Cultura

Vendedores de Ummo: el fraude perfecto para una España crédula

La invención de un contacto extraterrestre del ingeniero alicantino José Luis Jordán Peña expone las disfunciones de la sociedad franquista

A mediados de los años noventa el filósofo materialista Gustavo Bueno se convirtió en una cara reconocible en la pequeña pantalla. En estas apariciones el viejo marxista riojano se enfrentaba tanto a enemigos de su concepto unívoco de España como a videntes y magufos con más proyección pública que lecturas. Una de las pocas firmas intransigentes contra la parapsicología, el fenómeno “forteano” y demás historias del más allá, contestaba a la astróloga Esperanza Gracia con obcecación:

“…Aunque fuera el cien por cien de acierto, lo importante es que si no tenía fundamento objetivo es algo que no valía para nada. Si un mago me cura una enfermedad, aunque fuera con magia sibilina, casi preferiría seguir enfermo. Por decirlo con una frase de Platón: 'Las cosas verdaderas pueden ser muy bellas, pero nada vale si no están vinculadas a su fundamento' ¡Si no están probadas no valen para nada!”

Detrás de la vehemencia habitual del catedrático, se escondía una defensa de la praxis, de la investigación científica, que era rara en una televisión bastión de cualquier brujo, contactado o abducido. Este fue un cambio propio del final del siglo XX, bastante necesario y que al fin ponía adversarios a la industria audiovisual del misterio y sus conspicuos fabuladores.

La anécdota es una llave para entender el excelente documental Ummo: La España alienígena de Laura Pousa y Javier Olivera en el cual se investiga con pericia las mentiras de todo un colectivo a través de un falso contacto alienígena. Construido en torno a un libro del periodista Eduardo Bravo, Ummo: lo increíble es la verdad, devela tanto la mentira del ingeniero José Luis Jordán Peña como todo el submundo ufológico que mantuvo estas quimeras como método de obtener contenidos para sus revistas y programas. Fuera de la avilantez de Jordán Peña, al que casi acusan de líder sectario Pousa y Olivera, lo interesante es cómo pudo durar esta mistificación años. Todavía, de los ochenta a los noventa, el doctor Jiménez del Oso y el periodista mitólogo -oxímoron- J.J. Benítez pudieron afirmar con todo el descaro estar “a punto de contactar con extraterrestres del planeta Ummo”.

Este fenómeno es, entonces, un viaje en el tiempo a una sociedad que años de nacionalcatolicismo y falta de libertad de prensa convirtieron en diana perfecta para decenas de arqueros del mundo paranormal.

El retorno de los brujos (y ovnis)

En 1970, recordaba el sociólogo y teólogo José María Mardones, un 96% de españoles se declaraba católico. En un país cuya educación es controlada por la Iglesia Católica en virtud de las leyes educativas de 1938 a 1943, el fenómeno ufológico tendría su perfecto jardín para germinar. España contaba, además, con muchas regiones de composición social similar a aquellas en Estados Unidos donde se originó el primer fenómeno ufológico: zonas rurales y de gran fervor religioso.

El sociólogo Leon Festinger en su célebre Cuando las profecías fallan recuerda también la abducción anunciada de Marian Keech, ama de casa de Chicago, gracias a la literatura popular y la emergente dianética (una especie de autoayuda con toques místicos). Aquella mezcla propia de los años 50 entre educación religiosa regada con toques de novela de ciencia ficción pulp daba sus frutos en cualquier cabecita necesitada de un absoluto extra mundano. No casualmente la iglesia de la cienciología de L. Ron Hubbard sería fundada en 1953.

Un sector del periodismo pudo ganarse su sustento rompiendo la regla más elemental del oficio: contar la verdad

El meridiano del siglo XX, en cierto sentido, fue el apogeo de esta jerigonza mística gracias a las teorías posmodernas anti racionalistas y su decidido apoyo por la contracultura hippie. El seminal libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier El Retorno de los Brujos (1960) da la cita esencial para un tiempo fascinado por el misterio: “las personas que son simplemente ilustrados no tenían razón y no se les podía querer”.

