Le amargaron a Sánchez su fiesta del miércoles. Acababa Bruselas de aprobar su propuesta sobre el tope del gas cuando de repente, desde Argelia, llegó la gran bofetada, la suspensión de la relaciones comerciales. Réplicas del 'volantazo' sobre el Sáhara, esa diplomacia de trampa y pacotilla. Al tiempo, la OCDE derribaba las optimistas previsiones de lady Calviño sobre la inflación, que, según nuestra regidora económica, iba a ser pasajera, coyuntural, efímera, un espejismo. España sólo figura a la cabeza de Europa en el aumento desmesurado de precios y en los espeluznantes datos del paro.
Los nervios se disparan en Moncloa, donde pace un Gobierno de aprendices. El presidente zozobra. Tiembla su impavidez como Talavante en la isidrada. En la sesión de control, tras un ingenioso reproche de Arrimadas, se empeñó en despejar las dudas sobre su irremediable futuro en Europa. Miró a su bancada, donde galopa la incertidumbre y cunde el desánimo, y se juramentó a cumplir la legislatura y repetir como candidato. Sánchez se derrite, se disuelve, ya solo le admiran Meritxel y Margarita, ya sólo le cree Begoña, ya sólo le teme el cobardón Marlaska. Hasta el melifluo Page sube de tono su perrunos reproches.
El viento del sur sopla inclemente sobre Ferraz. No sólo es Argelia sino la cita andaluza, ese endiablado combate. El candidato socialista, Juan Espadas, apenas sobrevive a su propia inanidad en tanto que Juanma Moreno y Macarena Olona surfean sobre las oleadas de los sondeos con éxito creciente. Difieren en la estrategia. "Somos dos partidos distintos", insisten en recordar. Confluyen en el objetivo: desalojar definitivamente a la izquierda de su región más querida, de su símbolo totémico, de su inexpugnable bastión.
La candidata de Vox abre el foco de la campaña y lo amplía a escala nacional. Esgrimió, por ejemplo, la foto de dos payasos racistas que, con el dinero de todos, se burlan desde TV3 de los andaluces, esa manga de vagos y maleantes, según repite el Kukluxklan de la estrellada. El 'efecto charnego' en danza. Susana Díaz perdió la silla en el 18 tras el golpe de Estado en Cataluña. El PSOE no advirtió la dimensión de aquella tragedia y lo pagó muy caro. Su votante se quedó en casa o se pasó a Ciudadanos.
Esa Andalucía con raíces, familia y vínculos en la Cataluña hostigada, maltratada, que ni siquiera deja a los niños estudiar en su lengua materna, reprueba las caricias del sanchismo a la banda de la secesión
Sólo Vox presenta estas elecciones con perspectiva nacional. No cree en las autonomías sino en las provincias. Y en la nación, por supuesto. "Andalucía será la luz de esperanza para España". Olona picotea en el patio político andaluz pero, enseguida, salta al escenario español, donde se encuentra más cómoda, donde puede conseguir más respaldo de ese votante sumamente cabreado con el sanchismo y sus socios de la sedición. El 'efecto charnego' está muy presente en esa Andalucía con raíces, familia y vínculos en la Cataluña hostigada, maltratada, que le hurta su lengua, su educación y su futuro. Que detesta al socialista Illa cuando humilla innoblemente la testuz ante el despreciable Oriol Junqueras, el orondo xenófobo que propició la asonada. Cada vez que Rufián abre el hocico, voto que huye del PSOE. Cada vez que el presidente acaricia a Aragonés, papeleta que se evapora ante las narices de Espadas.
El mensaje de Abascal llega sin esfuerzo al sector rural, agricultores, cazadores, gente de campo por la que pocos velan. Y a ese público joven que abomina de Kichis y Yolandas, que lanza pedorretas al Frente andaluz de Judea, la izquierda ultra que se está apuñalando por un carguito ante el general bochorno. Espadas no es nadie pero es Sánchez, una marca que ya no vende y espanta. Esta es la baza de Olona, defensa del charneguismo como símbolo de la España despreciada por Moncloa y sus aliados.
Saca brillo a su alabada gestión, exhibe sus excelentes resultados, jalea la moderación, la serenidad, la prudencia y se pasea por la campaña con esa sonrisa indeleble que a nadie molesta a algunos seduce
Juanma Moreno no hizo referencia a Bildu hasta las postrimerías de la contienda televisiva. Cuenta con el 'efecto Feijóo', pero sin manoseos. En las antípodas de la estrategia de Ayuso, apenas hace referencia a cuestiones nacionales. Por no hablar, ni siquiera habla de Sánchez más que lo justo. Saca brillo a su alabada gestión, exhibe sus excelentes resultados, jalea la moderación, la serenidad, la prudencia y se pasea por la campaña con esa sonrisa indeleble que a nadie molesta y a algunos cautiva. No persigue el voto del cabreo sino el del respaldo. Huye de las polémicas, evita los charcos, no tuerce el gesto ni agria la voz. El PSOE gobierna casi 500 municipios en Andalucía, no está aún el panorama para ir provocando. Juanma persigue votos, no ovaciones.
Ahora toca sepultar al PSOE. El efecto charnego y el efecto Feijóo, lejos de competir entre ellos, se suman a esa riada de efectos perversos que acompañan al Gobierno socialista, como el recibo de la luz, la inflación, la bolsa de la compra, las gasolinas, los impuestos, el empleo discontinuo, la crisis continua, la venganza argelina...Una cascada de desastres imposibles de vadear. Todo ello producirá un impacto demoledor en el sanchismo, ya declinante y crepuscular. Decapitar al torpe Alvares, como en su día a Ábalos, a Calvo, a Iván, a la directora del CIS, y como ya avanzan los Migueles desde Prisa, no va a servir de nada. El ansia de cambio se acelera, en efecto.
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