Alatriste: un héroe con fisuras. Uno que ha sobrevivido al campo de batalla y debe volver a casa con "canas en el alma" y "sangre bajo las uñas". Alatriste: un soldado de los tercios de Flandes que malvive como espadachín mercenario tras regresar vivo de la batalla. Alatriste, un héroe agrio: canalla y honorable al mismo tiempo. Uno que debe reponerse de haber sobrevivido a la guerra y que vuelve a casa con la dignidad de los que se permiten envejecer. En la ficción, como en la vida real, vivir es arrancar, acaso ejercer el derecho a ser menos estúpido, algo más escéptico.
Eso es lo que le ha ocurrido al veterano Diego Alatriste con el que el periodista, escritor y académico de la RAE Arturo Pérez-Reverte irrumpió en 1996. No llegó a imaginar entonces Pérez-Reverte lo que tenía entre manos: siete volúmenes, 20 millones de lectores y dos décadas en las que cabe una generación entera. "Alfaguara hizo una apuesta arriesgada. En aquel entonces no existían novelas históricas, o al menos no sabíamos el éxito que tendrían. "Aquello del siglo de Oro sonaba a caspa", dice Pérez Reverte justo cuando se cumple el aniversario de la publicación del primer volumen de la serie. Habla flanqueado por su actual editora, Pilar Reyes, y por Juan Cruz, la persona que dirigió Alfaguara en los años noventa.
Para celebrar, el sello publica Todo Alatriste, una edición especial ilustrada por Joan Mundet, numerada y firmada por su autor, que llegó a las librerías el 14 de abril. Escarmentado por la experiencia, Alatriste parece un trasunto de quien lo ha imaginado. Sí, aunque él no lo diga, hay verdad en esa idea: algo rudo y entrañable une al personaje y al escritor. Arturo Pérez-Reverte –como su protagonista- es alguien que ha vuelto de muchas guerras, en total siete. Bueno... siete como corresponsal, una posición porosa en la que se lucha –entre los bandos enfrentados- a la vez que se cuenta. Guerra es guerra. Por eso Pérez-Reverte lleva en la voz las otras batallas, las que no se enumeran pero quedan impresas en la piel y en la prosa. Acaso por eso, porque la literatura lo llevó al periodismo y el periodismo lo devolvió a la literatura, hay en él algo dumasiano que Diego Alatriste amplifica.
"Cuando salió la primera novela de Alatriste, hubo tontos del culo que dijeron que era una novela con nostalgia por la España imperial. Pero en verdad es una visión desencantada"
El siglo XVII para contar el presente
"Cuando salió la primera novela de Alatriste, hubo tontos del culo que dijeron que era una novela con nostalgia por la España imperial. Pero si algo muestra Alatriste es una España oscura, triste. Es una visión desencantada, que ayuda a entender que España es lo que es hoy por los reyes idiotas, los ministros incompetentes y los curas fanáticos", espeta Pérez-Reverte en modo Pérez-Reverte. Así lo explica ante una docena de periodistas: comenzó a escribir Alatriste para explicar a su hija Carlota (entonces ella tenía 12 años) qué es lo que había sucedido en la historia de un país incapaz de recordar.
“Lo hice para entender porqué somos como somos”. Así está escrita esta saga, con un ojo puesto en el sumidero del presente. Con esa intención, dice Pérez-Reverte, Alatriste ha conseguido ser uno de los libros que se utilizan en los colegios para aprender historia en España y en América, algo de lo que dice sentirse orgulloso. Sin embargo, todo sea dicho, muchos –muchísimos- adultos se sirvieron de Alatriste y sus personajes para entender el peso de una tradición que a veces parece destino o tragedia… cuando es, en realidad, desmemoria. Aquello que queda tras el desmantelamiento de la educación y la cultura al que ha sido sometida España durante años.
Así lo escribe Pérez-Reverte en el texto Un héroe cansado: "Me atrajo siempre, desde niño, esa España fascinante y peligrosa del siglo XVII, de callejuelas estrechas y mal alumbradas, tabernas, burdeles y garitos de juego, corazón de un mundo en guerra, cuando Madrid era la capital del imperio más grande, de la tierra. Una España arrogante y orgullosa donde la vida había que ganársela, a menudo, entre el brillo de dos aceros”. A lo largo de estos 20 años, Alatriste –contado Íñigo De Balboa y Aguirre, el hijo de un soldado muerto en batalla- fue haciéndose mayor. Mostró las fisuras que habrían de hacerlo real a ojos de miles de lectores que hicieron suyas sus aventuras, porque de alguna manera forma, contándose, Alatriste nos contaba a todos. Gente que va a una guerra y vuelve a casa, manchado de mierda y sangre.
"Me atrajo siempre, desde niño, esa España fascinante y peligrosa del siglo XVII, de callejuelas estrechas y mal alumbradas, tabernas (...) corazón de un mundo en guerra"
"El libro tiene muchas lecturas -explica el autor- y ha tocado la fibra a mucha gente. He recibido tantas cartas, complejas y sentimentales, que he llegado a coger miedo a los lectores, porque a lo mejor esperan cosas de las que no soy capaz de conseguir con Alatriste", asegura el novelista. ¿Se ha acabado la saga? ¿Da por cerrado el círculo? De momento no. Este volumen, asegura Pérez-Reverte, coloca el broche en una primera etapa, pero no clausura al héroe. "Con este volumen cierro una etapa. No es el final de Alatriste; se cierra una primera vida, y volverá, supongo que dentro de cuatro o cinco años, pero de una forma más cansada. Volverá más viejo, más escéptico, supongo", ha explicado este jueves Pérez Reverte durante la presentación del libro. Necesita tiempo para aclarar su cabeza, para poder seguir con el personaje, por lo menos dos volúmenes más, los que tiene apalabrados con la editorial. “Volveré cuando tenga yo 70 años, más viejo y más sabio, espero". De momento, deja caer Pérez-Reverte que habrá nueva novela en octubre de este año.
