El despertador marca el tempo de nuestras mañanas y recurrimos al café como remedio para activarnos. Llega así la cafeína al rescate de nuestros despertares, poniendo en marcha a nuestro organismo -aunque no es del todo necesaria a primera hora, pero ese debate lo superaremos más adelante- y formando parte de una rutina con la que más de media España amanece.
Da igual de donde venga el rugido, ya sea de en italianas, de las recurrentes automáticas, de las espresso, de las cada vez más habituales de cápsulas, las renovadas de émbolo o las que están más de moda, como las cold brew o las de hidropresión... Todas y cada una se ponen en danza, en casa o fuera, para dar los buenos días al ritmo de sus granos.
Sin embargo, tan habituados como estamos a incluirlo en las mañanas, su declive se marca de la misma manera que el día avanza cuando ya no sentimos la necesidad de quitarnos esa pereza inicial. Sucede así que empezamos a temer al café a medida que el día nos absorbe, pensando que su consumo por la tarde -no digamos ya por la noche- puede complicarnos el sueño de manera irremediable.
Parte de mito y parte de realidad, es obvio remarcar que la cafeína es un estimulante del sistema nervioso (como también pasa con el té y su teína o como pasa con el chocolate y la teobromina), y por tanto va a estar alterando a algunas de las hormonas clave que secreta nuestro cerebro.
Curiosamente pasa así con la adenosina, que la cafeína inhibe y que puede relajarnos en los primeros momentos de la ingesta. Justo lo contrario que pasa con la adrenalina o la dopamina, a las que incrementa su secreción y nos activan, motivos por los que nos aterra incluir una tacita por la tarde o la noche, suponiendo que va a interferir en nuestro descanso nocturno.
Más allá de estos pavores, consumir café tiene ciertas ventajas que pueden hacer que su ingesta sea agradecida por nuestro organismo. Para empezar, hablamos de un producto que acelera el metabolismo, por lo que las digestiones serán más rápidas y también la ganancia de peso será menor, resultados que podemos ver a corto plazo y que le hacen colarse en numerosas dietas. De largo recorrido existen otras ventajas asociadas a su consumo, como puede ser el hecho de prevenir la demencia senil o el alzheimer.
Evidentemente, como en todo estimulante, hay una cantidad diaria recomendada para la ingesta de cafeína, ya que abusar de ésta puede tener ciertos inconvenientes como dolor de cabeza, insomnio, irritabilidad o taquicardia, según explican desde Mayo Clinic. De esta forma, se estima que para un adulto promedio acostumbrado a su consumo, la dosis máxima no debe superar los 400 miligramos, o lo que es lo mismo, alrededor de cuatro tazas.
Por suerte, hay una solución para que puedas disfrutar de más tazas a lo largo del día, siempre teniendo claro que no vas a dejar de consumir una sustancia estimulante, pero a la que puedes pautar para que no sea tan intenso.
El truco para tomar café con menos cafeína
Partiendo de que en el mundo hay miles de ejemplos distintos y que incluso en la misma variedad podemos encontrar opciones con más o menos cafeína, hay que dejar algunas pautas. En cualquier caso, los de la variedad arábica son menos potentes que los de la variedad robusta, y ambos tienen aún menos que el liberica, otra variedad no tan popular pero también existente.
Por descontado, cualquiera de ellos será más fuerte cuanta más cantidad utilicemos, algo que también es bastante obvio en función del tipo de molido. Si apostamos por molido fino, habrá más volumen y, por lo tanto más cafeína.
Perogrulladas aparte, es difícil saber exactamente la cantidad de cafeína de cada taza. También, si os fiáis en función del grado de tostado, los que tengan tuestes ligeros tendrán mayor carga de cafeína porque durante este proceso se produce una desintegración de esta molécula, así que si queréis algo más ligero en este sentido, id a aquellos que estén más tostados.
Teniendo claras estas pautas, hemos de saber que la forma en la que podemos apostar por una mayor ligereza en lo que a cafeína se refiere, hablando siempre del mismo producto, vendrá determinado por la forma en la que lo elaboremos y, sobre todo, por el agua.
Sí, habéis leído bien, ya que es el agua el principal protagonista para que, de una forma u otra, extraigamos más cafeína y por tanto topemos con los efectos 'indeseables' de nuestro tostado amigo. Por este motivo, elaboraciones como las italianas, las espresso o las de émbolo, es decir, todas aquellas que lleven el agua a altas temperaturas, serán las que más cafeína extraigan porque es una sustancia soluble en agua.
La solución entonces es acudir a los cold brew coffees o cafés infusionados en frío, donde el grano molido se deja en un filtro con agua fría o a temperatura ambiente durante horas. Lógicamente es un proceso lento que lleva mucho tiempo, por lo que lo habitual es hacerlo de antemano y calentarlo ligeramente una vez que esté preparado, o dejarlo atemperar.
Aunque sea algo relativamente nuevo en nuestro país (apenas llevamos diez años oyendo hablar de ellos), la realidad es que es una elaboración que lleva haciéndose décadas, sobre todo en la zona de Nueva Orleans (Estados Unidos), donde es también muy frecuente servirlo con hielo, ya que las altas temperaturas de la zona invitan a consumirlo más como un refresco que como un desayuno.
Si somos tan impacientes de no querer hacerlo, tened en cuenta que podemos también infusionar con agua no tan caliente, utilizando las tipo Chemex, que permiten una buena extracción de aromas y menos de nuestra estimulante amiga.
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