Cultura

El Trienio Liberal para políticos bisoños

El Persa aterrado delante de la Constitución Ca. 1820. Aguafuerte y buril Museo de Historia de Madrid. Inv. 2132

Si el año de la pandemia arruinó el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós y el 250 aniversario de Beethoven, no es de extrañar que dejara en agua de borrajas el bicentenario del inicio del Trienio Liberal, que el Museo del Romanticismo tuvo que retrasar a febrero de este 2021 con una muestra que durará todo el año. En un tiempo en el que nada parece estar del todo claro, especialmente entre una clase política poco lectora, aunque aventajada en lo que a argumentarios se refiere, este proyecto, aunque con retraso, resulta más que pertinente.

Bajo el título La vuelta a la Constitución de 1812, esta muestra es la segunda parte del proyecto iniciado en febrero de 2020 con la exposición El pronunciamiento de Riego y el nacimiento de un héroe, que celebra los doscientos años del inicio del Trienio Liberal, un breve periodo constitucional durante el reinado absolutista de Fernando VII. El año temático programado por el museo en torno a este tema quedó suspendido en marzo de 2020 debido al cierre provocado por la covid-19. La exposición se desarrolla en una vitrina temática que explica los acontecimientos históricos que antecedieron al reinado de Isabel II. En la misma sala el visitante podrá ver otras piezas relacionadas con este periodo político, como abanicos y estampas con alegorías de la Constitución de 1812, además de una caja que muestra a Fernando VII jurando la Carta Magna.

Hasta el 23 de mayo, el Antesalón del Museo del Romanticismo recoge parte del eje temático de este proyecto que busca homenajear el llamado Trienio Liberal, desde 1820 a 1823, cuando se cumple su bicentenario. Este periodo de la historia contemporánea de España se enmarca en medio del reinado de Fernando VII, el cual rigió en tres etapas: entre marzo y mayo de 1808, tras la expulsión de las tropas invasoras francesas de Napoleón, el conocido como sexenio absolutista (1814-1820), y su regreso al modelo absolutista después de la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823 a 1833).

La vida política del país no dejó de mantener una inestabilidad latente, auspiciada por guerrillas absolutistas, una economía ruinosa y peleas entre distintas facciones

Con la vuelta al trono español de Fernando VII en 1814, este anuló las cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, restableciendo por decreto todas las instituciones del antiguo régimen. Los militares liberales diseñaron varias conspiraciones hasta que el levantamiento del general Rafael del Riego en Las Cabezas de San Juan hizo que el monarca acatara la Constitución de 1812. La vida política del país no dejó de mantener una inestabilidad latente, auspiciada por guerrillas absolutistas, una economía ruinosa y peleas entre distintas facciones. Finalmente, en 1823, Francia decidió acudir en ayuda de la monarquía española enviando a los Cien Mil Hijos de San Luis: 100 000 soldados al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema. Ahora, bajo la organización del Museo Nacional del Romanticismo se presenta este proyecto que exhibirá diferentes piezas en relación a cuatro ejes temáticos organizados en trimestres: El pronunciamiento de Riego y el nacimiento de un héroe; La vuelta de la Constitución de 1812; La complicada vida del Trienio y Amargo final: Los Cien Mil Hijos de San Luis.

La muestra, comisariada por Carmen Linés Viñuales, se centra en el segundo eje temático, cuando tras los sucesos revolucionarios, Fernando VII declaró: “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional” jurando así la Constitución y aprobando medidas como la desamortización eclesiástica o la libertad de imprenta. El nivel de entusiasmo de los sectores liberales dio como resultado el diseño de abanicos, estampas o medallas con imágenes propagandísticas con la representación de la Constitución. En su colección, el museo de la calle San Mateo tiene objetos elocuentes. Por ejemplo, es curiosa la relación de abanicos conservados en sus salas, donde se exhiben personificaciones femeninas de la Constitución. Por las inscripciones que figuran en algunos de ellos, es posible comprobar que algunos fueron realizados en el Trienio Liberal, pues hacen alusión al restablecimiento del orden constitucional.

Son los años en los que emerge una burguesía comercial, financiera e industrial, una clase media deseosa de crear su propio destino y de afirmarse

A lo largo de una visita a conciencia de la colección permanente , se podría trazar un mapa de las constituciones españolas. Además de la gaditana, La Pepa, hay otras seis constituciones , cuyas portadas se exhiben en el museo y de las que convendría citar la de 1837; la Constitución de 1845, surgida al concluir el periodo de regencias y declararse la mayoría de edad de Isabel II; la de 1869, de corte liberal donde se establece la soberanía nacional; la de 1876, la de la restauración. Hay algo que resulta especialmente curioso y que reverbera en este museo –y de ahí las ganas de enclaustrarse en este Palacete-: los treinta y cinco años que se sucedieron desde 1833 hasta 1868 conocieron la realización de un agitado proceso revolucionario global en España, que sustituyó el régimen señorial en crisis por un nuevo sistema –el capitalismo–, que supuso una transformación profunda de las bases económicas y sociales y afectó a la forma de propiedad, a los sistemas de trabajo y producción y a la situación de las clases sociales.