A juzgar por lo que produce en sus lectores, Alatriste no es un personaje de ficción... o lo es en toda regla. Hay en ese soldado un poso de lecturas, el rastro de una biblioteca que acompañó a Pérez-Reverte al fin del mundo, un lugar del que volvió acaso justamente gracias a las estanterías ya combadas de su espíritu: Dumas, Féval, Sabatini, Salgari… Hay épica y recuperación en Reverte, incluso en aspectos concretos. Por ejemplo, el rescate de la germanesca y su adaptación al lector contemporáneo. “Yo estoy en la Real Academia de la Lengua por Alatriste”, dice. Por si queda alguna duda, todavía se puede rastrear ese espíritu en El habla de un bravo en el siglo XVII, su discurso de ingreso en la RAE. Lo leyó en el año 2003, cuando tomó posesión del sillón T. En aquel momento, el periodista y escritor ya había publicado El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998), El oro del Rey (2000) y El caballero del jubón amarillo (2003). Quedaban aun dos volúmenes, Corsarios del Levante (2006) y El puente de los asesinos (2011). Y algo de eso hay en la instantánea que recupera ese día. El enviado especial y reportero de guerra para el diario Pueblo y Televisión Española hacía su entrada en el edificio de Los Jerónimos. Si todavía acompaña la lectura de esta nota, el lector curioso puede constatarlo en su gesto de entrada: un bravo vestido de etiqueta que avanza guiñando un ojo, como un púgil que viste el cinturón que ha defendido el título.
"Con este volumen cierro una etapa. No es el final de Alatriste; se cierra una primera vida, y volverá, supongo que dentro de cuatro o cinco años"
No soy ‘de Aquiles’, mi biografía no me lo permite
En la saga ambientada en el Madrid de los Austrias hay de todo: novela picaresca, las comedias de capa y espada, los versos de Francisco de Quevedo… En la historia de Diego Alatriste es posible rastrear a casi todos los soldados de su tiempo: Duque de Estrada, Contreras, Miguel de Castro, Jerónimo de Pasamonte, así como en el teatro y la poesía de la época, “las jácaras de bravos y malandrines, las novelas de Mateo Alemán, de Espinel, de Torres Villarroel, del autor del Estebanillo, González o de Miguel de Cervantes”, explica Pérez-Reverte. Alatriste no tendría tanta resonancia, de no ser por quien lo cuenta: el joven Íñigo, quien se forjará un modo de vivir, una manera de ser junto al soldado. “Aprenderá la lealtad, las formas de la amistad, el alto concepto de servir a reyes y señores indignos, no por ellos sino por uno mismo. Y a ser, al final, único referente honorable de la propia vida. Junto a la figura derrotada, impasible y dura del capitán Alatriste, Íñigo se convierte en un alumno fiel, en una sombra que aprende viviendo y oyendo aquellas voces maestras del Siglo de Oro, en contacto continuo con los nombres, los versos, las obras, los cuadros de esa España prodigiosa”.
Algo en Alatriste trasciende su registro, sobrepasa la novela de aventuras. Se mete en la vida, acaso como lo hacen los personajes que dejan impresas sus arrugas en las nuestras. Quien lee este pesado volumen –picoteando, rebuscando, releyendo- a la vez que escucha a quien escribió todo cuanto hay impreso en sus páginas, llega a la conclusión de que algo en este soldado de los Tercios sigue retratando, a su manera, a quien lo ha creado. En una época sin héroes, sin relato épico, la estampa contradictoria de Alatriste significa algo. Si no fuera así, tantos hombres y mujeres no se verían reflejados en sus remotas aventuras. ¿Por qué? Justamente por las grietas que recorren su perfil.
"Alatriste es un héroe con fisuras. Y así puede verse a lo largo de cada libro. A medida que crece, Íñigo deja de ver al héroe del tipo Aquiles para contar al héroe Ulises, que es el héroe moderno, el que no muere en batalla, sino que debe de volver a casa después de matar, degollar... Por eso Alatriste ha funcionado tan bien, porque la gente puede intuir y experimentar lo que le ocurre. Ya ni los niños se creen el héroe Aquiles, sin fisuras”. A su manera espartano; acaso demasiado directo al hablar, todo en Pérez-Reverte suena como un combate, incluso hasta lo que enternece-. “Yo no soy de Aquiles, no puedo. Mi biografía no me lo permite. He estado 21 años en los Balcanes”. Sí, esa y seis guerras más. Y se nota. Será por la prosa fibrosa. Por esa electricidad que recorre a una persona que, a sus 64, podría apuntarse a cualquier trinchera. Pero ese es otro tema, una gotera que Pérez-Reverte ha sabido verter en sus libros, incluso aquellos que se apartan del soldado Diego Alatriste desde La tabla de Flandes hasta Hombres buenos, su más reciente novela. Vivir, como escribir, supone arrancar, con los dientes si es posible, aquello que parecía una piel… incluso la de un soldado de los Tercios de Flandes. Los 20 años de un héroe cansado. Un hombre con fisuras que refleja a quienes lo leen … buscándose.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación