TikTok es una intrincada red que enmaraña más de mil millones de cuentas. El gigante chino condiciona nuestra industria de la música con un peso que todavía no sabemos calcular del todo. Por eso atender a su manera de trastocar el papel del baile o los playbacks en nuestro día día, o los cambios que ha empujado en la industria musical, resulta importantísimo. O, al menos, fascinante.
Como canta Jorge Drexler, la idea del baile es “eternamente nueva” y más antigua que la agricultura. Sin embargo, en nuestro mundo globalizado, esa fuerza eléctrica que une a los cuerpos con la música alrededor de las hogueras y las mesas de mezclas no deja de cambiar Con el acelerado auge de TikTok no ha surgido tregua alguna, sino todo lo contrario (en opinión de este colaborador de Vozpópuli).
El solapamiento de largas cuarentenas pandémicas, un prolongado cierre del ocio nocturno y la gran explosión global del furor tictóquer empujó a las pistas de bailes hacia la “intimidad pública” de nuestras pantallas. Esa “intimidad pública” que toma los espejos de los lavabos, las paredes de los dormitorios, los suelos de la cocina o las escaleras callejeras como un escenario propio. Y en la que en 2020 y 2021 se representaron millones de coreografías o actuaciones con más público que los mayores estadios del mundo. En otras palabras: una pista de baile gigante que se mantuvo abierta mientras todas las demás permanecieron cerradas.
Como resultado, el baile cobró un papel que antes no tenía, al menos en la socialización digital de millones de personas. Y TikTok acabó dando a luz a todo un fervor de masas por las microcoreografías y los retos bailables. Un impredecible terremoto que revalorizó el rol social del baile como expresión cotidiana de nuestra identidad compartida o singular. Un latigazo sísimico del que cuesta escapar. Y todo en un momento en el que los cuerpos y su sudor estaban más separados que nunca del vapor y los charcos chiclosos de las pistas de baile. Un tiempo que ha servido de pasarela para forjar nuevos hábitos de baile y expresión cultural que ya no están sólo en las pantallas, sino a las puertas de facultades e institutos, los botellones y bancos del parque… y hasta las reuniones familiares.
TikTok, comiendo terreno al selfi
Que haya podido librarse de salir en uno, que tire la primera piedra; quien no, que se vaya acomodando. Porque TikTok, en su nueva ubicuidad, ha dado hasta un giro de 180 grados hasta nuestra forma de entender el playback. Piénsenlo. Como explica muy bien Amanda Hess, periodista del New York Times, hace no tanto, el llamado lipsyncing o playback se asociaba a los espectáculos de drag o las estrellas mediocres.
TikTok ha dado al playback un golpe de timón, y ahora es una forma de expresión (y una licencia al coqueteo) que va comiéndo terreno a las selfies de la era Instagram
Las primeras lo abrazaron para compensar las malas condiciones de sonido de los primeros locales drag, pero acabaron convirtiéndolo en una seña de identidad propia: todo un arte en sí mismo. Los segundos, sólo para evitar mayores desastres. Pero TikTok ha dado al playback un golpe de timón, y ahora es una forma de expresión (y una licencia al coqueteo) que va comiéndo terreno a las selfis de la era Instagram. Selfies que cada día parecen menos nuevas o radiantes y que algún día acabarán en el basurero de la historia (con los power points de gifs, los “estados” o zumbidos de messenger y otrora gloriosas “fototuentis”).
TikTok ha sido también toda una revolución para el negocio de la industria musical. Porque la plataforma China no sólo ha convertido nuestras pantallas en un grandísimo escenario, sino también en una interminable valla publicitaria. Una valla publicitaria que estiran hasta el infinito los pulgares perezosos de millones de usuarios. Y en ese sentido, el furioso poder de TikTok para empujar como un géiser a cientos de estribillos virales hasta la cima los grandes éxitos lo ha convertido en un lugar estratégico para la industria.
Malentendidos virales
Como después del auge del gigante verde (Spotify), esto ha ejercido una nueva presión sobre los productores y compositores de música comercial. Pues igual que la plataforma de streaming sueca les obligaba a pensar cómo mantener a cada oyente al menos 30 segundos (para cobrar los ingresos de Spotify por cada reproducción), ahora han de pensar en más factores. Sobre todo, en cómo compaginar el estribillo con una coreografía fácilmente visualizable, y en qué fragmentos de 10, 20 ó 30 segundos podrá transformarse el éxito para poder circular por los raíles de TikTok.
A todo esto se le suma el alunizaje de una nueva excéntrica figura en la pajarería ególatra del mundo del artisteo: los tiktokers. Una nueva criatura de plumajes exóticos que todos quieren para sus promociones (incluso si su talento suele ser escaso y cuestionable). Aunque son muchos los creadores que se han entusiasmado con el potencial de la aplicación, la áspera cara b de este terremoto también la sufren los artistas. No sólo por tener que habituarse a otro lugar de autoexplotación promocional, sino por las consecuencias que esa viralidad fugaz puede tener para sus creaciones. Porque efectivamente, TikTok ha catapultado al superestrellato a cientos de artistas alrededor del mundo; y casos como el de Lil Nas X ponen de manifiesto. En la era TikTok puede bastar con que tu canción se acople a un bizarro reto de disfraces para acabar convirtiéndose en el número 1 de la lista Billboard durante 17 semanas. Pero no todos corren esa suerte.
La esclavitud con lo viral es agotadora, y muchas veces tiene un doble filo. Uno de ellos es que tu música acabe triunfando entre la gente que aborreces, o que acabe convertida en algo muy diferente a lo que intentastes crear. Dos casos concretos son el de los géneros de baile y las canciones parodias. Por ejemplo, para desgracia de sus defensores, el “turro” villero (una forma de bailar cumbia estigmatizada con sesgos clasistas) acabó “ensuciándose” hace no poco por la moda viral de muchos “tinchos” o “chetos” ("pijos" en castellano de españa) de apropiarse del baile. De una forma similar, muchas canciones parodia han acabado cobrando un significado inverso en la red china. Un ejemplo de ello, sin duda está en “Oie Gayego”, cuya letra intentaba reírse de los tópicos y estereotipos que se proyectan desde fuera de Galicia. En un giro surrealista, acabó siendo bailada de forma por olas y olas de veraneantes despistados como un himno no irónico a “la morriña”, “el marisquiño” y las playas de “Sanjenjo”. Como con las coplas, “hasta que se son descontextualizados, los virales, virales no son, y cuando los viraliza el pueblo, nadie sabe el autor”. Pero a veces, esto es exasperante.
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