La producción cultural de Corea del Sur no son solo grupos vocales pop o una continua riada de filmes entre la crítica a la sociedad moderna y el comercialismo más descarado. Quizá por ello los académicos suecos han decidido premiar este año con el Nobel a la escritora Han Kang (Gwangju, 1970) en una decisión sorprendente ya que no era favorita en ninguna de las quinielas previas al premio. Esta decisión, según el jurado, se debe a “la intensa prosa poética que se enfrenta a los traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”.
No es un juicio baladí: las novelas de Han Kang son fuertemente biográficas y están atravesadas por una hipersensibilidad tan admirable como ardua para cualquier escritor. Una muestra es La clase de griego (Random House, 2023, traducción de Sunme Yoon), donde una mujer de nervios quebrados y biografía sombría tiene una crisis en medio de una lección en la pizarra:
“Cuando pasó un minuto o más sin que pronunciara la siguiente palabra, los estudiantes empezaron a murmurar. Con los ojos muy abiertos, ella tenía la vista fija en un punto del vacío que no era la clase ni el techo ni la ventana.
- ¿Se siente bien, profesora? —le preguntó una chica de pelo rizado y ojos dulces que estaba sentada en primera fila.
Ella intentó sonreír, pero le tembló el párpado. Apretando con fuerza los labios temblorosos, murmuró desde algún lugar más profundo que la lengua y la garganta: «Ya está aquí de nuevo»”.
El resultado de esa quiebra, la pérdida del lenguaje, da génesis a un libro donde el aprendizaje del griego sirve como sinuoso camino de resurrección. No hay que ser especialmente agudo para ver ecos del Yukio Mishima hondo y oculto, el de la excepcional Música (1965), en una escritora cuyos personajes femeninos han sido reivindicados por muchas autoras atravesadas de esta hipersensibilidad.
Si bien esta notable predilección por el detalle y el monólogo interior se engarza también con una forma de escribir entre “la serenidad y el horror gélido”, según la novelista iraní Porochista Khakpour en la reseña de una sus obras más célebres: La Vegetariana (Rata, 2017, traducción de Sunme Yoon). Esta es una de sus historias más ambiciosas y crea una narración polifónica de un matrimonio en crisis luego de varios sueños traumáticos de la señora Yeong-hye. Su pareja, su enamorado familiar y doctores y doctores pasan en la obra buscando el génesis de su dolencia que la lleva del veganismo a no consumir nada de alimento en una búsqueda desesperada por la quietud de los vegetales.
Muchos han visto en esta obra una crítica al carácter caótico de la sociedad surcoreana contemporánea, en ebullición desde su esplendor económico de las dos últimas décadas, pero la autora declaraba al narrador barcelonés Milo J. Krmpotić:
“No pienso que `La vegetariana´ sea un retrato de la sociedad coreana. En la novela presento situaciones retorcidas y exageradas a posta. No la escribí pensando en mi país, sino en algo más universal. De todos modos, la sociedad coreana no es nada fácil. En medio del embate de la oleada neoliberal, todavía quedan restos de una cultura tradicional hecha trizas”.
En ese sentido, su elíptico final arbóreo -que el público español indudablemente enlazará con la serie animada David el Gnomo (1985)- ya había sido ensayado por la propia Han Kang en un cuentecito llamado El fruto de mi mujer del año 1997. Regresando a “Vegetariana…”, la obra no es tanto una vindicación de una vida contemplativa, sino como la única manera de evitar el sufrimiento en un quietismo que es inevitable leer como una vida de santo en occidente. Es importante, entonces, la frase casi franciscana “todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos” en una novela tan propia de la mentalidad asiática, del panteísmo oriental, como alejada de las piezas narrativas occidentales (“los personajes de tus novelas son excesivos” le dijo una lectora oriental a Pío Baroja como síntoma) que dominan editoriales como Anagrama o Random House.
Para estos lectores, en ese sentido, Han Kang tiene la escabrosa y doliente Actos Humanos (Rata, 2018, traducción de Sunme Yoon) que reconstruye la rebelión estudiantil de Gwangju de 1980 a través de varios testimonios. Estamos, claro, bajo la huella de Flaubert y se aúna la experiencia individual con el hecho histórico. Los muertos, en consecuencia, horadando la memoria de los vivos:
“Mi cuerpo, aplastado por la mole de cadáveres, era el segundo desde abajo. Aun comprimido de esa manera, ya no me quedaba sangre que derramar. Con la cabeza doblada hacia atrás, los ojos cerrados y la boca entreabierta, mi cara se veía todavía más pálida bajo las sombras del bosque. Cuando cubrieron al último hombre del montón con un saco de paja, la torre de cuerpos parecía el cadáver de un monstruo gigantesco con innumerables patas”.
Esta dualidad entre violencia frágil y sensibilidad más extrema, recordemos el sexo no consentido en La Vegetariana, continúa en otras obras. La propia autora, en ese sentido, afirmaba a The Guardian a propósito de su libro inspirado en la muerte infantil Blanco (Rata, 2020, traducción de Sunme Yoon):
“No es sobre la pérdida; es sobre lo valiosos que somos. Mis progenitores me decían a mí y a mi hermano: `Habéis nacido de una manera valiosa para nosotros y os habíamos esperado largo tiempo´. También había dolor en esas palabras: eran una mezcla de luto y nuestro valor al estar vivos”.
La obra citada, así, evoca el blanco puro que surge de las tinieblas, una especie de inocencia, que asocia a la condición humana más frágil. Más bien ensayo que novela, reconstrucción de situaciones desesperadas, detrás de párrafos existencialistas las imágenes más prístinas surgen de la pluma de la autora sudcoreana:
“Ciertos objetos parecen blancos en la oscuridad. Cuando la oscuridad se imbuye de la luz más tenue (…) estos brillan con una palidez etérea. Por la noche, preparo la cama sofá que hay en una esquina del salón y reposo bajo esa luz frágil. En lugar de dormir, espero y siento que mis sentidos se afinan con el paso del tiempo. Los árboles afuera proyectan siluetas sobre la pared de yeso blanco”.
Un triunfo de la prosa como experiencia individual, Han Kang es una excelente escritora y un justo premio nobel alejado de cualquier tentación política. Literatura doliente fruto de la biografía personal, los eternos fantasmas en la máquina, ha engatusado no solo a la academia sueca, sino a cientos de miles de lectores en Corea del Sur.
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