Después del encuentro bochornoso entre Zelensky y Trump en el Despacho Oval, para muchos se ha escenificado el fin del orden mundial establecido en 1945, que en la práctica podría significar un cambio de civilización que pone en riesgo el sistema de valores democráticos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Esta idea conecta con el histórico discurso del vicepresidente Vance en Múnich hace unos días, cuando dijo: “La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza que viene de dentro: el retroceso de Europa respecto de algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con los Estados Unidos de América”.
Es decir, Vance invita a Europa al “esfuerzo de rejuvenecer”. Gabriel Albiac, en un artículo en El Debate titulado “Trump, presidente manchur”, opina que Europa ha muerto y que no se la puede resucitar. Afirma: “Dos poderosos sin escrúpulos han acordado repartirse el mundo. Lo pagaremos todos. Y muy caro. Trump periclitará en cuatro años. Putin —y, tras Putin, Rusia—, no. Europa amanece hoy muerta”.
Sin entrar en la intrahistoria de este encuentro entre los mandatarios de Ucrania y EE. UU., que en realidad desconocemos, ni en la interpretación de lo sucedido, que es muy variada, hay un hecho claro: está cambiando el tablero geopolítico, porque nadie esperaba que Rusia y EE. UU. se fueran a “aliar”. La pregunta es: ¿cuáles son los motivos de fondo que se nos escapan para que esto esté sucediendo?
Zelenski, Trump y Vance.
Hay mucho ruido debido al globalismo, lo que impide ver con claridad y entender por qué hasta ayer por la mañana EE. UU. ayudaba a Ucrania en la guerra y ahora su interés está en cerrar la paz, tan deseada por todos, cuanto antes. ¿Para acceder a las tierras raras y llegar a un acuerdo con su “amigo” Rusia? O, además de esto, ¿hay otros intereses que desconocemos?
Es difícil saber cuál es el sentido final. Pero reducir a locura la actuación de Trump es una visión pobre. Del mismo modo, plantear una dicotomía en la que Putin es el malo y Zelensky el bueno resulta muy reduccionista. Hay que comprender que han cambiado las reglas del juego. Como dice Miquel Jiménez en Vozpópuli, en su artículo titulado “¿Trump o Zelensky?: Ucrania”:
“Hay que estar con la gente. Los Trump, los Zelensky, incluso los Sánchez, pasan, pero los pueblos quedan. Y nuestro deber como demócratas es ayudar todo lo que se pueda. Diría más: es nuestra obligación como seres humanos. Porque cuando doblan las campanas en Ucrania, también lo están haciendo en toda Europa. No fue ninguna tontería lo de la Tercera Guerra Mundial. O lo frenamos ahora, o se nos irá de las manos”.