Cultura

POLÍTICAS PÚBLICAS

Urtasun y la burocracia de los 'post-it' de colores

El reciente acto sobre 'derechos culturales' de Santiago de Compostela confirma la falta de sustancia del ministerio

Durante la primera década de los dosmiles, aprendí mucho sobre gestión cultural escuchando a una pareja de amigos progresistas que trabajaban en el sector. "Cuando quieras saber si algún espacio cultural es un timo, tenemos un indicio casi infalible: te encontrarás todo lleno de post-it de colores". No era solamente una ocurrencia personal, sino que la habían confirmado con otros agentes de toda España. Si pensamos en Madrid, la cosa se cumplía a rajatabla. En efecto, las oficinas y otros espacios de instituciones 'modernas' como Matadero, Medialab y el CA2M (impulsadas de manera indistinta por el PSOE o el PP) estaban saturadas de estos simpáticos papelitos, auténtico fetiche de procesos 'participativos' infantilizados. Además casi siempre dirigidos por burócratas entre hípster y woke, que ingresaban en el rango de cuatro a seis mil euros mensuales y vestían como si siguieran yendo al instituto (instituto privado: todo ropa cool de marca). 

Muchos se referían a sí mismos como 'mediadores', que más o menos quiere decir que reunían a colectivos de su entorno, es decir igual de hípsters que ellos, organizaban dudosos sistemas de deliberación (para eso son los post-it de colores) y vendían como democracia lo que es un legitimación del elitismo cultural. Las actividades molonas que se desarrollaron en esos centros durante años (todas muy decoloniales, queer y presuntamente descentralizadas) no fueron relevantes para nadie excepto para ellos mismos. Vaya, he escrito "actividades" cuando debería haber usado "procesos", que en esos ambientes era fundamental el uso de palabras clave que servían como contraseña en para reconocerse entre iniciados. Al final, el mayor legado de aquellos años fue un lenguaje entre pedante, burocrático y buenrollero que escondía el vacío absoluto de su paradigma cultural.

Está introducción, larga pero necesaria, viene a cuento por el muermo que supone ver menos de lo mismo en el acto sobre 'derechos culturales' del ministro en Santiago de Compostela, junto su colaboradora estrella, Jazmín Beirak. Por supuesto, al abrir la web que han preparado lo primero que te encuentras es a un grupo de jóvenes compartiendo post-it de colores. La página tiene una anticuada estética ochentera, con gráficos del tipo poner la palabra "Participa" dentro de una especie de explosión de cómic, un recurso que se usaba mucho en la publicidad de serie b de la época. Por supuesto, la principal aportación es que el Ministerio nos invita a participar en un "proceso" articulado a partir de trece "ejes", otra de las palabras fetiche de aquellos años. De hecho, las personas que participan en este tipo de tomas de decisión pertenecen a un perfil muy cerrado: funcionarios culturales, aspirantes a serlo y artistas interesados en averiguar cómo funcionan las subvenciones del sector, sobre todo.

Elitismo cultural

Les pongo el ejemplo que me parece más claro de cómo funciona la cosa: el eje número trece que propone el ministerio es el de “Sostenibilidad y Agenda 2030”. Esto significa que cualquiera que no esté de acuerdo con estos dos marcos políticos -el ecologismo ‘progre’ y el globalismo- queda totalmente fuera de la supuesta ‘diversidad’ del marco de decisión. Cuando pensamos en alguien que se opone a la Agenda 2030 suele aparecer en nuestra cabeza un señor de cincuenta y ocho años votante de Vox, vestido con escopeta y fachaleco, que vive en un pueblo de Burgos. La realidad es más compleja:  quien peor me ha hablado de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) en mi trabajo de periodista cultural es un prestigioso músico de afrobeat llamado Seun Kuti que sabe por él y por la historia de su familia que este tipo de proyectos solo sirven para sostener a los pequeñas élites funcionariales, como han visto tantas veces en Nigeria con los planes globalistas contra el hambre, la guerra y para favorecer el desarrollo cultural.

 Otros ejes del proyecto son "igualdad de género", "diversidad étnico racial" y -por supuesto- "mediación cultural". Les aconsejo entrar a estos apartados y zambullirse en su cháchara burocrática para ver cuánto tiempo la resisten sin bostezar y/o cabrearse. Mientras tanto, en los barrios pobres de España, sin necesidad de mediadores ni de un euro de dinero público, florecen de manera natural escenas musicales como el trap, donde la igualdad de género y la diversidad racial  superan a la que puede lograrse en las actividades de centros como 'modernos' como los mencionados anteriormente, llenos de blancos universitarios de clase media y alta .

En los barrios y pueblos saben que el ministerio no hizo nada por ellos en los tiempos de bonanza, así que será difícil que lo haga ahora con crisis

Hacer pronósticos y profecías no forma parte del trabajo de periodista cultural, pero tengo claro que es improbable que el Plan de Derechos Culturales de Urtasun dure mucho más allá de esta legislatura. Los ejes del programa son tan homogéneos en su retórica ‘progre’ que excluyen a más de la mitad del país -la que es reaccionaria, conservadora o apolítica- además de dejar también fuera a los progresistas que no comulgan con este paradigma cultural 'cuqui'. En los barrios populares y los pueblos pequeños saben que el Ministerio de Cultura nunca hizo nada por ellos en los tiempos de bonanza, así que será difícil que lo haga ahora con crisis. Lo único práctico que hará Urtasun desde su ministerio -lo ha hecho ya- es perseguir, despreciar y desfinanciar las fiestas populares con toros.

Cualquier día llegará un Milei con motosierra y le votarán en masa, incluso quienes no simpatizan con él. Mejor suprimir un ministerio que ver cómo se dedica a socavar nuestras tradiciones, sobornar a los jóvenes que empiezan a votar con un bono cultural de 400 euros y convencernos de que todo es un proceso consensuado. Como solía decir José Guirao, uno de los escasos gestores culturales progresistas eficaces y respetados, nuestro modelo desde los años ochenta puede resumirse en la frase “todo para el público, pero sin el público y con dinero público”. ¿Dejarán alguna vez de vender humo?

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