Cultura

Éric Zemmour: una estrella política contra la feminización de Occidente

"El feminismo es una máquina de fabricar igualdad. Ahora bien, el deseo se basa en la atracción de lo diferente. Reduciendo el potencial de deseo entre hombres y mujeres, el

"El feminismo es una máquina de fabricar igualdad. Ahora bien, el deseo se basa en la atracción de lo diferente. Reduciendo el potencial de deseo entre hombres y mujeres, el feminismo ha hecho un gran favor a los homosexuales, ha alejado a los hombres de las mujeres, ha ampliado el campo de acción de los homosexuales. A las feministas les convenía también porque siempre han considerado la penetración, lo digan o no, como una conquista, una invasión, una violación, incluso cuando es consentida. Lo que no es falso, por otra parte". Éric Zemmour, El primer sexo (2006).

El autor de estas líneas aparecía el siete de octubre segundo en los sondeos para las elecciones presidenciales francesas, perdedor ante Macron en segunda vuelta, quien obtendría un 55%. Pero, ¿de dónde sale este personaje? De la nada no, ciertamente. Este francés de origen argelino ha pasado gran parte de lo que llevamos de milenio causando polémica en prensa, radio y televisión. Su gran popularidad se apoya no sólo en sus dotes de showman mediático; la fuerza de su discurso no se basa en ir simplemente a contracorriente -esto, de hecho, es ahora mainstream- sino en la gran agudeza que muestra para detectar problemas y exponer sus diagnósticos aludiendo a pensadores y literatos relevantes.

No nos debe extrañar que este polemista francés tenga varios libros publicados con gran éxito editorial. El primero de ellos, El primer sexo (Homo Legens), es un buen resumen de los pilares que fundamentan su ideología: la sociedad se ha feminizado y entrado en decadencia por culpa de Mayo del 68. La liberación sexual y el feminismo han hecho saltar por los aires las estructuras e instituciones de la nación. Esto, sumado a la inmigración masiva musulmana, está conduciendo a Francia vertiginosamente hacia la decadencia más absoluta.

Es inevitable, en este punto, evocar a Houellebecq, el gran cronista de la indigencia sexual y afectiva de la masculinidad francesa. En una de sus novelas, Sumisión, Houllebecq retrata el declive del ciudadano francés oriundo que contempla de forma resignada cómo el Islam acaba conquistando el poder en el Hexágono. No es simplemente una cuestión demográfica, que también, sino de orden y jerarquía: la estabilidad de las estructuras familiares y sociales de los musulmanes reemplazan de forma natural, sin necesidad de guerrear, a los que hoy consideramos franceses de pura cepa. Este hipotético futuro es conocido como Le grand remplacement (La gran sustitución), una teoría de largo recorrido en Francia de la que Houllebecq y Zemmour son profetas destacados.

Contra la feminización

El hilo conductor de las ideas de Zemmour son las relaciones hombre-mujer, binomio fundamental del que depende una comunidad humana, aunque sólo sea en términos estrictamente reproductivos. En una época en la que se ha pretendido imponer y forzar la idea peregrina de que todo es constructo, el pensador nos recuerda la alteridad entre los sexos basada, entre otras cosas, en las diferencias biológicas. No en vano titula su ensayo clásico El primer sexo, como contraréplica mordaz a las ideas de Simone de Beauvoir.

Los 'aliades' son varones que se unen a la lucha de las chicas porque es su única manera de poder acercarse a una

Entre los miembros de la Generación Z (cohorte demográfica 1990-2010) está de moda justamente señalar las diferencias biológicas entre sexos, especialmente entre aquellos que forman parte de la llamada contracultura. Manejan con facilidad términos como hipergamia (la tendencia de las hembras a escoger al mejor macho), o los ahora adjetivos alfa, beta y omega, metáforas del mundo animal con los que clasificar a los miembros de un grupo.