La península ibérica, bajo la órbita de la cultura norteamericana en los años 50, no tardará en ver repeticiones de este fenómeno gracias a periodistas de dudosa moralidad y también miembros de la iglesia católica como Enrique López Guerrero que difundieron estas historias en los medios más amarillentos (el diario El Caso). Un síntoma: el DDT, una revista de tebeos para adultos, daba su portada en el primer número a un alienígena de visita con una leyenda divertida en mayo de 1951: “- Pero Pepe, ¡Qué disfraz tan raro has escogido para venir al baile de los señores de Percébez!”. Es en esta década cuando empezarían los coloquios en el Café Lion de la calle de Alcalá, Madrid a propósito de temas paranormales y ufológicos. Se hacían en el salón “La Ballena Alegre”, donde se fundó el grupo Falange (escabrosa efeméride), y estas contaban con la presencia del dramaturgo Antonio Buero Vallejo además de la dirección de Fernando Sesma. Este ex empleado de correos colaboró antes con varios artículos divulgativos en los diarios de Madrid sobre el fenómeno ufológico, pero también a través de la fundación en 1954 de la Sociedad de Amigos de los Visitantes del Espacio BURU.

Estas estrambóticas charlas de La Ballena alegre presentaban a Sesma leyendo el texto de Saliano; un alienígena interesado por llegar su mensaje a las capas selectas del tardofranquismo. Para evitar el sarcasmo fácil, el antropólogo Ignacio Cabria recordaba que… “…aquel contactismo, por llamarlo de alguna manera, nos resulta ahora tan estrafalario porque en aquel tiempo el fenómeno de los platillos volantes estaba en su gestación, se estaba descubriendo e inventando cada día y aquellas tertulias de La Ballena Alegre tenían toda la ingenuidad del descubrimiento de una nueva creencia”.


Aunque Sesma se apartó ya en democracia de este entorno, un habitual de esta tertulia como José Luis Jordán Peña continuaría la buena nueva a través de su posición de contactado preferente, casi embajador, de los alienígenas del planeta Ummo. Nacido en Alicante en 1931, Jordán Peña se había licenciado en telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid además de ser informante de la dictadura, según Ribera y Farriols. Su personalidad atrabiliaria, de la cual da testimonio el documental de Pousa y Olivera (era aficionado a los bromazos telefónicos y otras trastadas a sus compañeros), se concretó en una completa creación de la nada de una raza del espacio exterior. A decir del sociólogo y experto forteano Pablo Vergel, en los aficionados a los ovnis “cualquier caso es potencialmente legítimo”. lo que permitió que el monotema de las tertulias de La Ballena fueran los habitantes de Ummo.

Jordán Peña, de una envidiable posición económica, urdió cartas de puño y letra donde los ummitas establecían su genealogía, propósitos y destino. Estas, a decir de Bravo en el documental, estaban llenas de “palabrería”, pero engañaron a tirios y troyanos con verdadero método gracias a las trabajadas ilustraciones y datos científicos no más avanzados que un libro de bachillerato. Más de 200 misivas se datan en los sesenta, pero serían sus fotomontajes sobre un posible contacto ovni en Aluche (seis de febrero de 1966) y en San José de Valderas (uno de junio de 1967) los que harían fortuna en el imaginario español. Para reforzar el truco, Jordán Peña llegó a llamar por teléfono a los interesados en Ummo con una voz distorsionada que confeccionó gracias a un aparato doméstico. Según confesión al inefable ufólogo Manuel Carballal, su propósito era el siguiente:

“…inspirar con el fonosimbolismo la falsedad de su contenido: Ummo evoca a Humo. Elegí al azar la estrella Wolf 424, ya que mi objetivo real no era desarrollar un mundo extraplanetario creíble (…) redactaba los informes los sábados y domingos por la tarde, y aprovechaba mis viajes al extranjero para enviar desde allí las cartas…”

La mascarada fue inteligente al implicar a una serie de luminarias culturales del tardofranquismo como el citado Sesma o el Dr. Fernando Jiménez del Oso (presentador en la televisión pública de Más Allá en 1976). Este último va a proyectar el caso de manera catódica a un país que no distinguía bien todavía entre la divulgación científica y el camelo paranormal. Dos años antes, Bruguera editaría la colección de pseudoensayos Ciencias Ocultas que demostró el interés hispano por el tema, el cual se confirmaría con la novela superventas Caballo de Troya de J.J. Benítez -aquel plagio del libro de Urantia- ya en los años ochenta. El premio nacional de ensayo a Fernando Sánchez Dragó por Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España en 1979 consagró el apogeo del misterio como obsesión ibérica. En su prólogo, Sánchez Dragó se preguntaba “¿Por qué demorarse en hechos cuando una memoria más profunda y convincente nos suministra mitos?”

