Cultura

Un Pulitzer, dos Nobel y tres 'pichulas': de Vargas Llosa a Camilo José Cela y Arthur Miller

Estos escritores fundamentales en el devenir literario del siglo XX abrazaron el hedonismo y casi todos acabaron arrepentidos de los excesos de la carne para volver a sus orígenes culturales

Iria Flavia, Arequipa y Nueva York son tres parajes tan lejanos entre sí que basta con patear uno de ellos para comprender los otros dos. Comparten el orgullo de ser el hogar de tres de los más grandes intelectuales del siglo XX. Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela y Arthur Miller vinieron al mundo en la primera mitad de la pasada centuria. Todos ellos, gracias a su aportación cultural, han cimentado una parte importante del vademécum literario actual.

Sus vidas, siempre ligadas desde la más tierna infancia a los libros, acabaron conectándose por el exceso más antiguo y humano que ha conocido el hombre: el placer de la compañía femenina. Ahora que Vargas Llosa ha sido expulsado (motu proprio si creen su versión) del clan Preysler, el mayor paraíso existente en el papel cuché, el Nobel peruano ha confesado que sus últimos ocho años no han sido más que una ensoñación fruto de la testosterona que gobernaba los apetitos de la carne.

El prófugo Vargas Llosa

Arrepentidos los quiere el señor. Si das el paso hacia la farándula y los desmanes, debes ser consciente que regresar después a 'Nunca Jamás' es un acto de humillación sin igual. Eso le pasó a Vargas Llosa, que abandonó a su amor de toda la vida, su esposa y prima Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos, para unir sus designios con una Isabel que parece estar de vuelta de todo y solo aspira a gobernar el imperio mediático que gestó hace más de cuarenta años y para el que todavía no ha encontrado sucesora. Ahora, perdido como un quinto en día de permiso, vaga por los más diversos rincones en busca de la paz que creía perdida.

Es imposible no empatizar con un hombre que, pese a haber aceptado de forma voluntaria salir en todas y cada una de las revistas del corazón y ser un producto artificial y vejado, ha huido de ese camino tortuoso. Sin embargo, choca ver cómo una persona con tanto bagaje ha caído en los derroches de ídolos pasados. Basta con echar un breve vistazo atrás en el tiempo para descubrir que Mario es solo el último de una lista de grandes escritores que, en algún momento de su vida, se cansaron del conocimiento y se entregaron al hedonismo y la fama.

Camilo José Cela, el hombre irascible

El gran maestro de todos fue Camilo José Cela. El gallego, quinto y último español en hacerse con el Nobel de Literatura, dio un giro radical a su vida cuando se separó de su primera esposa, Rosario Conde, con quien compartía sacramento desde 1944, por Marina Castaño, su exviuda ahora casada en terceras nupcias con el cirujano Enrique Puras. Siempre excéntrico, el autor empezó a perder un poco el norte en sus intervenciones a medida que iba envejeciendo. ¿Se acuerdan cuando le contó a Mercedes Milá que era capaz de absorber un litro y medio de agua por vía anal?

El novelista nacido en Iria Flavia en 1916 fue un hombre de carácter complicado, o así lo describía en entrevistas posteriores a la separación de la mencionada Rosario. Tal era el temperamento del gallego, que llegó a arrojar al fuego su manuscrito de La Colmena. Tuvo que ser Conde quien lo rescatase de un cruel final.

La obra, al principio repudiada por la dictadura pese al apoyo de Juan Aparicio, director general de prensa del régimen, acabó editándose oficialmente en España en 1963, convirtiéndose en uno de los mejores escritos jamás creados en lengua castellana. Su grandeza profesional le hizo eterno en la nación por excelencia de las letras europeas. Además de recibir el Nobel en 1989, es poseedor del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987 y del Premio Cervantes en 1995. Este último entregado por el rey emérito Juan Carlos I, íntimo amigo del literato.