Cuando se hace excesivo hincapié en que todo es cultura la naturaleza acaba abriéndose camino, nunca mejor dicho. Así pues, para los jóvenes es algo aspiracional el ser considerado un macho alfa, alguien por el que suspiran todas las mujeres pues, ya se sabe, son hipérgamas. Los omegas son invisibles en términos sexuales para ellas. Son los llamados incel (involuntary celibate) o, peor, 'aliades': varones feministas. ¿Su pecado? Unirse a la lucha de las chicas porque es la única manera en la que pueden acercarse a una.

¿Podrían ser estos vientos de cambio parte del éxito de Zemmour? Sí y no. Sí, pues él mismo define El primer sexo como un "tratado de vida viril para uso de las jóvenes generaciones feminizadas". No, porque tampoco puede decirse que explique lo masculino y lo femenino desde lo puramente biológico. Si Beauvoir y sus herederas caen en la trampa del constructivismo, Zemmour no hace lo propio, apostándolo todo a nuestra naturaleza animal. Tiene claro que los seres humanos aprendemos a serlo a lo largo de milenios, y así hemos quedado configurados los hombres y mujeres en Occidente:

Profeta del trumpismo

"Ellas no destruyen, protegen. No crean, mantienen. No inventan, conservan. No fuerzan, preservan. No transgreden, civilizan. No reinan, regentan. Al feminizarse, los hombres se esterilizan, se prohíben toda audacia, toda innovación, toda transgresión. Se conforman con conservar".

Estas afirmaciones, dichas en abstracto, nos hacen pensar en un carca simplón y sexista. Lo sorprendente es que profetiza -recordemos, el libro sale a la luz en 2006- la llegada de líderes como Trump, siguiendo simplemente la lógica de su visión de lo femenino y lo masculino y cómo afectan ambos a la sociedad:

¿Cuál es la acción que ha propiciado como respuesta reactiva la vieja virilidad que encarnó Trump, o que simboliza ahora Santiago Abascal?

"Cuando su triunfal reelección en 2004, George Bush hincó el diente en el electorado negro e hispano, gracias al apoyo de los varones jóvenes de las clases populares. Muchas madres de familia le votaron, mientras que las voces de las mujeres solas y las madres solteras se iban para su adversario demócrata. Dos mundos. Podemos estar seguros de que, para las próximas elecciones, si Hillary Clinton fuera la candidata elegida por el Partido Demócrata, los republicanos buscarían un sustituto de John Wayne".

¿Cuál es la acción que ha propiciado como respuesta reactiva la vieja virilidad que encarnó Trump, o que simboliza ahora Santiago Abascal? ¿Y qué tiene que ver esto con el electorado negro, hispano, hombres jóvenes de clase económica baja y madres de familia? Una de las respuestas que da Zemmour tiene que ver con lo que Miguel Ángel Quintana Paz llama "ideas lujosas".

Según Quintana Paz, ahora que mucho de lo que antes considerábamos circunstancias privilegiadas está al alcance de casi todos - teléfono móvil, acceso a internet, muebles bonitos aunque sean de Ikea, comida exótica- lo que marca estatus social son las ideas lujosas. Estas defienden conceptos que, puestos en práctica, sólo benefician a quien tiene dinero para permitírselos. Un ejemplo de esto es el divorcio. Sólo matrimonios con grandes recursos económicos no se ven afectados al separarse; para el hombre y mujer de a pie suele significar un descalabro en las cuentas corrientes de ambos, sumado a las complicaciones que se unen si hay hijos en común.

Desde esta óptica se entiende por qué personas con escasos recursos económicos o con una visión conservadora de las cosas -el polo opuesto a las ideas lujosas- prefieran líderes que defiendan la estabilidad matrimonial. Pero, ¿qué tiene esto que ver con el voto demócrata, con considerar una líder perfecta a Hillary Clinton? Clinton encarna todo lo que explica la feminización de la política, y sus consecuencias funestas.

