Cultura

Claudio Zulian, Pasolini y la extrañeza de una vida normal

La tarea antropológica, ética y estética, de Claudio Zulian es meter la cámara en los subsuelos de una existencia común ignorada, en principio opaca para la historia

"No soy nada. Nunca seré nada. Esto aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo" (Fernando Pessoa)

Claudio Zulian (Padua, 1960) es un director de cine italiano, videoartista, músico y escritor, afincado en Barcelona desde hace décadas después de una larga estancia en Francia. Tras muy distintos trabajos audiovisuales, en esta exposición de Zulian en el CGAC santiagués -titulada Vidas y que está abierta hasta el 23 de febrero- encontramos materiales muy distintos, diferentes metodologías e intenciones, localizadas en sitios muy distantes. Hay desde trabajos audiovisuales del año 2000, en Mallorca, hasta investigaciones sudamericanas del año 2004. También, muy destacada, la reciente investigación poético-documental en el barrio de Vite, en Santiago. Investigaciones fílmicas en el Vallès (2019), al norte de Barcelona, junto a trabajos audiovisuales en Canarias del año 2003. Normalmente sin actores profesionales, el hilo protagonista es un registro existencial, político e  impolítico, al que no siempre atendemos. Es muy instructivo prestar atención a estos densos recorridos, a veces tan rotos como las vidas que se intentan retratar.

Zulian se ha pasado cientos de horas adivinando veredas oblicuas allí donde otros no ven más que una sociología plana. La primera impresión en estas salas es la de una corriente real con registros fuera de campo, difíciles de imaginar. Banales y dotadas a la vez de una épica escondida, ocurre como si estuviéramos espiando bordes que normalmente no se asoman a la luz del día. Igual que a Pasolini, a Zulian no parece interesarle la "felicidad" que se atiene a la norma estelar, sino la expresión lenta de vidas algo dañadas. No hay tampoco un regodeo en la rareza, pues de muchos fragmentos dramáticos brota un aliento de común y tenue esperanza.

El trabajo infiltrado de Zulian logra gestos anómalos, palabras arrancadas de una libertad extraña, incluso para los protagonistas, y recorridos por unas vidas tan normales que desconciertan. Nadie se había acercado a ellos. Ahora tienen la oportunidad de narrar de otro modo sus vidas anodinas, sus alegrías secretas, sus tristezas bíblicas.  El cineasta ruso Alexandre Sokúrov se preguntó un día: ¿Qué ocurre cuando no pasa nada, cuando ningún evento absorbe nuestra atención? Sin necesidad de conocer literalmente esta pregunta, de algún modo Zulian intenta responderla. Introduce la cámara en estancias y personajes anónimos, en un primer plano de rostros desprevenidos, en espacios fabriles abandonados. Tanto o más que en cualquier otra sociedad, lo que ocurre en un lugar cualquiera, un día cualquiera, carece de interés para una información que busca solo "noticias", excepciones a nuestra aburrida actualidad. La tarea antropológica, ética y estética, de Claudio Zulian es meter la cámara en los subsuelos de una existencia común ignorada, en principio opaca para la historia. El objeto de la cámara y el micrófono no son ahora radicales minorías exóticas en busca de reconocimiento, sino una mayoría silenciosa que es indiferente para el gran angular de la información. El tema favorito de esta exposición es la rareza de una vida normal. Es impresionante el aspecto mudo de una fábrica vacía, mientras el movimiento parece seguir afuera.

Zulian: lejos del confort progresista

Cuando las voces en off no se corresponden con la imagen de sus protagonistas, ocupados a veces en labores anodinas como cocinar, mirar o descansar, las grabaciones recogen algo de lo impersonal que late en los cuerpos. Los espectros -sueños, fracasos, ilusiones- que nos atraviesan hacen de cada insignificante ser humano alguien. La ruptura de voz y gesto indica la división a la que estamos sujetos, como si otro dentro de nosotros tuviera que narrar unas vidas que han seguido carriles forzados, casi al margen de la conciencia. Cuando algo ocurrió y los ánimos cambiaron, cuesta narrar esos acontecimientos que no fueron previstos. De ahí el hueco para un visitante desconocido, armado de curiosidad, atención y una cámara.