Camilo José Cela recibiendo el Premio Cervantes de manos de Juan Carlos I / Terceros

Las infidelidades de Cela no eran algo nuevo para su exmujer, pero la llegada de Marina Castaño a su vida supuso un soplo de aire fresco con dos vertientes. Por un lado, consumó su papel de infiel, pero dicen los que le conocían que cuando se formalizó su relación con Castaño no se le conocieron más amoríos que el suyo. A veces para reformarse solo hace falta que el corazón y la pichula se centren.

El devenir de sus últimos años de vida en la prensa rosa emborronó un legado al alcance de muy pocos creadores en la historia de la literatura. Basta con ver quién acudió a su entierro para ver cómo decayó su imagen de autor en pos de la fama. Cuatro ministros, cero escritores. Comparen ustedes el sepelio de Cela con el de Pío Baroja, del que Camilo siempre contaba que el mismísimo Ernest Hemingway no quiso cargar con el ataúd porque consideraba que no estaba a la altura del donostiarra.

A diferencia de Vargas Llosa, Cela murió en los brazos (entiéndase) de Castaño, mientras que el peruano lo hará muy lejos de la diva de los bombones. Además, el gallego aceptó con gusto las críticas y el abandono del intelectualismo por una vida de regocijos y alborozos. La misma idea de retiro carnal, pero dos ejecuciones absolutamente diferentes.

Arthur Miller, un viajante enamorado

En esta trilogía de hombres cautivados por los encantos de féminas mucho más jóvenes que los apartaron de sus quehaceres intelectuales, falta el primigenio: Arthur Miller. El dramaturgo neoyorkino, archiconocido por sus obras Muerte de un viajante (1949) y Las brujas de Salem (1953), siendo la primera motivo de su premio Pulitzer, tuvo un impás amoroso de cinco años con la actriz y modelo Marilyn Monroe.

El 1951, la musa de Hollywood, acudió a una fiesta organizada por el director de cine Elia Kazan (Un tranvía llamado deseo), compañero de cama de Monroe e íntimo amigo de Miller, quien también participó en el evento. Aunque su primer encuentro fue casual, Marilyn quedó prendada del encanto y sentido del humor que desprendía el escritor.

El enamoramiento fue bidireccional y progresivo, pero ambos estaban comprometidos en aquella época. Miller estaba casado con Mary Slattery, mientras que Marilyn andaba con Joe DiMaggio, de quien se divorció tras un tormentoso matrimonio en 1955, después de solo un año casados. Con la pista libre, Arthur entregó todo a Monroe el 29 de junio de 1956, fecha en la que se presentaron en el juzgado del condado de Westchester en White Plains, Nueva York, donde se casaron por lo civil.

La relación fue mucho más idílica en la fase embrionaria que en su posterior maduración. Como en todas las parejas, la convivencia destapó la profundidad del amorío. Si han visto Blonde, la cual es un suplicio sin parangón, se habrán llevado una imagen errónea de la unión Miller-Monroe. La realidad es que ambos se desencantaron muy pronto, especialmente un Arthur Miller que la veía como una "niña dependiente". Tanto es así que ambos cometieron varias infidelidades que acabaron por dinamitar lo poco que quedaba del enlace.

Al igual que Vargas Llosa, Miller buscó refugio en los cariños de la fotógrafa Inge Morath, con quien compartió hogar hasta la muerte de ella en enero de 2002. Una mujer adulta y con las ideas claras, lo contrario de una Marilyn que, por personalidad y un pasado bastante turbio, nunca pudo terminar de dar el paso a la madurez.

No deja de ser curioso cómo estos tres hombres han terminado íntimamente relacionados por las precipitadas decisiones que tomaron con la bragueta, a la postre pésima consejera. Pero quiénes somos nosotros, simples mortales alejados de la grandeza de sus letras, de juzgar un pecado tan viejo como el mundo que pisamos y que nos atraparía a la inmensa mayoría de los que estamos aquí. Siempre nos quedará su legado cultural, que es más de lo que jamás hubiéramos imaginado.

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