Contra el feminismo hegemónico

Pero, ¿qué es exáctamente la feminización para Zemmour? No cree en absoluto que lo femenino sea algo malo, ni siquiera algo exclusivo de la mujer. El problema lo tiene con el feminismo, al que considera un bloque compacto. El feminismo no es más que una reacción a la sociedad patriarcal en la que, en apariencia, el que sale favorecido es el hombre. El pensador francés nos dice que una sociedad necesita jerarquía y líderes para sobrevivir, y son los varones los que llevan en la sangre lo necesario para que esto se dé: los hombres compiten entre sí, porque entienden la necesidad de las jerarquías que, por supuesto, quieren encabezar. Sólo así se explica la lucha, la audacia, la aventura, la violencia, la rudeza, etcétera. Las mujeres, por el contrario, son suavidad, cuidado, cariño, ternura, diálogo. Ambos se complementan, pero no son iguales.

El problema, dice Zemmour, es que las mujeres han tratado de obtener estatus convirtiéndose en hombres

Las diferencias parten del plano de lo sexual, y vuelven a él, pasando por el tamiz de la cultura. Distinguimos un sexo de otro por lo biológico: genitales y hormonas con todo lo que eso lleva aparejado. Por lo biológico un sexo atrae a su opuesto, pero también es cierto que lo cultural condiciona al deseo.

Zemmour nos cuenta que esta estructura del deseo humano provoca inseguridad en el joven varón ante las hembras, especialmente al enfrentarse por vez primera a una en el tálamo. La salida tradicional a este problema ha consistido en hacerle pasar por muchos lechos antes de enfrentarse al nupcial. El patriarcado lo tiene contento porque desglosa sus ansias en tres tipos de mujeres: la santa, que es la esposa respetada con la que tiene hijos a los que darle su nombre. La amante, con la que conjugar complicidad y pasión. La puta, con la que desfogarse desde joven sin miedo a fallar, o con la que satisfacer sus pasiones si fallan la primera o la segunda. La mujer, por su lado, quiere todo el pack. Quiere al príncipe azul, que esté locamente enamorado de ella para siempre, con quien hablar y reír con complicidad después de un buen rato de pasión y alborozo. El padre de sus hijos, que impone orden e inspira respeto.

Desde este punto de vista es completamente normal que la mujer haya anhelado un estatus mejor que el del varón, que aparentemente lo tenía ya todo. El problema, dice Zemmour, es que han tratado de obtenerlo convirtiéndose ellas en hombres: tener independencia económica, acceder a todo tipo de empleos, influir en política y tener plena satisfacción sexual y emocional. La liberación sexual, el divorcio, la legalización del aborto y los anticonceptivos han sido la llave. A través de un total dominio de la sexualidad y de la procreación han creído liberarse, cuando sólo han acabado perdiendo: las consecuencias se observan en las generaciones nacidas a partir de los años 70.

¿Dónde queda el príncipe azul?

Al reivindicar su independencia las mujeres han acabado siendo víctimas del capitalismo y de sus propias ideas. Comprueban, sorprendidas, que quien las ata ahora es el trabajo. ¿Y las relaciones con los hombres? Ellos disfrutan del sexo, sin asumir las consecuencias que implica: anticonceptivos, abortos, e hijos. El divorcio está permitido, el matrimonio no es obligatorio. El hombre tan sólo debe, como mucho, hacerse cargo económicamente de los críos. ¿Dónde queda el príncipe azul? Según Zemmour, la mujer descubre que esto era sólo un ideal en su mente, y los hombres les decepcionan una y otra vez pues, como diría Lacan, el amor es el encuentro entre dos neurosis, no se le puede pedir mucho más a una persona.

