Era viernes de mayo; hacía buen tiempo en Madrid: ni frío ni calor, no venía mal una chaquetita para la noche. Ese día terminé rápido de trabajar porque tenía un compromiso muy especial (ya me disculpan por utilizar la primera persona, tan malmirada en periodismo, pero la ocasión bien lo merece). A las 8 de la tarde quedé con una amiga y nos tomamos unas bravas antes de ir a nuestra cita: un concierto de Tontxu en la mítica Sala El Rincón del Arte Nuevo de Madrid.
Quizás no le suenen esos nombres, pero le bastará saber que el primero marcó mi vida, y el segundo la del cantante. Dos datos más que suficientes para entender lo especial que era el encuentro. Y estaba emocionada, lo confieso. Volver a verle una vez más en el escenario me producía una ilusión enorme, por mucho que fuera la octava vez que iba a uno de sus conciertos. En ellos siempre hay magia.
No necesitábamos mucho para disfrutar: una cerveza y su música; una guitarra y su voz. ¿Para qué más? Empezó a tocar las cuerdas de su guitarra IBANEZ y recuerdo los primeros acordes, que me hicieron pensar irremediablemente en mi padre. “Cincuenta vueltas al Sol” se ha convertido en su himno y la pone a todas horas en casa. No necesité muchas notas para adivinar que iba a cantar ese tema: “Ya llevo un tiempo aquí, mirando las estrellas, tratando de entender que somos parte de ellas…”
Creo que fue en esa misma canción cuando me di cuenta de que ese concierto iba a ser más especial de lo que me imaginaba. Me giré y le reconocí. Allí estaba, con su barba, su lunar y su melena, que haría envidiar a cualquier joven de 30 años que ya empieza a verse afectado por la alopecia; pegado al escenario, justo a mi derecha, un par de asientos por delante. Santiago Pedraz, el archiconocido juez, ajeno a las pocas miradas que le habían reconocido también disfrutaba de una cerveza con su mujer y unos amigos.
Mi primer pensamiento fue claro: él no estaba allí por la cerveza. Si algo le había hecho sacar un hueco de su apretada agenda, para ir a una sala en la que no caben más de medio centenar de personas a escuchar a un cantautor, tenía que ser por algo más importante que una simple cerveza. Sólo se me ocurrían dos motivos: o le habían hecho una encerrona o era un verdadero forofo de la canción de autor.
Fuese el motivo que fuese, ambos estábamos dedicando nuestra noche de viernes a escuchar a un hombre con una simple guitarra y su voz rasgada, que acompañaba a la melodía con suma delicadeza. Me fijé mucho en él: no cantaba, pero cerraba los ojos para concentrarse en lo que estaba escuchando y sintiendo. Eso me llevó a una segunda conclusión: estaba ahí porque quería y no para quedar bien con sus “colegas”. Quizás incluso fue él quien organizó el plan… Puede parecer tonto, pero aquello me generó un orgullo repentino. Compartir gustos con alguien como él, me reafirmó en mi criterio musical y salí especialmente emocionada.
Unas semanas más tarde, pude tener una conversación con los dos protagonistas de la historia y confirmé el porqué de la presencia del magistrado en la sala. Pedraz, el mismo que ha llevado a los Pujol al banquillo, es un melómano empedernido. Entre juicios, papeles y sentencias, el juez siempre saca tiempo para disfrutar de lo que más le gusta: la música.
La música abre corazones y te permite descubrir muchos secretos. Así, gracias a que Tontxu nos puso en contacto, comprobé que para Pedraz siempre es buen momento para escuchar música; descubrí que no se cansa de “Stand by Me”, de Ben E. King; que no le gusta nada el reggaetón; que se muere por ver a Bob Dylan en concierto; y que se quedó con la espinita de no haber visto nunca un concierto en directo del Sr. Leonard Cohen.
Sus gustos musicales son muy variados: desde REM, Pink Floyd y Los Beatles, hasta Izal, Viva Suecia, Love of Lesbian, pasando por Maná, Serrat, Miguel Ríos y Rod Stewart, entre otros muchos. Y por supuesto Tontxu. Sus favoritas son “Te amaré mejor” y “La breve”. (Aquí discrepamos, yo siempre me quedaré con “Risk”)
Todos tenemos un recuerdo unido a la música. Si Tontxu marcó mi vida en el Café Libertad 8 de Chueca, Luis Eduardo Aute marcó la de Santiago en un concierto en el antiguo Teatro Cine Salamanca de Madrid, allá por el año 1978.
“Todo el mundo debería escuchar tres canciones antes de morir: “What a wonderful world” de Louis Armstrong; “Je l'aime à mourir” de Francis Cabrel; y “No puedo vivir sin ti” de Coque Malla”, recuerdo que terminó entonces el letrado. Yo he cumplido.
En aquella conversación también me enteré de que a Santiago y a Tontxu les une una bonita amistad desde hace años, y fue precisamente la música la que les unió. Ese viernes, un día lleno de emociones, confirmé que las cosas pocas veces son como parecen a primera vista. Ni Tontxu es tan artista, ni Pedraz tan juez.
Quienes conocen a Tontxu dicen que tiene “cabeza de fiscal" crítico y buen conversador. Y quienes conocen a Santiago saben de su pasión por la música, especialmente “en vivo”. Ambos son secretos bien guardados. Y esa noche, Tontxu y Santiago, Santiago y Tontxu conectaron en el Rincón del Arte Nuevo. “El juez melómano” y “El cantautor fiscal”. Y yo tuve la suerte de ser, aquella noche memorable, testigo protegido de su amistad verdadera.
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