Cultura

Los trapos sucios de ‘Vice’

Hipocresía, sexismo y evasión fiscal

La semana pasada se anunció el cierre de la sucursal española de Vice, el emporio de tendencias que comenzó como una revista y terminó siendo descrita como el recambio milenial a la poderosa MTV. La revista fue fundada en 1994 en Montreal, con ayuda de una subvención del gobierno canadiense, para poco a poco irse convirtiéndo en una especie de biblia global del hipsterismo, la incorrección política y las estéticas más radicales dentro del sector del ocio juvenil.

¿Cómo definirla en pocas palabras? Si Rolling Stone destacó por cubrir a fondo la contracultura, desde Jimi Hendrix hasta las manifestaciones contra Nixon, Vice apostó por la irreverencia chic, por ejemplo enviando en 2011 modelos masculinos vestidos de Armani a las manifestaciones de Occupy Wall Street, con el objetivo de burlarse de la protesta. Uno de los maniquíes comía caviar con cuchara entre la multitud, otro se ponía a tocar los bongos con su corbata como cinta de pelo y el tercero paseaba una pancarta con el lema "chupa el uno por ciento de mi polla" (réplica chusca al lema “Somos el 99%").

'Performance' de Vice en Wall Street

El cierre de la rama española vino precedida de maniobras sospechosas para los trabajadores, por ejemplo un goteo constante de despidos, que se interpreta como una estratagema de la directiva para esquivar la legislación de los ERE. Incluso en los peores momentos económicos, con pérdidas de más de un millón de euros por ejercicio, la empresa huyó hacia adelante alquilando unas carísimas oficinas de diseño con un coste aproximado de 20.000 euros al mes. La liquidación actual afecta a 57 personas, entre el departamento editorial y la agencia de publicidad. La desaparición de Vice Iberia culmina una oleada de cierres y recortes en el sector, que afectó a cabeceras tan emblemáticas como Buzzfeed y Playground. Decae por tanto un modelo de negocio consistente en demostrar sintonía con la cultura juvenil para luego capitalizarlo a través de contratos con la agencia publicitaria de la propia empresa.

Desde su fundación y hasta 2016, Vice España tuvo a toda la plantilla trabajando como falsos autónomos, hasta que una inspección de Trabajo impuso una multa de 950.000 euros.

Desde su fundación y hasta 2016, Vice España tuvo a toda la plantilla trabajando como falsos autónomos, hasta que una inspección de Trabajo impuso una multa de 950.000 euros. Durante el proceso de despido colectivo de los últimos meses, la empresa se negaba reconocer las antigüedades anteriores a 2016 -los falsos autónomos descubiertos-, pero los abogados corporativos tuvieron que recular ante la certeza de que finalmente les obligaría el juez de lo social, según explican fuentes internas a Vozpópuli.

De incorrectos a obedientes

La batalla cultural que mejor define la trayectoria de Vice es su tortuosa relación con el concepto de lo ‘políticamente correcto’. En sus inicios, fue la bandera que les hizo destacar y crecer por muy por encima de sus competidores, convirtiendo la cabecera en una marca ganadora. Poco a poco, fueron imponiéndose las políticas de la identidad, de las que Recursos Humanos presumía en sus comunicados internos. Por ejemplo, tenían en nómina un 40% de empleados 'no blancos', más o menos el doble que la competencia. En navidades de 2017, la empresa tuvo que reconocer una cultura interna de machismo rampante, tras las denuncias de veinte empleadas, entre víctimas y testigos de acoso sexual.

La revista tuvo que pedir disculpas públicas en 2017 por permitir actitudes machistas que humillaban a sus trabajadoras o las despedían por no tener sexo con un directivo

Sandra Miller, ejecutiva de la firma, recordaba que vivió “un ambiente tóxico, donde a los hombres se les permitía decir las cosas más desagradables, mientras que las mujeres eran consideradas trabajadoras inferiores”, denuncia. Se alcanzaron al menos cuatro acuerdos extrajudiciales, uno de los cuales implicaba a Andrew Creighton, entonces presidente del grupo. El directivo despidió a una subalterna por negarse a mantener una relación con él. Para evitar los tribunales, Vice tuvo que pagar 135.000 dólares.

Jessica Hopper, periodista freelance, incluyó en uno de sus artículos que durante una entrevista el rapero Murs le propuso tener sexo, a lo que ella se negó. Superiores masculinos de Vice cambiaron el texto, sin su permiso, indicando que ella había aceptado. Billie ‘JD’ Porter, una periodista londinense que empezó a trabajar en Vice con solo dieciséis años, tuvo que aguantar que en sus tarjetas profesionales la describieran (también sin su permiso) como “Lolita capaz de arruinarte la vida”. Cuando se hicieron públicos episodios como estos, la revista se disculpó por los casos de discriminación y contrató a la feminista Gloria Steinem como supervisora de las conductas de género en la compañía.

Hipocresía corporativa

Mientras se desguazaba la rama española, los empleados al borde del paro estuvieron recibiendo correos electrónicos periódicos de Nancy Dubuc (CEO global, que reside en Estados Unidos) donde no se mencionaba el cierre, pero sí se daba autobombo a las políticas de inclusión de la empresa, se anunciaba la inminencia de subidas de salarios y se reafirmaba  el compromiso con el movimiento antirracista Black Lives Matter. Dubuc incluso hablaba de lo relajante que le resultaba cocinar pollo asado y de la satisfacción de haber plantado lechugas en su huerto, aunque solo hubiese podido cosechar cinco hojas (“¡ensalada para uno!”). También subrayaba que Vice era una empresa que se enorgullecía de cuidar a sus trabajadores y que se concedería un descanso a cualquiera que lo pidiese. “Necesitamos cuidarnos unos a otros o nos habremos fallado colectivamente. Tanto vosotros como vuestro trabajo -especialmente ahora- es demasiado importante como para no tomaros tiempo personal”, afirmaba. El nivel de cursilería era tal que podía confundirse con un artículo de humor negro de la antigua Vice.

Shane Smith (dueño. de Vice) y Nancy Dubuc (presidenta)

Desde muy pronto, la empresa demostró su capacidad para hacer dinero. En plena recesión global, por ejemplo durante el ejercicio 2011, facturaron cien millones de dólares con márgenes de beneficio del 20 por ciento. En 2012 doblaron sus ingresos, según revelaba en Forbes el periodista Jeff Bercovicci. El emporio, que pasó a expandirse hacia proyectos artísticos y en el sector audiovisual, firmó acuerdos con gigantes empresariales como el grupo Intel, el banco de inversiones Raine Group o la productora HBO, entre otros. También contó con inversores tan potentes -y tan políticamente diversos- como George Soros, Rupert Murdoch, Disney Group y 20th Century Fox.

La empresa tenía un entramado de ingeniería fiscal en Europa y tributaba en paraísos estadounidenses como Jersey y Delaware

Shane Smith, máximo directivo e ideólogo del proyecto, solía decir que el próposito de Vice era “subrayar el absurdo de la condición contemporánea”. Ciertamente la empresa cultivaba un humor delirante con artículos del tipo “¿Estamos viviendo dentro de una computadora?”, “Pasajero intoxicado orina en la parte posterior de su asiento del avión” o “La gente que consume alimentos sin gluten tiene más sexo que la que no”. También hubo reportajes de gran periodismo, por ejemplo la cobertura del Estado Islámico en su época  de mayor tensión política y militar. Un reciente meme sobre la revista señala que pasaron de hacer reportajes sustanciales sobre corrupción internacional a listas políticamente correctas del tipo “Diez razones por las que Bob Esponja es homófobo”.

A nadie le ha sorprendido leer que el cierre de la rama española confirmó que la empresa tenía un entramado de ingeniería fiscal en Europa o tributaba en paraísos estadounidenses como Jersey y Delaware. Por tanto, no se puede dudar de que sabían de lo que hablaban al publicar el reportaje “Guía de los megarricos para elegir un paraíso fiscal”, que firmó el periodista Gavin Haynes en abril de 2013. Se prevé que Vice seguirá publicando contenidos en nuestro idioma desde América Latina bajo la etiqueta Vice en español.

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