recuperaciones, ensayos y análisis sobre  Henry David Thoreau (Massachusetts, 1817-1862), escritor (nombre canónico de la literata norteamericana), filósofo y podríamos decir -en plan boutade-, que uno de los primeros insurrectos fiscales de la modernidad. Este 12 de julio se conmemoran los 200 años de su nacimiento, de ahí la vuelta a su biografía.

Hijo de una familia de fabricantes de lápices –hay belleza, y no casual, en ese dato-, Thoreau experimentó la vida en la naturaleza como parte de una experiencia política que se expresó en su obra. Su primer libro nació de un largo viaje por los ríos Concord y Merrimack. Una de sus obras más conocidas, Walden, relata sus dos años en un bosque en Concord, Massachusetts. Esa estampa, justo ésa, es la que más resuena en las glosas que se hacen hoy de su obra, acaso entendiendo por puro romanticismo y arrebatado amor por la naturaleza lo que en realidad era otra cosa. Ya adelantada su perspectiva a la actual, la mirada de Thoreau parece algo más sustanciosa que la escasa ración que hoy le atribuyen sus entusiastas. En él, las cosas no va de hacerse orgánico, vegano o ambientalista. No exactamente.

Sergio del Molino aporta detalles para poner algo de orden en algunas hipérboles e imprecisiones 

Hace unos días, el escritor Sergio del Molino, en un texto publicado en la revista Eñe, matizaba las cosas. Sí, en efecto, Thoreau se marchó a los bosques, porque "quería vivir deliberadamente" –algo que fascina a cierta corriente hípster que abomina de lo urbano-. El meollo del asunto está, como él demuestra, en los detalles. Primero, dice Sergio del Molino: tal cosa como "los bosques" en tanto entorno salvaje, pues lo justo. La zona a la que se trasladó Thoreau, cercana al lago Walden, estaba en la ruta del ferrocarril hacia Boston y a una hora de camino de Concord, su pueblo natal, y donde vivían sus padres. Sobre la llamada de la naturaleza, Del Molino apunta a otro asunto a tener en cuenta. Cuando se marchó a los bosques, Thoreau no tenía trabajo y sus perspectivas económicas eran poco esperanzadoras. Fue su amigo el filósofo Ralph Waldo Emerson, quien le cedió los terrenos para construir aquella cabaña de una habitación.  No es que la practicidad de su plan le quite sustancia a su pensamiento, pero sí la grasa y las muchas cursilerías que se le endosan a Thoreau. La experiencia de aislamiento era relativa y tenía otros principios. 

Un detalle de la portada de Walden, de Thoreau.

En las páginas de The New York Times, Douglas Brinkley recupera la idea del legado "salvaje" de Thoreau más allá de la interpretación que le atribuye la sensibilidad contemporánea. Cuenta Brinkley de qué forma determinadas lecturas de Thoreau, sobre todo el énfasis que se ha hecho en la interpretación de su obra como una variante de activismo ambiental, es un fenómeno que alcanzó su expresión más alta en la Norteamérica de los años cincuenta y sesenta, en parte por el centenario de su muerte, que se celebró en 1962. Sin embargo, su pensamiento tuvo una influencia bastante más amplia, desde Mahatma Gandhi hasta Martin Luther King bebieron de la fuente del pensador y escritor. Y por razones muy distintas al argumentario que se le atribuye. 

Su pensamiento tuvo una influencia bastante más amplia, desde Mahatma Gandhi hasta Martin Luther King bebieron de la fuente de Thoureau.

Thoreau defendió y puso en práctica la legitimidad de la insubordinación ante gobiernos o leyes injustas. Años antes de escribir Walden, se había negado a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nació su ensayo La desobediencia civil. En estas páginas desarrolla sus ideas de la insurrección frente al Estado y la no violencia, una tesis que Gandhi leyó con absoluto interés. Algunas de las ideas que se cristalizan en esas páginas aparecen también en Desobediencia. Antología de ensayos políticos, una edición que recupera Errata Naturae, junto con los libros Cartas a un buscador de sí mismoUn paseo invernal, así como la que se considera la biografía canónica de Thoreau escrita por Robert Richardson.

A Week on the Concord and Merrimack Rivers (1849) sirvió de inspiración a Jack Kerouac al momento de plantearse la experiencia literaria de On the Road (1957)

El asunto radica en que la construcción de ese pensamiento político característico de Thoreau tiene una resonancia individualista que no nos cuesta ningún trabajo abrazar como propia. Cuenta Brinkley en Thoreau’s Wilderness Legacy, Beyond the Shores of Walden Pond, de qué forma A Week on the Concord and Merrimack Rivers (1849), sirvió de inspiración a Jack Kerouac al momento de plantearse la experiencia literaria de On the Road (1957). Incluso detalla cómo en The Dharma Bums, Kerouac  llama a la juventud a una "Revolución de la mochila", para que los jóvenes acudan en busca de la iluminación thoreauviana en la naturaleza. Ese espíritu de Thoureau que fascina a Kerouac tiene en su interior una impronta mayor a sus propios rasgos: es la edad y el siglo en el que se gestan. El tiempo en el que Thoreau vive son –casi- los mismos años en los que Conrad se enrola como marino en el Mont Blanc… o el Melville que, después de trabajar en un banco y como maestro rural y sin muchas perspectivas de prosperidad económica, se apunta a la tripulación de un carguero.

Un detalle de la reciente reedición de 'Walden', publicada por Errata Naturae.

En el libro El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoureau, publicado por Crítica, Toni Montesinos contextualiza a Thoreau y trabaja sus temas capitales: la misantropía, la soledad, la rebelión como naturaleza política. Intenta aterrizarlo en nuestro tiempo, sin que eso suponga amanerar su figura: "Thoreau no es un Robinsón gratuitamente desdeñoso (…) No está en una isla. Se diría que él mismo es una isla, impenetrable para los demás, o la cima inaccesible de un monte al que nunca se podrá llegar del todo por culpa de una niebla de fría severidad", asegura. En Thoreau hay disidencia al mismo tiempo que individualismo, y quizá sea justamente eso lo que lo hace tan metabolizable. Quizá sea esa la razón por la cual su naturaleza sirva de argumentario a algunos para sobrellevar la esquizofrenia con la civilización, que incluiría desde el desbordamiento de lo orgánico hasta los brotes de determinadas militancias. De ahí el punto catecismo que adquiere este Thoreau que ‘se pone de moda’… otra vez. El asunto, claro, es que lo ha estado hace bastante tiempo ya. Redescubrirlo no es una nueva forma de inventar el agua tibia. Es el saludable gesto de volver a los clásicos. 

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