Zulian rehúye una reconfortante victimización. El bien no está de un lado, en la opulencia de las vidas pujantes. Tampoco del otro, en una gente corriente que tiene muchas aristas

No supimos evolucionar, dice un francés de Lille para explicar la tristeza de su entorno. La pérdida del trabajo, la edad, la huida de los jóvenes, la decadencia de un lugar, las dudas sobre si irse o quedarse… A medias entre el poeta y el documentalista, Zulian recompone el sufrimiento conmovedor de gente que no es nada, tampoco especialmente guapa.  Lo vulgar es más misterioso que lo estelar, que al fin y al cabo está codificado. Tiene también un sentido implícito, una lectura entre líneas, un titubeo. Y un enorme silencio cuando deambula, sin expresión apenas, como esa vagabunda barcelonesa que resucita el mito fundacional de tantas ciudades.

Vidas usa pocas veces actores profesionales, más bien personas reales que intentan -cosa no tan fácil- hacer de sí mismos y contar qué les ocurrió cuando la existencia siguió derroteros inesperados. Sin una narración fácil, estamos ante otro realismo que nos mancha con el desconcertante material de lo cotidiano. Zulian parece ser fiel a aquella voluntad neorrealista de recomenzar la epopeya de la especie desde un grado cero de sentido, lo más cerca posible de una poética de lo inculto. La materia prima de este artista es una bendita mezcolanza popular que con frecuencia carece, en nuestro medio ilustrado, de testigos.

Vidas persigue gestos caídos, una cinegética de lo ambiguo, lo indeciso, lo intersticial. Es magnífica esa panorámica de una factoría textil abandonada en el Vallès, con el silencio de enormes máquinas paradas y el leve rumor de desconocidas sombras exteriores. ¿Al fin la piedra rechazada se ha convertido en angular? (Hechos 4, 11). Por lo pronto, más que servirnos líneas documentales, la preocupación del artista es hacer un registro liviano de la morrena sobrante en nuestra velocidad. Es ese material de arrastre el protagonista, la humildad de un latido que, a veces llorando, acompaña al empuje industrial. Incluso las luchas populares poseen unos componentes ideológicos y vitales harto híbridos, a veces incómodos. Zulian rehúye una reconfortante victimización. El bien no está de un lado, en la opulencia de las vidas pujantes. Tampoco del otro, en una gente corriente que tiene muchas aristas.

En estas aguas someras navega el artista, escapando de un plano convencional, maquillado. Su pasión es más bien mostrar un cierto material en estado bruto, con la consiguiente carga de contradicciones. Lógicamente, esto exige un largo trabajo de preparación y selección. Seguro que vemos solo la punta de un continente sumergido. Estamos con esa clase de intelectual que solo se siente cómodo si está enfangado en una abrupta realidad, lejos de las zonas de confort progresista y sus parámetros binarios. A años luz del puritanismo de la corrección política, Zulian ensaya más bien un gesto barroco que no quiere protegerse entre los elegidos, a salvo del mal. De ahí que a este director de cine le interesen los escenarios y personajes en crisis, en declive, en la carne viva de sus momentos de tránsito. No tanto el encuadre informativo como cierta vulgaridad donde se puedan mezclar polos muy distintos. Nunca descartemos que en los lapsus escondidos se pueda expresar mejor la ley sumergida de unos pueblos que no caben en los cauces estrechos con los que la política los enfoca.

Antropología cultural, pues, al margen de lo simplemente normativo. Antropología de lo "inhumano", a veces un poco inquietante, que late por doquier. No es otra sociología, sino una mirada lábil que no excluye una metafísica, un culto ancestral a la misión secreta que se encarna en cada cuerpo, de objetos y sujetos. Zulian atiende a los acentos, a los usos reales del lenguaje y el pensamiento, no a la sintaxis con la que siempre posamos ante las cámaras. Es de suponer que el artista ha de rodar mucho antes de escoger aquello que pilla a sus personajes distraídos, sin actuar. Se trata de quedarse solo con frases y gestos caídos. Están también en el Doble Espacio del CGAC, con ese travelling por unos rostros susurrantes del barrio de Vite. Los vecinos solo zumban, sin palabras, libres de una incesante voluntad de conciencia urbana.

Es de suponer que la escolástica civil le aburre a este artista, que busca más bien filmar un inconsciente popular donde los espectros también se expresan. Claudio Zulian se atreve a reivindicar una negatividad que nos hace más oscuros, aunque por ello más humanos.

Ignacio Castro es filósofo y crítico cultural. Es autor de numerosos libros, entre ellos 'Sexo y silencio' y 'En espera'. Su obra breve se reúne en www.ignaciocastrorey.com

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