"¿Quién ha dicho que no se puede cambiar a los 40?", le pregunta un personaje a otro en la película Una vida no tan simple. "Claro que se puede, solo que tienes que saber que ya estás en la cara b de la cinta", responde el segundo sobre una época en la que los "temazos" se han convertido en "baladas". Con esta tragicomedia semiautobiográfica sobre la crisis de los 40, el cineasta Félix Viscarret busca una reflexión sobre la frustración laboral, las expectativas de la paternidad y las decepciones de la edad adulta sin perder la sonrisa.
"Estamos haciendo malabares entre nuestra vida personal y profesional, tenemos la sensación de que todas las pelotas están en el aire y que se van a caer", señala el cineasta a Vozpópuli con motivo del estreno en los cines de esta película, protagonizada por Miki Esparbé, Álex García y Ana Polvorosa, y que compitió en la sección oficial de la pasada edición del Festival de Málaga.
Precisamente, en el certamen malagueño, Viscarret consiguió uno de los mayores reconocimientos de su carrera: la Biznaga de Oro, el máximo galardón del festival, que recibió por su película Bajo las estrellas (2007), basada en la novela El trompetista de Utopía, de Fernando Aramburu, de quien más tarde también se encargó de la adaptación de su archiconocida Patria para HBO. Por esa misma película, además, ganó el Goya al mejor guion.
Aquellos reconocimientos le llegaron muy pronto, cuando apenas tenía 32 años, al igual que le sucede al protagonista de su nueva película, un arquitecto que, años después de ganar uno de los premios más prestigiosos de su profesión y con dos niños pequeños, vive frustrado por no ocupar el espacio profesional que cree que le pertenece y agotado por la difícil tarea de sacar adelante una familia junto a su pareja, que no tiene fuerzas ni para compartir momentos de intimidad.
Ahora, con 48 años, Félix Viscarret (Pamplona, 1975) se ríe del daño que causan las expectativas en una película que califica de "semiautobiográfica" y en la que su protagonista, un Miki Esparbé pletórico que sale de la zona de confort de comedia en la que más se le ha visto, interpreta una suerte de Woody Allen, demasiado apesadumbrado y obsesionado por recuperar algo del brillo que tuvo en el pasado y del éxito con el que se vio en el futuro.
"Esta es una historia personal que surge de observar lo ridículos que somos o de lo ridícula que es la vida de uno si se observa con humor. Suelo negar, decir que son historias de mi generación, pero el guiño es divertido: tener un reconcimiento pronto en tu carrera. En tu vanidad absurda piensas que eso va a ser así, y luego vienen esos años de sequía profesional, de frustración de pelear por proyectos que no salen, y ahí ves una comedia dramática que ojalá nos permita observar nuestras expectativas y la realidad", reconoce el cineasta acerca de las coincidencias entre la vida ficticia de Isaías y la suya propia.
Todos sabemos que, al final, es feliz el que vive en la realidad, no el que vive frustrado porque no se cumplen sus sueñosFélix Viscarret, cineasta
Esta película funciona como un juego con las expectativas y con el coste de oportunidad, esa expresión que se utiliza en el ámbito económico para referirse al coste de una alternativa que uno no elige cuando toma otra decisión. "Durante tu juventud piensas: 'Cuando sea mayor, cuando me realice profesionalmente, cuando tenga éxito, cuando me vayan bien las cosas'. Lo formulas de una manera menos vanidosa, pero es eso. Y luego llega un momento en la vida en el que te das cuenta de que eso no tiene sentido, tu vida es esto. Eso conlleva un ajuste con la realidad", señala el cineasta.
"Todos sabemos que, al final, es feliz el que vive en la realidad, no el que vive frustrado porque no se cumplen sus sueños. Está visto con ironía lo que tiene que ser en cualquier profesión que lidie con creatividad, el éxito temprano y la vanidad de que todo será así. Parte de un material semiautobuigráfico, pero la idea es que todos se puedan identificar ahí. Me gustaba trabajar con empatía hacia los cuatro personajes principales", ha señalado.
Una vida no tan simple: crisis de paternidad
El protagonista de Una vida no tan simple es feliz con su paternidad, pero siente que se está perdiendo algo, en una irremediable crisis con la edad adulta en la que uno ya no puede jugar a ser más joven. "Te das cuenta de que no puedes tener delirios de grandeza ante lo que va a ser la vida, que es esto. Tu ego y tu vanidad se van a resentir un poco, pero te vas a dar cuenta de que eres muy afortunado en la vida", señala el director sobre una etapa de la vida en la que uno se da cuenta de que sus amigos sin niños ya no le llaman, en la que "no hay vida más allá de las 20.30 de la tarde" y en la que los jefes encuentran a alguien que lo hace "más rápido y bonito que tú".
Viscarret cree que no es algo de "hombres o mujeres", sino que la crianza puede afectar tanto a la carrera de unos como de otros, especialmente en las etapas de "dependencia absoluta" en la que los más pequeños "no pueden valerse solos ni para hacer pis". "Nos necesitan para todo y nos van a absorber todo el tiempo que les demos. ¿Qué hay en el otro polo de tu vida en esos años? Un monstruo que también te absorberá todo lo que le des: tu realización profesional", señala el cineasta.
Aunque aquella etapa que ahora refleja en el protagonista de Una vida no tan simple ya ha quedado lejos, el cineasta se arrepiente de algo. "Gruñí más de lo que debía. Me quejé, rezongué y resoplé de más en unos años maravillosos", reconoce el director.
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