Las cartas desde Ummo sufrieron un lento declinar en los años ochenta debido al ictus de Jordán Peña

Todo el país quería, necesitaba, creer en algo más allá de lo terrenal para dar sentido a su vida. Las revistas del misterio monopolizaban los quioscos, los programas de televisión llenaban horas con los testimonios más dudosos y un sector del periodismo pudo ganarse su sustento rompiendo la regla más elemental del oficio: contar la verdad. Un ejemplo: solo en la España de los setenta algo tan decididamente ridículo como Las Caras de Bélmez, unas manchas de aceite con formas de rostros humanos en Jaén, pudo pasar como auténtico en los telediarios. La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, reciente premio Cervantes, resumió bien este final de década con tanto caradura verdadero y éxtasis falso en el semanario Triunfo:

“¿Vd. no ha visto todavía un OVNI? ¿A qué espera? Según estudios realizados por psicólogos europeos, especializados en el tema, todos los neuróticos (es decir: cada uno de nosotros) tenemos derecho a ver nuestro propio ovni (…) Estos mismos psicólogos afirman que tener un ovni propio (en el cielo, se entiende, y no en el jardín o en la cocina, ya que por el momento son difícilmente domesticables) desempeña una función sensiblemente parecida a la que entre otras épocas cumplieron las visiones de santos, vírgenes y mártires”.

Las cartas desde Ummo sufrieron un lento declinar en los años ochenta y su circulación empeoró debido al ictus de Jordán Peña. Las implicaciones de este fenómeno no fueron inocentes, a pesar de lo divertido de tanta mentira burda, sino que derivaron en un ardid para encubrir sucesos luctuosos o incluso sectas pedófilas de tintes ultraderechistas. Para rizar más el rizo, el periodista Daniel Utrilla da pábulo a la conexión del fraude Ummo con servicios secretos extranjeros como la KGB o la CIA, siguiendo al investigador Renaud Marhic.


Pero el periodismo debe tratar de hechos, no de rumores y los crímenes derivados de la estafa de Jordán Peña no fueron baladíes. Así, una aristócrata menor, la marquesa de Villasante (Margarita Ruiz de Lihory), encubrió el descuartizamiento y disección de su hija inventándose una supuesta muerte por envenenamiento debido a un virus ummita.

En el giro más sórdido de este caso, el grupo montañista Edelweiss liderado por Eduardo González Arenas utilizó con fines sexuales parte de los escritos de Jordán Peña y su simbología. Esta tropa de estética neonazi derivó poco a poco en una secta que prometía a menores un viaje interestelar a través de las relaciones sexuales con su líder. Todos los implicados serían denunciados por abusos a menores en 1984, además de ser asesinado González Arenas por una de las víctimas ya en los noventa. Jordán Peña, antes de morir en 2012, reconoció culpa por los hechos y afirmó

“…empecé a indignarme al ver que la secta Edelweiss marcaba a fuego con mi símbolo a niños. Y luego recibí una invitación anónima desde Cuba para asistir a no sé qué reunión ummita en casa de Joaquín Farriols. Así que decidí cortar el experimento que llevaba haciendo 25 años”.

Se declaró, en fin, “arrepentido de haber creado un experimento inmoral que se ha vuelto contra mí”. Ahora, ni siquiera el arrepentimiento de su creador pudo acabar con la mentira: en el reciente festival de cine fantástico en Sitges José Luis Jordán Moreno, vástago del inventor de estas falacias extraterrestres, gritó "¡No puede ser! ¡Es mentira! ¡Ummo existe!" al acabar la proyección del documental. Como contrapartida otra de sus hijos, Maite Jordán, reconoció a Eduardo Bravo las mistificaciones de su padre (vox populi para toda la familia).

Ahora bien, ¿no fueron todos estos creyentes en el fondo víctimas de una dictadura que necesitaba la mentira como redención? Con leyes de prensa adversas a la realidad y una sociedad educada masivamente en colegios religiosos, el engaño en el franquismo estaba tan asentado que la estafa era difícil de descubrir. A falta de alguien como el periodista escéptico Luis Alfonso Gámez en los años setenta, es bueno recordar el juicio de Arcadi Espada sobre cualquier dictadura y sus problemas con la verdad: “no hay periodismo sin libertad”.

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