“Feijóo y Juanma Moreno sueñan con un Ayuso”, presumen desde hace días en los pasillos de Sol. De hecho, el presidente de la Junta lo ha verbalizado en más de una entrevista. Por mucho que no haya querido la presencia de la presidenta madrileña más que en una jornada de campaña, Moreno –como en su día Mañueco- ansían que el adelanto de las elecciones acabe como la jugada de MAR el 4-M: al borde de una mayoría absoluta que arrastre a Vox a permitir la investidura y a dejar gobernar al PP.
Al final, las elecciones –como recuerdan los políticos- se miden en el termómetro de la gestión de expectativas. Y los cerebros de la campaña de Juanma Moreno se han preocupado por sujetarlas: hace tres semanas, todas las llamadas a la prudencia eran pocas, había una preocupación enfermiza por que las encuestas de los medios no dieran más de 45 diputados. Había pánico a la desmovilización y a la maquinaria del PSOE.
Una vez iniciada oficialmente la vorágine de la campaña, pasaron a hablar de un “suelo de 48” y, en el sprint final, hablan ya sin tapujos de los 50 como una realidad. Se da por descontado que el candidato del PP va a lograr más escaños que toda la oposición de izquierda junta, con lo que “obligaría” –dicen en San Telmo y en Génova- a Vox a abstenerse para que Moreno Bonilla fuera reelegido o a aparecer como el causante del bloqueo y de una repetición electoral con la que el PP ya ha amenazado. En Vox, dicen, están dispuestos a aguantar el órdago.
Moreno tiene un sueño
El sueño que acaricia el PP a estas horas es un escenario de 52 escaños con 3 de Ciudadanos. Es el mismo deseo que rondaba hace semanas en la mente de Inés Arrimadas. Y lo que parecía un sueño absurdo entonces no debe desdeñarse a unas horas de abrirse las urnas. En la “gestión de expectactivas”, la debacle naranja –una más tras la desaparición en Madrid y la reducción a la mínima expresión en Castilla y León- tres diputados en Andalucía y seguir formando Gobierno con el PP sería vendido como un gran triunfo para Ciudadanos.
Esa misma gestión de expectativas sería la que persigue como una maldición a Vox y a su candidata, Macarena Olona. Aunque suban 5, 6 o 7 escaños, si se quedan por debajo de 20 asientos y, sobre todo, no entran en el Gobierno, acabará pareciendo un fracaso para la formación de Santiago Abascal, que ha afrontado estas elecciones andaluzas –la región donde irrumpió hace cuatro años como un fenómeno inesperado- como una prueba para las generales.
Si Vox no es capaz de condicionar la reelección de Juanma Moreno porque este roza la mayoría absoluta o la consigue con Cs, el papel de Olona –enfrentándose casi más al PP que al PSOE- podrá tildarse de fracaso aunque aumente paradójicamente el cincuenta por ciento de sus escaños. Otra vez la gestión de expectativas. ¿Se quedará Olona como ‘jefa b’ de la oposición en Andalucía o podrá revertir su decisión de entregar el escaño del Congreso en diferido y volverá a Madrid?
La gestión de expectativas es un problema que no experimenta Juan Espadas… porque no ha tenido ninguna en estas elecciones más que estar abocado, sí o sí, al fracaso. En la precampaña, su único objetivo era no sacar menos escaños de los 33 que obtuvo en 2018 su rival, Susana Díaz. Pero desde hace días, ese objetivo es ya una quimera. En Ferraz dan por seguro que su resultado será peor.
Espadas carga, además de con la losa de los ERE y las condenas a la cúpula del partido y el peso de la gestión de Pedro Sánchez, con la realidad de cuatro años de Gobierno de Juanma Moreno. Tras años de meter miedo a los andaluces con la derecha, ha demostrado que no, que no pasa nada: al contrario. La gestión del presidente de la Junta es aprobada con nota incluso por parte de los votantes socialistas. Y esos, un 20% de los que votaron a Susana Díaz hace cuatro años, pueden darle la mayoría necesaria para seguir cuatro años más.
La gestión de Moreno es aprobada con nota incluso por parte de los votantes socialistas. Y esos, un 20% de los que votaron a Susana Díaz hace cuatro años, pueden darle la mayoría necesaria para seguir cuatro años más
Susana Díaz no ha participado en un solo mitin de Espadas –no se lo han pedido, dicen en su entorno- y ha guardado un exquisito silencio salvo un tuit ayer a última hora para pedir el voto por el PSOE: es una mujer de partido, por mucho que esté dispuesta a ponerse en primera línea de combate junto a quien -tras este nuevo fiasco- se atreva a plantar cara a su enemigo, que no es Espadas sino el inquilino de La Moncloa y de Ferraz.
Tercera derrota de Sánchez
Y es que la de mañana será la tercera derrota consecutiva de Pedro Sánchez en las urnas. Tercera patada al presidente del Gobierno en el culo de Ángel Gabilondo, de Luis Tudanca y de Juan Espadas. Los barones y alcaldes ven las barbas de sus vecinos pelar con la vista de reojo en las municipales y autonómicas de mayo próximo. “De derrota en derrota hasta la hecatombe final”, ironizan en el entorno de uno de esos mandatarios regionales que en privado despotrican de Sánchez –“dónde vamos con estos socios”- y en público callan como....
Y el que calla, otorga, y Pedro Sánchez prepara ya la Cumbre de la OTAN y busca como loco una cita bilateral con Joe Biden que le remarque su perfil internacional y le vaya dando puntos de cara a esa salida airosa que tiene marcada en el calendario: elecciones en enero de 2024, derrota y colocación en el Consejo Europeo de la mano del amigo alemán.
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