Venía de presidir el Consejo de Ministros dado que Pedro Sánchez se encontraba predicando en Davos y de repente irrumpió en el Hemiciclo con el gesto enfurecido, la palabra adusta y se enfrascó en un atolondrado reparto de culpas y de armas entre los impávidos diputados que la escuchaban con asombro. Nadia Calviño se transformó, por unos minutos, en una especie de Calamity Jane, esa Juanita Calamidad de la leyenda del salvaje Oeste, supuesta amiga del general Custer y siempre pertrechada de rifles, escopetas y otras herramientas de fusilería para ultimar chiricahuas. Calviño se empeñó en agitar un auténtico arsenal por las bancadas de la oposición y, en un rapto de vileza o de desquicie, llegó a acusar a Vox de proponer 'repartir armas a los ciudadanos' el día en el que "estamos consternados por la terrible matanza de 19 niños" en una escuela en Texas.
¿Qué le ha pasado a esta señora?, murmuraban incluso en los escaños socialistas, estupefactos ante el hecho de que la vicepresidenta arremetía contra Abascal enarbolando el bulo de las armas que había colgado en las redes ese pijoecolo de Equo/Podemos llamado Juan López de Uralde. Tuit, todo sea dicho, que el señorito verde hizo desaparecer raudamente dado el error manifiesto en el que incurría. Nada de eso había dicho Vox. Mentía el tuit y quien lo compuso. Y Calviño se zampó el embuste, aventó el infundio y, desatada e histriónica, lo expandió a gritos por el Hemiciclo sin pestañear.
No ha pedido perdón. No ha remitido una disculpa a los insultados, como le reclama cada día La noche de Dieter desde esRadio. Engrupida y soberbia, Calviño dilapidó en esta sesión ese minúsculo átomo de credibilidad que aún le quedaba. Otro juguete roto del sanchismo, otra muñequita de porcelana a la basura.
Se la veía tan seria, tan profesional, tan preparada ella. Economista del Estado, cinco idiomas, severas responsabilidades en la Comisión Europea, paseada por decenas de altos cargos, trabajada en renombradas compañías, alabada en los foros internacionales, reconocida en las cancillerías, respetada en los medios empresariales... Nadia Calviño (La Coruña, 1968, cuatro hijos) llegó a la Moncloa como la garantía de que en el contubernio Frankenstein se podrían perpetrar todo tipo de animaladas ideológicas, todo tipo de enormidades sectarias pero, en lo tocante a la economía, no se incurriría en disparates mayores.
Certera y eficaz, se había ganado un aseado prestigio en los círculos en los que se bendice a esos personajillos que engrasan y articulan la gestión económica de los gobiernos
Menuda y frágil, melenita rubia y ademanes modosos, entre Barbara Stanwick y Doris Day, discreta en su tenue de Chanel, pañuelos Vuitton, el taconcito breve y algún broche en la solapa, la vicepresidenta económica ha paseado su frondoso currículum por los despachos donde se toman las decisiones. Certera y eficaz, se había ganado un aseado reconocimiento en los círculos donde se bendice a esos personajillos que engrasan y articulan la gestión económica de los gobiernos.
Hasta que la otra mañana, en el Congreso, mostró su verdadera faz, algo que le termina ocurriendo a todos cuantos se sientan en el entorno tóxico de Sánchez. Le ocurrió a Fernando G. Marlaska, que de juez campeador contra ETA derivó en obsesivo perseguidor de magistrados y servidores del Estado. O Margarita Robles, que pasó de pugnaz defensora de la Justicia desde el Supremo a entregarle a los secesionistas catalanes la cabeza de la leal funcionaria que dirigía el CNI. Nada en el sanchismo permanece en pie, nada se conserva íntegro, nada escapa a la putrefacción que desde hace cuatro años se ha instalado en la Moncloa.
Mentiras y falsedades
Calviño había olvidado su papel de estandarte de la prudencia y la sensatez dentro de un equipo innoble, servidor de truhanes, compañero de golpistas, complaciente con el espanto y se lanzó por el sendero del agravio. Una actitud inadecuada puesto que ni es ese su papel ni, menos aún, lo necesita. Tal comportamiento le corresponde a sus compañeros del ala morada del Ejecutivo, esos trepas sin estudios ni oficio que no tendrían donde acomodar sus nalgas fuera del presupuesto. Ella no precisa incurrir en semejantes performances, poco ajustados al papel de quien controla los dineros (muy malamente, por cierto) de la cuarta economía europea. .
Miente la vicepresidenta cada día cuando enumera las cifras de nuestras cuentas y cuando avanza previsiones de nuestros balances. Bueno sea. En este Ejecutivo apenas se escucha una verdad ni siquiera en sueños. Ahí está la sesión del Pegasus de este jueves, una antología del engaño, infrecuente en una democracia occidental. Pero la patraña que expidió la vicepresidenta contra Vox, con su cargamento de armas y sus aspavientos de Calamity Jane, el día de la masacre de los santos inocentes de Texas, pareció propia de un ser trastornado que no solo ha perdido los papeles sino que parece haber extraviado el sentido. Será el efecto Doppler de las elecciones andaluzas que ya actúa sobre el descompensado equilibrio del equipo gubernamental. Todos al suelo que llega Calviño.
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