Cultura

Verdades incómodas sobre el Día del Libro

Las casetas son noticia, la sustancia de los libros mucho menos

Miércoles a las siete de la tarde. Tres decenas de personas se han reunido en la planta baja de la librería Grant de Lavapiés (Madrid) para escuchar a Iván de la Nuez, ensayista y curador de arte. El pensador cubano, residente en Barcelona, es uno de los mejores críticos de arte que escriben en nuestro idioma. Presenta el breve y descolocante Posmo (Consonni), un juego de palabras con “posmodernidad” y “post-mortem”, donde denuncia nuestro agotamiento cultural: “Nunca hemos producido más imágenes ni hemos tenido menos imaginación”, resume.

El autor lamenta que “esta presentación es noticia, pero el libro del que hablamos no lo es”. Alude a que sufrimos una “periodistización del arte y la literatura”, donde los debates sustanciales se ahogan en los pantanos de la inmediatez y del periodismo precarizado. “Es nefasto”, subraya. “Antes la presentación de un libro o la inauguración de una exposición también eran noticia, pero luego venía un crítico y lo que tuviera que decir también se publicaba en los periódicos”, recuerda. “Hoy ya nadie quiere ser crítico: el ochenta por ciento de los periodistas escriben novelas, no van a pisar ninguna otra manguera. Ahora lees reseñas sobre libros que no dicen nada sobre el libro”, denuncia. 

Más madera: “Ya nadie atiende a los mecanismos internos de un relato. No puede ser que todo el mundo escriba la misma novela feminista y el mismo libro cubano”, subraya. “El crítico comunista Constantino Bértolo suele decir que un libro vale lo que tú no sabes que va a pasar en ese libro. Ahora estamos saturados de novelas y ensayos previsibles. Se ha puesto un mapa sobre el territorio, el mapa de lo noticiable. La batalla cultural que merece la pena es una batalla contra el estereotipo”, defiende. 

De la Nuez pone otro ejemplo revelador sobre el vacío cultural que padecemos: dice que se le han quitado las ganas de volver a Arco porque este año presentó su ensayo allí y le colocaron en un pasillo por donde no dejaban de pasar asistentes, saboteando la comunicación y el debate entre los interesados. La industria editorial española ya es un centro turístico con perpetuo overbooking en el que se editan 30.000 nuevos títulos comerciales al año, tres nuevos libros cada hora. La saturación de novedades, y su diabólica rotación en las estanterías, obstaculiza el debate sobre los mejores textos. 

Otro Día del Libro

¿Es el Día del Libro una fiesta luminosa con un lado oscuro o directamente forma parte del problema? El año pasado, muchos autores y editoriales que firmaban en las casetas de la Feria del Libro de Madrid no podían permitirse los precios de ningún alojamiento próximo a El Retiro, tal y como explicó la escritora y periodista Txani Rodríguez en su artículo “Voz de pobre". Allí contaba que había telefoneado a un hotel de la capital, que se había negado a comunicarle el precio de la habitación por su manera de expresarse (quizá por hablar en castellano, desvelando su condición de no-turista, quizá por carecer de la seguridad que exudan los ricos, olían que no alcanzaba el presupuesto adecuado). 

Pocos días antes de este Sant Jordi, el escritor argentino residente en Madrid Patricio Pron publicaba una página en El País donde denunciaba que ya no se venden realmente libros, sino que más bien el lector más bien se adhiere a celebridades, sean estas culturales o no. La industria editorial actual “ya no vende textos literarios, sino historias personales de superación”, explica. Muchos autores “participan activamente de esta estrategia y exhiben a sus hijos en las redes sociales, se fotografían practicando su deporte favorito, nos informan del estado de salud de sus familiares directos y del suyo propio, ensayan una postura sexy, cuentan qué han comido hoy o nos dan su opinión sobre la última teleserie como si todo ello fuera parte de su proyecto de escritura, toda su obra: penosamente, en muchos casos, lo es”, señala.

El comentario que más he repetido en actos culturales este año es esta reflexión que hizo una vez Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes: “Ya nadie presume de ser culto, no existe esa aspiración que antes estaba muy presente en las élites sociales. Hoy todos buscamos lo mismo: ser jóvenes, ricos y salir guapos en Instagram”. Hemos vivido un proceso de homogeneización consumista donde los libros son algo prescindible, incómodo, anacrónico. No tienen valor ni en las tiendas de segunda mano para bibliófilos, donde un becario de veinte años te compra los volúmenes ‘al peso’ y no por su contenido. Ray Bradbury imaginó en Fahrenheit 451 un poder que temía a los libros hasta el punto de ordenar quemarlos, pero -como se ha dicho tantas veces- lo peligroso no es tanto eso como una sociedad donde los libros están ampliamente disponibles, pero ya nadie desee leerlos. Cada día estamos más cerca.  

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