El anuncio navideño de J&B ha causado mucho revuelo. Supongo que la mayor parte de los lectores de Vozpópuli ya lo ha visto, pero lo resumiré por si acaso hubiese alguno que no: un hombre joven que se siente mujer asiste maquillado a la cena de Navidad de su familia porque su abuelo, al principio reacio, le conmina a hacerlo. En vez de escandalizarse, todos los presentes aplauden y celebran.
He ahí la trama del anuncio, que ha dado lugar a muchas interpretaciones. La derecha mediático-tuitera está, de hecho, dividida en dos: entre quienes piensan que es una exaltación de la ideología de género y quienes piensan que no hay nada de eso, sino tan solo un elogio del amor familiar. Yo, acostumbrado a tender puentes, a percibir comuniones donde no parece haber sino fricción, a rehuir el maniqueísmo como se rehúye el ácido, considero que el anuncio es ambas cosas. Que pretende enaltecer la ideología de género y que termina siendo también, indirectamente, un encomio de la familia y del amor que florece en ella.
Quienes niegan el vínculo del anuncio con la ideología de género aseguran que la elección del protagonista es casual. Creen en la inocencia de los guionistas, creen que eligieron a un hombre que se siente mujer como podrían haber elegido a un convicto, a un ladrón o a un drogadicto. Según ellos, lo que pretendía la marca era recrear la parábola del hijo pródigo, adaptarla a los tiempos actuales, hacerla inteligible para el hombre contemporáneo. No habría una finalidad política en el anuncio navideño, tampoco doblez ideológica; solo angélica beatitud.
El anuncio pretende enaltecer la ideología de género y termina siendo también, indirectamente, un encomio de la familia y del amor que florece en ella
Entiendo la interpretación. Juro además que me encantaría abrazarla, pero hay algo que me lo impide, quizá el hecho de que la moneda caiga siempre del mismo lado. Ya no creo en las casualidades, en las coincidencias, en los caprichos del azar; estoy vacunado contra todo eso. Si pudiendo haber elegido a un drogadicto, a un ladronzuelo o a un exconvicto JB ha elegido, sin embargo, a un hombre que se siente mujer, yo arqueo la ceja y me entrego al arte cada vez más necesario de la sospecha. No puedo evitarlo.
Eso no significa que sea insensible a la belleza del vídeo. No hay errores puros, falsedades inmaculadas. Nuestra precariedad, esa insuficiencia humana sobre la que tantísimo han reflexionado filósofos y teólogos, también enturbia nuestro modo de hacer el mal. Hay un reverso luminoso del pecado primigenio: una bondad original que nos impide perpetrar crímenes perfectos, predicar falsedades rotundas. En todos los errores, incluso en la propaganda más burda, incluso en las campañas publicitarias más abiertamente ideológicas, hay una semilla de verdad que ninguna persona intelectualmente honesta debería pisotear. Una semilla de verdad que está pidiendo a gritos ser rescatada y depositada en un terreno más fértil.
El anuncio nos recuerda que refutar una teoría, la ideología de género, no implica combatir a una persona, al transexual
El vídeo de JB nos recuerda, primero, la necesidad de escindir idea y rostro. Nos recuerda que refutar una teoría, la ideología de género, no implica combatir a una persona, al transexual. Nos recuerda que tras el hombre que no se identifica con su sexo, que tras la mujer que cree vivir en el cuerpo equivocado, se esconde un drama al que no cabe responder con ideología, sino con caridad; un drama al que no cabe responder solo con la frialdad de las abstracciones y de los silogismos, sino también con el candor del afecto.
Y nos enseña, segundo, que la familia es más un hospital de campaña que un campo de batalla, más una iglesia en la que se perdona que un tribunal en el que se juzga. Nos enseña que el amor que florece en ella es incondicional, que no atiende a razones. Una madre no ama a su hijo, un abuelo no ama a su nieto, por lo que hace, por lo que aporta, por lo que piensa, por lo que (se) siente. Lo ama por lo que es. El suyo es un amor que violenta la lógica del mundo, un amor que escandaliza por incomprensible, un amor cuyo objeto bien puede no ser amable. Los guionistas del spot lo intuyen, siquiera oscuramente, y nos lo recuerdan.
Mientras rumio el final de este artículo, me digo que es relativamente fácil denunciar la falsedad del anuncio, rasgarse las vestiduras, poner el grito en el cielo, llamar a las turbas al boicot de JB. Más difícil es, creo, y también más estimulante, buscar cuantas verdades yacen sepultadas entre los escombros del error y mostrárselas alegres al mundo.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación