En las últimas décadas, el planeta musical ha ido tomando conciencia de la enorme deuda contraída con Jamaica, su música y su cultura. De esa pequeña isla en medio del Caribe surgieron técnicas cruciales, como la reutilización de bases rítmicas y la aplicación de efectos de estudio para crear nuevas adaptaciones de un tema (remix), la preponderancia del bajo y la batería (drum and bass), el reciclaje de cualquier influencia para crear algo “nuevo” — la esencia del sample— o las charlas cómplices sobre bases ajenas (rap).
Todas estas innovaciones tienen su raíz en la feroz inventiva de una nación que ostenta el récord de mayor número de personas dedicadas a la música - de una forma u otra - en términos de densidad de población. Por no hablar de la fe rasta, una forma extraña y preciosa de espiritualidad, de resonancias bíblicas, o de la figura icónica de Bob Marley, uno de los mayores mitos de nuestros días.
La isla del tesoro. Historia de la música jamaicana del siglo XX es una crónica periodística con vocación enciclopédica, escrita por los mejores especialistas en España. Vozpópuli ofrece en exclusiva un extracto de la obra:
La Biblia está en el subconsciente colectivo. Parábolas, salmos y proverbios salpican la música de Jamaica, desde las más ancestrales manifestaciones rurales y folclóricas hasta el más rabioso éxito de los deejays de dancehall. Muchos aficionados al reggae no conocen esta faceta de la música jamaicana y mucho menos que músicos identificados con las mejores grabaciones de pop jamaicano, como el guitarrista Dougie Bryan, los teclistas Harold Butler y Ansel Collins, bateristas como 'Santa' Davis y Sly Dunbar, vocalistas como Tamlins, Larry Marshall, Judy Mowatt, Sanchez o Carlene Davis son habituales de estas grabaciones góspel de corte baptista.
Hasta aquí, los argumentos tangibles de lo que la música jamaicana ha dado a la cultura actual, los suficientes para justificar la edición de esta guía en castellano sobre la música de Jamaica.
Wormold no había pisado Jamaica en muchos años y le abrumaron la suciedad y el calor. ¿A qué obedecía la mugre de las posesiones británicas? Los españoles, los franceses y los portugueses construían ciudades donde se afincaban, pero los ingleses se limitaban a permitirlas crecer. La calle más pobre de La Habana tenía dignidad comparada con la vida en las cabañas de Kingston: chozas hechas con latas de gasolina y techadas con metal conseguido en algún cementerio de automóviles abandonados (Graham Greene, "Nuestro hombre en La Habana").
Jamaica, tierra de hierba y agua, vehículos a motor y carnicería humana (Dillinger, "No Chuck It").
La (r)evolución visionaria y práctica del reggae viene determinada, ante todo, por el destierro forzoso de África y quinientos años de esclavitud tísica y mental, de pobreza y de colonialismo económico, de aniquilamiento cultural sistemático.
La sociedad y el reggae
La caótica y degradada sociedad jamaicana es el fruto de la constante violación de los derechos más fundamentales del ser humano por parte del poder. Generaciones de isleños han crecido aprendiendo lecciones "ejemplares" de historia: masacres como las de Colón y los españoles: el esclavismo "humanista" de fray Bartolomé de las Casas; el expolio de piratas y traficantes de esclavos, como Francis Drake (que fue sir) o Henry Morgan (gobernador de la isla).
Generaciones sucesivas de una misma familia han visto pasar el tiempo sin esperanza de cambio durante cuatrocientos años, sin avanzar, sin moverse, sin ser libres, sin derechos reales, sin regresar. En un clima así de alienación, solo dos posturas a simple vista opuestas pueden surgir y convivir en un sitio sin escapatoria (si no es económica) rodeado por todos los lados de agua como es Jamaica: la sublimación espiritual por encima de las cosas de este mundo reinventando culturalmente África o la reacción radical en la que la vida ajena no tiene ningún valor.
Evidentemente, para el sistema (Babylon) es más peligrosa la primera: no se produce, no se doblega y el individuo piensa (y gracias a Dios hace música). Por eso, el reggae, principal transmisor de valores sociales y humanos nuevos y elevados (como la filosofía conocida como de Rastafari), ha sido víctima de una campaña de desprestigio por parte de las fuerzas poderosas.
La caótica y degradada sociedad jamaicana es el fruto de la constante violación de los derechos más fundamentales del ser humano por parte del poder
La opción kamikaze de guerra tribal es la que tristemente será hecho cotidiano y que no trascenderá fuera del país más que en círculos entendidos... ¡en música jamaicana! (Ni ONG, ni Amnistía Internacional, ni secciones de política internacional de los noticiarios, nada).
Desde que la isla se inundó de armas en los setenta, cuando se temía una nueva Cuba debido al acercamiento a Fidel Castro del primer ministro Michael Manley (y las simpatías que despertaba entre los rastas este socialista), la isla es un polvorín.
Y ocurre lo que en el resto del mundo donde hay negros: el nuevo orden mundial, la democracia hipócrita del capitalismo salvaje, la "educación de lavado de cerebro" (brain wash education) del sistema para aniquilar orígenes, cultura y pensamiento (la mitad de la historia jamás contada), no quieren el progreso del negro porque su arte y concepción del hombre y el peso de su ancestro milenario (la ciencia lo corrobora: todos descendemos de una Eva única y africana) son peligrosos para la codicia y los pilares antinaturales sobre los que se sustenta Babilonia.
Así, encontramos los guetos de medio mundo llenos de pistolas y crack. Y en Jamaica, los efectos de esta combinación son especialmente explosivos si se les suma la proyección internacional de su música y sus artistas. Desgraciadamente, "el asesinado X" se va a repetir muchas veces en estas páginas...
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación