Cuando salgo cada mañana a trabajar, cojo el coche y enfilo calle abajo Valderribas, en plena alborada, y mis ojos se topan con la imponente torre de ladrillo de Nuestra Señora de la Paz. Si alargo la mirada a la línea del horizonte, destaca en el encuadre en el verde parque de las siete tetas, la gris torre del museo y el parque de bomberos de Vallecas, bañado por los rayos al amanecer. Todo esto me recuerda a las atalayas que usaban los musulmanes y los cristianos a lo largo y ancho de Castilla, porque estaban en la visual para la comunicación. Además se convierte en dejà vu diario porque trabajo en la manzana vecina a esta “vallecana ataya” y digamos que antes de llegar “ya sé” lo que me espera. Desde ella el pintor hiperrealista Antonio López ha plasmado algunas de sus obras, gracias a las imponentes vistas que ofrece.
Cuando esporádicamente torno la visión desde lo alto del Cerro del Tío Pío, uno los mejores miradores de Madrid sin duda alguna, encuentro la Villa pero no el lugar desde donde cada jornada lanzo la mirada, se pierde. Y empiezo a ver otras atalayas, de iglesias como la blanquinegra de la Basílica de Atocha, o la anaranjada de la Santa Cruz... Pero sobre todo aparecen las grandes atalayas de la modernidad, como el Pirulí, la Torre Picasso, edificio España o las cinco “mega atalayas” de la plaza de Castilla... Y al fondo la imponente sierra de Guadarrama. Si además es el ocaso, todo se torna mágicamente y se convierte en lugar digno de pasar horas y horas.
Este paisaje pintoresco no me impide preguntarme ¿cuáles son las atalayas en la actualidad que permiten nuestra comunicación? Sin duda, desde un punto de vista tecnológico, el móvil. Que nos permite la comunicación, el entretenimiento, el vicio, hace de GPS, de espía amistoso y que nos guía queramos o no, en la actualidad. ¿Pero es verdadera atalaya? ¿No hace la función contraria en muchas ocasiones, es decir distorsionar o emborronar nuestra comunicación entre iguales?
Las atalayas en la Edad Media tenían una finalidad defensiva, además de comunicativa, pero el móvil en la edad contemporánea puede ser ofensivo, con sus múltiples funciones y posibilidades, que defensivo. Ya que hace de Kerkaporta puerta, como en el asedio de Constantinopla en 1453, del globalismo postmoderno, del transhumanismo naciente, de otras múltiples ideologías imperantes, además de la IA campante y de una geopolítica cada vez más compleja. Y si además a eso le añadimos "el avance desolador de los cuatro modernos jinetes del apocalipsis (superpoblación, agotamiento de recursos, contaminación y cambio climático)", como dice Luri en su libro "Sobre el arte de leer", apaga y vámonos. Porque el panorama es desolador. ¿Cuáles son entonces las atalayas?
La filósofa Raquel Lázaro dice que vivimos en un mundo que no sabe distinguir los verdaderos bienes, algo parecido a lo que decía el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Los bienes verdaderos, o también las atalayas ocultas al gran público, son para la pensadora Lázaro (doctora en filosofía por la Universidad de Navarra), las cualidades esenciales o propias de la humanidad. Una de ellas, difícil de detectar como un “poder” o “cualidad”, muy propio del ser humano, es la vulnerabilidad. El saber que somos limitados y con defectos, nos permite conocer como la sociedad se aleja de la realidad y se separa de sus raíces. Todo intento de pensar que podemos ir más allá de nuestra naturaleza es un error y una falsa ataya, porque no protege nuestra esencia. Es más, ocurre todo lo contrario, nos da paz saber y aceptar que no llegamos a abarcar nuestra vida. Que la gimkana de la vida, que nos invita a decir “¡paren el mundo, que me quiero bajar!” (atribuida erróneamente a Mafalda) es artificial y es fruto de pensar que podemos con todo.
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