Ocho orejas. Sólo así se puede volver de la muerte. Sólo así. Valladolid. Virgen de San Lorenzo. Seis de la tarde. Calienta la piedra. Treinta y cuatro grados en el termómetro. Aprietan el corazón y las tripas. Aprietan los dos; sin piedad. Treinta y cuatro pasos separan el estribo de los medios, el lugar donde la muerte traviste en valentía... o locura. Toro y torero en un mano a mano por la vida. Cuando se cumplen casi dos meses del fallecimiento del diestro segoviano Víctor Barrio -aquella tarde de infierno en Teruel-, la plaza de toros de Valladolid presta su arena para el homenaje que seis espadas rinden a un hombre que ha muerto antes de tiempo: Víctor Barrio. Así abre la feria vallisoletana: ardiente de pura vida, la que todos queremos devolver a quien ya no la posee.
Así abre la feria vallisoletana: ardiente de pura vida, la que todos queremos devolver a quien ya no la posee.
Juan José Padilla, José Tomás, Morante de La Puebla, El Juli, José María Manzanares y Alejandro Talavante han hecho este domingo 4 de septiembre lo que los dioses con los suyos: ir hacia la muerte y volver de ella. Sí, un cartel histórico de fieras que sostienen en las mandíbulas el recuerdo de Víctor Barrio, un hombre que resucita en un homenaje de sol e infierno; de tristeza y euforia. Calienta la piedra. Treinta y cuatro grados. Treinta y cuatro pasos entre el estribo y los medios. La vida y la muerte en su baile de pasodoble y abanico. La invitación a olvidar que el verano, como su uve, quiebra.
Decía Octavio Paz que en el toreo el peligro alcanza la dignidad de la forma… y con ella la veracidad de la muerte. En la plaza de toros de Valladolid no cabe un alma; y aunque delgadas, las almas aprietan. Comienza la tarde con Organillo, un astado negro de Juan Pedro Domecq de 441 kilos. Los que saben de toros aseguran que era flojo, pero Juan José Padilla, muy pirata él, va erguido como un alambre. Y se dobla, de rodillas, para arrancar oles. Capote eléctrico y banderillas que se clavan como un alfiler en una barra de mantequilla. Ahí va el primero de la tarde. Padilla ofrece un redondo sinfónico y se crece antes de la estocada –que los entendidos mientan baja-.
En el callejón, José Tomás observa y aceita la cintura. Se mueve como un Dios que aparece cuando le da la gana. Un altísimo caprichoso que arranca vítores. Observándolo desde un palco que lo olisquea, el diestro de Galapagar parece ser algo más que sí mismo. José Tomás es lo que quienes han venido a verlo desean de él: la joya que brilla en su cápsula. Irreal, emocional, fantasmagórico. Eso es él: un arrebato. Ahí va José Tomás, el hombre-eclipse: el sol y la sombra, el silencio y el aplauso. El corazón entero apretando en la quietud. Así ha recibido José Tomás a Tortolito, un castaño del Cuvillo, de 502 kilos. Así: como una fantasmagoría.
Que José Tomás existe lo saben quienes lo siguen y los que se bautizan viéndolo matar con los pies bien sujetos en el albero. Ni un centímetro de vértigo. Y aunque ni la tarde ni el astado le hagan honores, José Tomás se impone. El levanta una tormenta, aunque no pase nada. A pesar de que la épica no se derrama, hay deidad. Hay estocada –trasera, dicen los entendidos- y oreja. Viene el turno de Togado, toro de 508 kilos de Zalduendo, que corresponde Morante de la Puebla, que se pasa tres pueblos en esta faena. El sevillano brinda al público y arranca la muleta bien pegadito a las tablas. Luego baila Morante hacia el centro... entre oles y naturales. Con lentitud y belleza. La estocada –corta, dice la prensa entendida- le vale dos orejas.
José María Manzanares manda a callar a la banda en la faena... de lo poco que quiere embestir el astado
Llega El Juli para Escapulario, un astado de Domingo Hérnandez de 490 kilos. Capote airoso, cual vestido que levanta al vuelo. Puro viento que no sopla. Brinda el madrileño a la familia de Barrio y entre lopecinas da espectáculo y torería. Venga: dos orejas y vuelta al ruedo. El prieto Gorrión de Victoriano del Río con sus 514 kilos le amarga la tarde a José María Manzanares, que manda a callar a la banda en la faena... de lo poco que quiere embestir el astado. A pesar de los esfuerzos, el alicantino se va sin tocar pelo y entra, inmenso, Alejandro Talavante.
Sale al ruedo Cacareo, un toro de 489 kilos de Núñez del Cuvillo. El extremeño brilla bajo los faros de la plaza. Brilla en sí mismo y más allá. Pura rodilla y naturales. Todo él puñal, todo él verdad. Que Talavante torea en endecasílabos es tan cierto como el sol que se esconde al caer la tarde. Y así cierra el diestro: con dos orejas, rabo y euforia. Arranca un oleaje de pañuelos blancos en una plaza sin playa. Talavante es tan grande que inventa el mar en Castilla. Ahí donde hay campo y ladrillo él levanta mareas de tela blanca.
Domingo 4 de septiembre. Hoy, hemos vuelto todos de la muerte. Fiesta para recordar que la vida se ausenta del corazón y regresa e a ella en días como hoy: de calor y belleza. Virgen de San Lorenzo. Cae la tarde. Se pierde el día en el desagüe del domingo que acaba. Homenaje a Víctor Barrio. Una tarde para guardarla repujada en los huesos. Cuatro de septiembre, el día que un hombre volvió a la vida en el filo de seis espadas.
Talavante es tan grande que inventa el mar en Castilla. Ahí donde hay campo y ladrillo él levanta mareas de tela blanca.
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