Las mujeres han salido mal paradas al intentar imitar al hombre patriarcal. Su reacción inconsciente ha sido imponer su cosmovisión de la vida y la sociedad. Todo debe ser amable, dulce, todo es susceptible de ser dialogado y consensuado, las personas tenemos que ser delicadas, no hacer sentir mal al otro. Son las madres solteras de los 70, las feministas frustradas las que han acabado dirigiendo el cotarro, de una u otra manera. A los hombres se les lleva convenciendo desde hace generaciones de que lo propiamente masculino es malo. Y eso, irónicamente, ha resultado un alivio para ellos. No es plato de gusto de nadie, por más viril que uno sea, estar en constante conflicto, tener que mandar, imponer, ser áspero, poner orden. Como dije al principio, parte de lo que entiende Zemmour por ser hombre no se reduce en absoluto a su biología, sino que incluye también cómo le sitúa ésta en sociedad.

Lo que ha hecho posible nuestras sociedades es el instituto de ordenar, que se ve incluso en la moda 'woke', que pasó del relativismo a la dictadura de lo políticamente correcto

¿Resultado? Feministas cada vez más enrabietadas, sin saber ellas mismas por qué. Muchas mujeres anhelando y añorando lo que eran los hombres antes, y cómo se relacionaban con ellas. Gracias al divorcio y a las familias desestructuradas las nuevas generaciones están cada vez más desquiciadas, faltas de referentes paternos, con madres desbordadas, sin referentes morales y, por supuesto, sin horizontes vitales claros.

Zemmour acierta al señalar esta desubicación que han provocado en Occidente las teorías posmodernas. Se podría decir que simplifica en demasía el número de causas que nos han llevado al panorama actual, pero El primer sexo no deja de ser ¿literatura guerrera?, no pretende en absoluto ser exhausto y preciso en sus diagnósticos. Comparto con él que las relaciones entre hombres y mujeres han cambiado, y que es evidente que eso acaba repercutiendo en la sociedad de un modo u otro. Ahora bien, aunque Zemmour no pretende ser determinista, se apoya excesivamente en pensadores como Freud, Lacan y Girard; analizar el deseo humano es una tarea titánica que siempre permanecerá inacabada. Por refugiarse Zemmour sólo en el tipo de enfoque que estos autores proporcionan acaba por afirmar cosas tan disparatadas como que los hombres no desean amar a su esposa, y deja pasar por alto que las mujeres también nos dejamos llevar por la ambición, el ansia de poder, la competitividad malsana, las pasiones o por la violencia.

El retorno de las visiones sólidas

En todo caso, dibuja un panorama que no nos es en absoluto desconocido, y que empieza a parecernos desolador. La llamada guerra cultural no ha surgido de la nada. El retorno de las visiones sólidas sobre qué es lo humano y qué es lo que le conviene en cuanto tal era inevitable. La indefinición es irreal en un sentido estricto de la palabra, necesitamos de contornos y coordenadas para orientarnos en el espacio de lo moral, político y social y crear así horizontes de sentido. El superhombre, tal y como lo entendía Nietzsche amargamente, no existe. De la libertad que proclaman los libertarios no se sigue en absoluto un horizonte de valores y unas estructuras sociales que orquesten lo individual.

En esto último coincido plenamente con Zemmour: el universo tiende a la entropía, el ser humano también. Lo que ha hecho posible que hoy estemos aquí es justamente ese instinto de "ordenar", que podemos entender como "mandar", pero también como “organizar”. El propio movimiento woke - lo progre- lo pone de relieve: si se fijan ustedes, ya nos queda muy atrás eso de "todo es relativo y todas las opiniones son respetables". Los ideales se acaban imponiendo de una forma u otra. Por eso lo llamamos "la dictadura de lo políticamente correcto" y no "la anarquía de lo que a cada cual se le antoje". Existe un término medio que estamos intentando mantener en Occidente a través de las democracias constitucionales. Pero, como todo lo sofisticado en relación a lo humano, está en un precario y constante equilibrio.

En este sentido es positivo que haya personas como Zemmour que nos zarandeen y nos muestren hasta qué punto el estar demasiado inmersos en nuestros pequeños mundos nos hace ciegos a cambios tan evidentes como lo son las relaciones entre hombre y mujer, cómo las entendemos, y cómo todo ello repercute en lo social y lo político. ¿Acabará siendo presidente de Francia?

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