Cultura

Woody Allen cumple 87: un maestro de la risa, el amor y la nostalgia

El aniversario del director es una gran ocasión para rememorar su legado cultural y cinematográfico

Vivimos inmersos en un crepúsculo cultural, casi vital, que está dejando de darnos cosas y empieza, lenta y cruelmente, a quitárnoslas. Al menos esa es la hipótesis de Woody Allen, que este año comienza a dibujar con elegancia su retiro profesional. Son 87 años, medio centenar de películas y un legado cultural que traspasa absolutamente todas las fronteras jamás imaginadas.

El cine de Woody Allen tiene la magia de contagiarse a la vida de los espectadores. Imaginas despertar con la fabulosa Rhapsody in Blue de George Gershwin sabiendo que vives en la ciudad de tus sueños. Hay algo muy seductor en ese tipo que sobreimpresiona con tipografía windsor su nombre en los títulos de crédito. Ama Manhattan con una intensidad que nos hace sentir como en casa cada vez que su cámara recorre esas calles.

Situados siempre en el escenario que él elige para contar sus devaneos, inseguridades y problemas, el amor es el pilar fundamental que ha cincelado sus más de 40 años en el oficio de director. Es innegable distinguir tres etapas en la disección del amor romántico de Allen.

La primera y más emblemática llegó con Diane Keaton. Escribía Iñako Rozas hace no mucho en La Iberia que "Woody Allen se ha pasado su cine contándonos subrepticiamente su amor por Diane". Basta ver la perfección de cintas como Manhattan y Annie Hall para entender la obsesión romántica del cineasta con ella.

Woody Allen y Diane Keaton

Los chispazos más sobresalientes de Woody siempre fueron para encumbrar a los altares del cine a Keaton. Hasta su mejor comedia -La última noche de Boris Grushenko, 1975- fue diseñada para sacar lo máximo de la vena cómica de la californiana.

Un amor que apenas duró unos meses en la vida real, pero que Allen se llevará consigo al limbo cuando ya no esté con nosotros. Es en la idealización del amor platónico donde Woody conecta con muchos espectadores, que se convierten en fieles. Ese primer amor, el sístole sin diástole ni dueño que trae consigo la madurez y desolación del alma. Quién no trae a su cabeza los recuerdos de aquellas noches en las que se descorchó la inocente, pero fogosa pasión del encuentro que lo cambió todo.

Tras Diane acabó llegando Mia Farrow, el segundo gran amor de su vida. Uno que acabaría embarrado hasta el extremo, poniendo a Allen en el foco mediático y judicial. Sin embargo, en el plano profesional fue una relación fructífera. Las cintas que ambos protagonizaron tratan más el amor rutinario que el desenfreno de los primeros días. Maridos y mujeres (1992), Hannah y sus hermanas (1986) y Delitos y faltas (1989) son los mejores ejemplos de cómo aceptamos lo cotidiano por miedo a romper con lo conocido, pero siempre dejando espacio a las nuevas experiencias casi prohibidas a modo de escarceos o enamoramientos caducos.

El cine de Allen nos recuerda que hemos dejado atrás una elegancia, un modo de pensar y de vivir muy superior al actual

¿Quién no ha tenido una relación agonizante que no dejábamos atrás por temor a la incertidumbre o por fidelidad a los tiempos pasados? Para el recuerdo, dos escenas. La primera, en Hannah y sus hermanas. Mickey, exmarido de Hannah, tuvo en el pasado reciente una cita con Holly, la hermana mediana, la cual salió de forma desastrosa.

Sin embargo, fue lo más estimulante en el plano amoroso que le había pasado en mucho tiempo. Reacio a dejar pasar la oportunidad, acudió en busca de Holly, a la cual soltó una frase magistral: "No sé si te acuerdas de mí. Tuvimos la peor noche de nuestra vida juntos". Terminarían casados y siendo padres.

La segunda tiene lugar en Delitos y faltas. El último plano del protagonista, Cliff, absolutamente abatido por ver a Halley (Mia Farrow) en brazos de otro hombre, su detestable cuñado Lester. Nada duele cómo ver perder el tren que tiene que sacarte del hastío mortuorio de la rutina y el desamor.

Con su senectud, Allen encontró su última oportunidad personal con Soon-Yi Previn, con quien lleva felizmente casado veinte años y tienen dos hijas en común. El Allen del siglo XXI ha seguido dejando joyas fílmicas de gran calibre como Match Point (2005), Blue Jasmine (2013) y Midnight in Paris (2011), amén de comedias de exquisita factura como Granujas de medio pelo (2000), La maldición del escorpión de Jade (2001) y Si la cosa funciona (2009).

Entremedias, una película que me tocó muy de cerca. Café society (2016) habla de muchas cosas, pero especialmente trata dos temas muy presentes en la filmografía del neoyorkino. Por un lado, esa nostalgia impregnada de certezas donde recrea el pasado glorioso de los clubes de jazz y alterne social, una Atlántida ya perecida que difícilmente volverá. Hemos dejado atrás una elegancia, un modo de pensar y de vivir que no tiene parangón con el actual.

También relata cómo Bobby Dorfman, el mejor alter ego de Allen en la historia reciente, se enamora de Vonnie, la secretaria y amante de su tío Phil. Ella elige la seguridad económica de Phil en lugar del amor de Bobby, condenando a los dos a una infidelidad a plazo fijo que los mortificará de por vida. Siempre se tendrán en sus respectivos pensamientos, pero estos no abrazan en los días de lluvia ni provocan orgasmos en noches de verano.

París ha sido testigo de lujo de las últimas semanas de rodaje de Allen, ya que allí se ha perpetrado Wasp 22, título de última película del artista estadounidense que todavía está pendiente de estrenar. Curioso que haya sido la ciudad francesa y no Nueva York la elegida para ponerle el broche de oro a una carrera cinematográfica casi inmaculada. Feliz cumpleaños, Woody. Todos tenemos claro, como bien dijiste una vez, que lo importante en la vida es tener coraje. Nos vemos en las salas, donde siempre nos esperará tu magia.

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