Son los años en los que emerge una burguesía comercial, financiera e industrial, una clase media deseosa de crear su propio destino y de afirmarse, implantando su ideal de vida y sus valores. Poco numerosa en los albores del siglo, esta clase media, que oscila entre dos jerarquías sociales –pueblo y aristocracia– irá tomando progresivamente conciencia de sí misma a lo largo de la centuria: y eso justamente es lo que transmite buena parte de los objetos del Museo del Romanticismo: un desclasamiento a la vez que una ruptura. La revolución liberal burguesa influyó decisivamente en el arte, no sólo por los cambios socioeconómicos que introdujo, sino también por la aparición de un nuevo estilo de vida, que tendrá su reflejo artístico en el cambio de gusto que provocó y que puede verse aquí en todo: desde las miniaturas hasta eso: ¡los abanicos como detalle político!

Un museo necesario

Corría el año 1924. Miguel Primo de Rivera recién había clausurado el Ateneo de Madrid cuando en la madrileña calle San Mateo, el marqués de la Vega Inclán y Flaquer, destacado personaje de la vida cultural española de principios del siglo XX, decidió crear un museo que contara  cómo habían vivido sus antepasados.  ¿El lugar? El palacio del marqués de Matallana.

Todavía ubicado en el número 13 de San Mateo, el Museo del Romanticismo está a punto de celebrar una centuria.  Y lo hace con aire renovado. De las 12 salas iniciales, ha pasado a tener 26 . Y de una colección de 86 piezas ahora cuenta con más de 20.000.

Animado por el espíritu cosmopolita de Vega Inclán – también creador del Museo de El Greco de Toledo y del Museo Casa de Cervantes de Valladolid-, el museo se concibió no como una mera exposición de objetos sino con la intención de recrear del ambiente  decimonónico.

A su inauguración, en 1924,acudió buena parte de la sociedad madrileña que puedo admirar  no sólo las obras de Vega Inclán, sino también las donaciones y depósitos de personalidades del momento, como los dos cuadros de Leonardo Alenza donados por el Marqués de Cerralbo. Más adelante se incorporaron piezas pertenecientes a grandes literatos como Mariano José de Larra, José de Zorrilla, o Juan Ramón Jiménez.

El Museo fue objeto de un vivo interés por parte de los más grandes intelectuales del momento, como José Ortega y Gasset, Francisco Sánchez Cantón o el Marqués de Lozoya. Con posterioridad, durante la Guerra Civil, la importancia de la institución quedó subrayada por el hecho de nombrar como director del Museo Romanticismo a una personalidad tan emblemática como la de Rafael Alberti, con lo que quedaba garantizada la protección del rico patrimonio custodiado en él.

De las 12 salas iniciales, ha pasado a tener 26 . Y de una colección de 86 piezas ahora cuenta con más de 20.000...

El edificio, representativo de vivienda noble del Antiguo Régimen en la capital madrileña, conserva hoy espacios únicos, como su Salón de baile o el magnífico jardín en el que hoy funciona uno de los cafés más concurridos de Madrid. Sin embargo, si existe algo que distingue al museo es su excelente galería pictórica, en la que están representados los artistas más relevantes del siglo XIX español, sobresaliendo un excelente cuadro de Francisco de Goya, San Gregorio Magno.

Destacan también las obras de Vicente López Portaña, los paisajistas Carlos de HaesJenaro Pérez Villaamil y Luis Rigalt, así como el pintor sevillano Valeriano Domínguez Bécquer, hermano de Gustavo Adolfo Bécquer. Completan la colección Antonio María Esquivel, Carlos Luis de Ribera, José Gutiérrez de la Vega, Federico de Madrazo o Leonardo Alenza, con una de las pinturas icónicas del Romanticismo, la Sátira del Suicidio.

El museo cerró sus puertas en 2001. Y valió la pena. Tras ocho años de obras, el palacio no sólo recuperó su esplendor inicial, también modernizó su espíritu a la vez que recuperó su cometido inicial. Para celebrar los 90 años, el Museo saca a la luz las fotografías que mejor muestran estos cambios. El público podrá así apreciar cómo era el Salón de Baile en 1924 o ver una instantánea de la fiesta celebrada en el Jardín en 1949 en honor a Ramón Gómez de la Serna para festejar su llegada a España.

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