Cultura

El apagón de Whatsapp y la ansiedad del vacío

Domingo por la tarde. No tienes nada que hacer y decides que estaría bien darse un paseo tranquilo por el parque del Retiro. Sales de casa y te diriges al

Domingo por la tarde. No tienes nada que hacer y decides que estaría bien darse un paseo tranquilo por el parque del Retiro. Sales de casa y te diriges al metro. De repente te encuentras corriendo por la estación para conseguir subirte al que acaba de llegar. Sin embargo, no tienes ninguna prisa, ¿será cosa de Madrid?

Una vez en el vagón, coges el móvil y abres Twitter. Le das un repaso a la TL completa mientras se suceden las paradas. Deslizas el dedo hacia la derecha e izquierda sobre la pantalla del Tinder. Recuerdas que tienes una cita mañana con un cuerpo despampanante a consumir y te preguntas por qué. Consigues un match. Y otro. Y otro. Cuando ya te aburre cambias de aplicación. Llegas a tu destino, ¿y ahora qué?

Correr de atracción turística en atracción turística para subirlo a tus stories y entretenerte al ver crecer el número de espectadores no parece el mejor de los planes, ni es tampoco lo que tenías pensado hacer hoy; pero asumes que la dopamina generada por las interacciones de Instagram no tiene competidor posible, y menos si tu otra opción es guardar el móvil y, simplemente, detenerte un ratito. Quizá ya no se pasea como antes. Recuerdas cuando escuchaste aquella vez en la Universidad una frase que decía que “el capitalismo es un roedor en una rueda que necesita correr más rápido para correr más rápido” y se parece mucho a cómo sientes que se ordenan tus acciones.

Uno de cada diez adolescentes españoles sufre ansiedad o depresión

Tal vez a alguien le pudiera sonar como una situación especialmente exagerada, pero no lo es en absoluto. Prueben y analicen su cotidianidad, verán como su día a día está mediado en cada instante por esa vertiginosa velocidad. Es muestra clara de esta angustia imperante cómo el pasado lunes, ante la mayor caída de un servicio de mensajería instantánea en la historia, el mundo se lanzó corriendo a Twitter para comentarlo y a la Play Store de Google buscando alguna aplicación con la que conseguir suplir esa falta, pues llamar por teléfono no es ya una opción entre las generaciones más jóvenes.

España, campeona en ansiedad juvenil

La posibilidad de una tarde tan normal como cualquier otra se disipó rápidamente por la ansiedad descontrolada; nada raro, por otra parte, si tenemos en cuenta lo que nos dicen los estudios sobre el estado de la salud mental de los jóvenes, en nuestro país y en todo el mundo, agravado por la pandemia. Conocimos ayer los dramáticos datos presentados por el informe Estado Mundial de la Infancia 2021 de Unicef en el que figura España como el país de Europa en el que los adolescentes sufren mayores problemas de salud mental: afectan al 20,8% de los españoles de entre 10 y 19 años, y la ansiedad y la depresión suponen el 54’8% de ese porcentaje; esto es, más de uno de cada diez adolescentes españoles sufre ansiedad o depresión.

Asistimos a una aceleración incesante del tiempo en nuestras vidas que no tiene que ver con la forma en la que a un sujeto individual le gusta estar en el mundo. El tipo de temporalidad que se dispara en el capitalismo tardío presenta la inmediatez como valor fundamental que rige la realidad que habitamos. Lo queremos todo, pero no sólo queremos todo, lo queremos “ya”, “ahora mismo”. Esta acumulación de deseos no sólo debe darse de forma inmediata, sino que también hemos de empeñar poco tiempo en ella, para poder “pasar a otra cosa”. Y así, se destruye la posibilidad de la rutina, de la tranquilidad de lo cotidiano, tratadas como algo rechazable y de lo que huir frente a lo excitante de la excepción y del acontecimiento para el cual vivimos.

Dejamos pasar horas diarias de esclavitud en una especie de trance frente al móvil

El gran miedo que impregna todos los ámbitos de nuestra existencia, desde nuestra propia individualidad a nuestra relación con los demás, termina siendo el pánico a la estabilidad y la fijeza. Apunta Zygmunt Bauman que de alguna manera hemos perdido el gusto por lo eterno, el deseo de inmortalidad; pues, a pesar de que la muerte no nos resulte deseable ni atractiva, nos asusta mucho menos que la permanencia. La inmortalidad como se entendía tradicionalmente es lo más claramente opuesto al consumo e inmediatez reinantes. El atractivo de nuestros días reside en la fugacidad de pequeñas inmortalidades instantáneas que se suceden unas tras otras, en experiencias únicas y excepcionales que se encadenan con tal de no caer en una normalidad que parece aburrida, insulsa.

Y es que hemos dejado de tener tiempo; si entendemos el tiempo como ese pequeño intervalo que nos queda entre las inabarcables jornadas laborales, las tareas y recados diarios y la necesidad de dormir aunque sea lo suficiente para encarar el día siguiente sin arrastrarnos por las esquinas; porque hace ya mucho que perdimos el tiempo en su expresión más amplia. Hemos dejado de tenerlo, pero sólo para todo aquello que exija disponer de él de forma constante convertida en hábito; pese a que podamos dejar pasar horas diarias de esclavitud en una especie de trance frente al móvil, el aparato de la inmediatez por excelencia que nos permite alcanzar la totalidad en golpe de clic, viendo cómo desaparece aquella supuesta libertad de elección ante la ansiedad del vacío que provoca no ceder ante la satisfacción instantánea.

Decía Nietzsche que el ser humano es hasta tal punto voluntad que prefiere querer la nada a no querer. Así, en el mundo capitalista y posmoderno nos encontramos queriendo ansiosamente una multitud de “nadas”, presentadas como deseables de forma artificial, destinadas a tratar de llenar un vacío interminable en el sitio que antes ocupaba el Dios al que dimos muerte. Y nuestros nuevos dioses, ¡tan pequeños!, no logran compensar la falta del primero.

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