La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) contabiliza un total de 1.154 lugares reconocidos como Patrimonio Mundial, los cuales atraen cada año millones de turistas atraídos por su valor cultural y que aportan valiosos ingresos económicos para sus entornos.
El patrimonio cultural de un territorio es un pilar fundamental de su identidad presente y un aliciente para los millones de turistas que hacen de la cultura su principal motivo de viaje. De hecho, el Anuario de Estadísticas Culturales apunta que en 2019 hubo 13 millones de turistas internacionales que viajaron a España con el fin de visitar parte de su patrimonio.
Uno de los reconocimientos más importantes que puede recibir un país es el Patrimonio Cultural o Natural de la Unesco. Este sello supone una importante oportunidad a nivel económico para la zona, más ahora que el turismo es una de las primeras industrias a nivel mundial y constituye buena parte del PIB de muchos países.
El listado actualizado de la Unesco incluye actualmente un total de 1.154 bienes catalogados como Patrimonio Mundial, de los cuales 897 pertenecen a la categoría cultural, 218 a la natural, otros 39 a ambas. De ellos, la Unesco califica 52 en peligro, la gran mayoría de ellos en África y en países árabes.
Algunos de estos destinos son mundialmente conocidos, como el Taj Mahal, Machu Picchu, o El Cairo, y otros pasan desapercibidos para la mayoría de los turistas. En Europa, uno de los más conocidos es Pompeya (Italia), una de las ciudades del antiguo imperio romano. Sus más de 60 hectáreas de extensión permiten al viajero conocer cómo era la vida en el Sacro Imperio hace más de 2000 años, lo que le valió en 1997 para ser distinguida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El inicio de las excavaciones se remonta a 1738 y las primeras inspecciones arqueológicas estuvieron a cargo de un español, Roque Joaquín de Alcubierre. Desde entonces, Pompeya ha sido una fuente de documentación histórica de valor incalculable, un terreno que sigue siendo explorado y visitado a partes iguales y que permite acercar al viajero a la época en que se gestó la cuna de una gran parte de la civilización.
En Asia, la ciudad de Hegra permanece casi intacta pese a haber pasado miles de años. Fue el primer lugar de Arabia Saudí que recibió la distinción de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Esta antigua localidad cuenta con 111 sepulcros de los cuales 94 de ellos están ornamentados y el elemento clave es que muchos de ellos cuentan con inscripciones. Esta circunstancia ha permitido a los historiadores acercarse más a la cultura nabatea, de la que Hegra llegó a ser la segunda ciudad más importante.
Hasta hace pocos años tan solo recibía 7.000 visitas al año, pero en 2019 empezó a abrirse tras los esfuerzos del país por convertirla en una de las insignias del Reino para promocionar el turismo y diversificar su estrategia en línea con la Visión 2030, un proyecto de reforma económica y social para abrir Arabia Saudí al mundo.
Por su parte, en América destaca el Parque Nacional de Tikal, un complejo natural que tiene hasta 575 quilómetros cuadrados de selva que rodean uno de los mayores yacimientos arqueológicos de la antigua civilización Maya. Es tal su importancia como testimonio de dicha civilización y como reserva natural que en 1979 fue el primer sitio del mundo en recibir la categoría mixta de Patrimonio Cultural y Natural por la Unesco.
Los 16 quilómetros cuadrados que ocupan las ruinas de Tikal cuentan con 3.000 edificios cata-logados, entre los que se conservan santuarios y centros ceremoniales. En muchos de los monumentos que aún persisten se encuentran pinturas, murales y jeroglíficos que permiten acercarse a la historia de la ciudad e incluso conocer sus relaciones con civilizaciones tan lejanas como las mejicanas Teotihuacan y Calakmul. No solo eso, sino que estas ruinas han permitido estudiar los principios cosmológicos del sistema de creencias de la civilización Maya.
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