Andy Warhol (1928-1987) lleva muerto casi el mismo tiempo de su visita a España, en 1983. Entre ambas corren cuatro años de diferencia. Aquellos días marcaron una época en la que Warhol tuvo una segunda juventud para la crítica gracias al contacto con las figuras más jóvenes del arte como Jean-Michel Basquiat, Julian Schnabel o David Salle. Bajo la sombra del artista y su Factoría, ellos obtenían relumbrón y él algo de sangre nueva. Ganar-ganar. Una combinación de la que el norteamericano sigue sacando partido incluso 30 años después de fallecer un 22 de febrero de 1987 tras una inesperada arritmia post-operatoria luego de una cirugía de vesícula.
Lleva muerto casi el mismo tiempo de su visita a España, en 1983. Entre ambas corren cuatro años de diferencia
Delgado como un alambre y aquejado por una rara dermatitis –acaso los aires duros de Madrid-, el padre del arte Pop aterrizó en España un 14 de enero y se marchó un 25 del mismo mes. Fueron nueve días, apenas nueve. Suficientes para que arribistas y rapsodas, galeristas y aristócratas intentaran recibir de él alguna bendición para santiguar su modernez y su gusto transgresor. Mientras algunos ensalzan la excursión de aquellos días con recargadas anécdotas, al parecer , de aquella visita Warhol sólo recuerda las pastas de té de Mallorca (compró unas cuantas para llevarse a Nueva York) y la arquitectura de El Escorial, cuya severidad le fascinó. De resto, no mostró mayor entusiasmo. Apenas habló en todos aquellos días.
Hablan de Warhol como un extraterrestre ensimismado, alguien que apenas habló y que al parecer no se dignó a responder a la animada cháchara de Isabel Preysler
En sus diarios (Diarios, Andy Warhol, Ed. Anagrama), donde rendía cuenta de todo cuanto hacía o dejaba de hacer, Warhol no dedica ni una sola línea a España. ¡Ni una! Quienes recuerdan aquel viaje, José Antonio de Villena por ejemplo, hablan de Warhol como un extraterrestre ensimismado, alguien que apenas habló y que al parecer no se dignó a responder a la animada cháchara de Isabel Preysler, quien se sentó a su lado en una cena ofrecida por Juan March, donde se reunieron unas 15 personas, y a la que siguió una fiesta de cerca de 100 invitados a la que acudieron desde Ana Obregón hasta Pedro Almodóvary Fabio McNamara. Sólo Miguel Bosé consiguió sacar tajada de la visita con un retrato para la portada del disco Made In Spain. Preysler se quedó sin su retrato.
Una vida muy siglo XX
Cuando Truman Capote escribió su primera novela, en 1948, Andy Warhol aún no había llegado a Nueva York. Era, como el Truman que se describe a sí mismo en el prólogo de Música para camaleones, un joven provinciano con aspiraciones artísticas. Un chico de pueblo que hacía sus prácticas en el arte del escándalo, la disciplina estética que dominó con mayor maestría. A la manera de una Polaroid, es posible admirar a ese proto-Warhol que irá gestándose en la década los 40, sus años de formación, poco antes de su llegada a Nueva York. En ese entonces, Warhol tenía 20 años y deseaba la fama tanto como el dinero. Fue a esa edad cuando superó su admiración algo kitsch por Shriley Temple -cuya foto autografiada está incluída- por otra no menos empalagosa.
Warhol dedicó a Truman Capote su primera exposición en Nueva York en la Hugo Gallery, en 1952
La fascinación que Warhol sentía por Capote, y probablemente debido a su empeño por abrirse paso en determinados círculos intelectuales y burgueses a los que el escritor tenía acceso, llevó a Warhol a dedicarle al autor de A sangre fría su primera exposición en Nueva York en la Hugo Gallery, en 1952. Se llamó Quince dibujos basados en las escrituras de Truman Capote. A esa época pertenecen sus colaboraciones para Harper's Bazaar, New York Times y Glamour. Aun no está del todo obsesionado con la repetición, como ocurriría con sus serigrafías de los sesenta, sino centrado en técnicas como la línea manchada, dibujos y acuarelas.
El Warhol de los 60 y los 70
Ya en esa década Warhol es el hombre que será. Ya había comenzado a trabajar los fotomatones con los que Warhol de los que surgirían serigrafías icónicas como las que dedicaría a Marilyn Monroe o Jackie Kennedy. Estos retratos fueron hechos por Warhol a partir de fotografías de prensa que éste coleccionaba. Justo en ese periodo Warhol tuvo su primera individual en la galería californiana Ferusel y comenzó a desarrollar las serie de las latas de sopa Campbell, las botellas de Coca Cola o los billetes de dolar, a las cuales no se les hace siquiera un guiño.Colabora además con la banda The Velvet Underground, liderada por Lou Reed, con su serigrafía para el álbum The Velvet Underground and Nico, un año antes de que Warhol crera su revista Interview.
No sería hasta 1970, con la aparición de su gerente Fed Hughes, cuando Warhol comenzó a pintar a personajes ricos y famosos
No sería hasta 1970, con la aparición de su gerente Fed Hughes, cuando Warhol comenzó a pintar a personajes ricos y famosos. En esos años cambia la técnica del fotomatón por las polaroids, instantáneas contrastadas que transferían muy bien a la serigrafía. Pintó a Yves Saint Laurent, que le introdujo en la alta sociedad parisina; Liza Minelli, Arnold Schwarzenegger o Pelé. Son los años de la discoteca Studio 74 y de los retratos a Carolina Herrera, Elizabeth Taylor John Lennon, Diana Ross, Brigitte Bardot, así como su serie dedicada a Mao. Si bien su feudo creativo La Fábrica existía ya en los sesenta, será en los años ochenta cuando ésta alcanzará el máximo nivel de febril actividad. Son sus años vistosos. Todo lo ha tenido, o casi.
Se ha convertido, por decirlo de alguna forma, en la profecía cumplida de Benjamin y su era de reproductibilidad. También en el pelotazo de los coleccionistas asiáticos
Se ha convertido, por decirlo de alguna forma, en la profecía cumplida de Benjamin y su era de reproductibilidad. También en el pelotazo de los coleccionistas asiáticos, que hace cinco años reventaron us valor de mercado. Él es la exaltación de la celebridad y la cultura de masas que supo utilizar para una nueva sacralización: la del museo de arte y la suya propia en tanto personaje. En aquellos años desaforados, conoce a Andrea de Portago Cabeza de Vaca, marquesa de Portago, quien se había convertido en el icono de moda de los años 70. Era la imagen de Farouche, la mítica fragancia de la diseñadora Nina Ricci y animal nocturno habitual de Studio 54, de donde fue a parar a The Factory. Probablemente la coincidencia en ambos precipitaría la visita de Warhol a España años después. Una época inverosímil, casi tanto como las coincidencias que propició
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