Bienestar

El otoño, el enemigo natural de tus pies: qué calzado y qué situaciones evitar

No hay estación del año que no se convierta en una agresión constante para nuestro pies. El calzado y la forma de utilizarlo pueden ser martirio o salvación, en función

No hay estación del año que no se convierta en una agresión constante para nuestro pies. El calzado y la forma de utilizarlo pueden ser martirio o salvación, en función del uso, para evitar lesiones que van desde torceduras a hongos, pasando por durezas, callos o incluso las siempre incómodas uñas encarnadas.

El registro varía así con el cambio de temporada. Al verano, paraíso de los descalzos (que conviene moderar) y rey del calzado abierto entre chanclas y sandalias -las cuales son enemigas naturales de la salud podal-, le sucede un otoño donde cambia radicalmente la temperatura exterior, la humedad e incluso las exigencias sociales del propio zapato. Decimos adiós así a todo tipo de informalidades en calzados abiertos, más apto para playas y piscinas, y saludamos de nuevo a los zapatos cerrados, a los cordones e incluso a las cañas altas.

Esta conversión tiene su necesaria parte buena y su parte mala, lógicamente. Aseguramos con el otoño una mejor sujeción del tobillo -uno de los lastres del verano- y también permitimos mantener una temperatura agradable en el interior del pie, fundamental para no perder calor corporal, ya que pies y cabeza son las dos partes por las que más se nos escapa la temperatura.

Evidentemente, estos beneficios vienen asociados también a sus consecuentes desventajas. Es decir, donde está lo positivo también acaba estando la penitencia. El calzado cerrado -si no es de calidad- se convierte así en un obstáculo que impide una correcta transpiración, pero también puede suponer cierto tipo de lesiones derivadas de zapatos demasiado prietos. Dedos en martillo o dedos, juanetes, helomas y callos... La amplitud de deformidades del pie que suele venir asociada a este aprisionamiento podal es bastante elevada.

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El uso frecuente de tacones es una causa habitual de dolores podales. ©Gtres.

No contento con ello, el otoño -y por extensión, las estaciones frías y húmedas- son otro torpedo directo a nuestras buenas intenciones podológicas. Una excesiva sudoración convive así con la posibilidad de que nuestros pies se mojen por las lluvias, que también hacen acto de aparición con más vehemencia durante estas estaciones, y que además nos obligan a un esfuerzo extra de temperatura, convirtiendo el interior de nuestro calzado en una especie de caldera donde el pie se recuece.

Todas estas trabas, aparentemente insalvables, tienen algunas formas de evitarlas o, cuanto menos, de paliarlas para que nuestra salud podal no sufra en otoño más de la cuenta.

Cinco enemigos de tus pies en otoño

Los corsés sociales, los cambios de temperatura, el exceso de humedad, las prisas y la excesiva rigidez son problemas habituales a los que el pie se somete cuando hemos dejado atrás las vacaciones y el buen tiempo. Se suman así factores ambientales como un tiempo más frío y húmedo a otros factores sociales y personales -una cuestión de estilo y cambio de registro en el calzado- que directamente atacan a nuestro bienestar podológico.

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Calzados demasiado duros, rígidos y que no protejan la parte alta del pie son más propensos a crear torceduras y dolores relacionados con los ligamentos del tobillo. ©Gtres.

¿A qué nos referimos con corsés sociales? Pues ni más ni menos a los estándares y convenciones estilísticas que nos persiguen en el día a día. Aunque ellas cada vez más pueden librarse del mundo de los tacones -una bomba de relojería si hablamos de salud podal-, la realidad es que en el trabajo de oficinas es habitual que los zapatos -tanto para ellos como para ellas- no sean siempre especialmente cómodos.

El calzado laboral: cerrado, poco transpirable y generalmente duro

Cerrados, en cuero, duros y habitualmente planos -aunque cada vez hay un abanico de calzado laboral con algo de perfil en el talón- son la perfecta definición de los zapatos Oxford que miles de personas suelen vestir para ir a su puesto de trabajo. Si son nuevos, hay que domarlos (y eso supone una prisión mayor), y si son veteranos y están ligeramente dados de sí, el pie nos baila.

A eso hay que sumar que el cuero o los subproductos sintéticos que lo imitan no son buenos transpirantes, por lo que la humedad que allí se acumula es frecuente que se convierta en hongos, pequeñas llagas o en el temido pie de atleta. La opción, además de utilizar desodorantes, es utilizar también calcetines de algodón que permitan una mayor transpiración.

Respecto al tacón, poco que no podamos imaginar. Todo lo que sea forzar la superficie de apoyo -y además comprimiendo la punta del pie y los dedos- será una mala idea que viene asociada a talalgias, metatarsalgias y también a diversos dolores musculares en piernas y pantorrillas. Amén de un mayor riesgo de torceduras, esguinces y luxaciones.

Por este motivo, conviene aplicar productos que limiten la presencia del sudor y también apostar por secar a conciencia nuestros pies cuando acabe el día, impidiendo que se comben o que la proliferación fúngica y bacteriana siga desarrollándose. PD: Olvídate de las medias de ejecutivo, no transpiran y no abrigan.

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El calzado laboral, tanto para ellos como para ellas, no es especialmente cómodo porque suele ser estrecho, poco transpirable y bastante rígido. ©Gtres.

Los cambios de temperatura

Nuestros pies en otoño se convierten en un incesante horno que ven cómo las temperaturas fluctúan a lo largo del día. Más allá de utilizarse como protección frente a agresiones externas, el calzado también tiene una importante función de conservación de calor, ya que los pies son una de las zonas por las que más se nos 'escapa'.

Sin embargo, el otoño nos propone diversos escenarios. Pensemos en la primera hora de la mañana, con una temperatura relativamente baja, y donde podemos llegar a sentir frío si apostamos por zapatos y calcetines ligeros. Luego cambiemos el registro y vayámonos al mediodía. El calor hace acto de aparición y lo que antes era un problema -las bajas temperaturas-, ahora nos somete al extremo contrario.

Esto aparentemente puede parecer irrelevante, pero hay que comprender que la variación térmica contrae nuestros pies con el frío, mientras que el verano los dilata. Situación que puede hacer que ciertos calzados se vuelvan más incómodos porque nos 'bailen' dentro del pie y que, además, nos sometan al tercer enemigo de la salud podal: la humedad.

La humedad y la excesiva sudoración

Por activa y por pasiva, nuestros pies se convierten en desagradables fuentes de sudor cuando el frío hace acto de aparición. En verano, aún con sus incomodidades, transpiramos mejor porque tenemos calzados abiertos, pero el otoño se convierte en una especie de prisión donde calcetín y zapato se reconcentran.

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La humedad exterior y la excesiva sudoración pueden también ser responsables de diversos problemas de hongos. ©Gtres.

Si a eso le sumamos el calzado laboral, poco amigo de la transpiración, creamos una especie de efecto invernadero donde el sudor se concentra y que puede tener diversas complicaciones. La primera es destemplarnos cuando terminamos de hacer un ejercicio, puesto que cuando el sudor se enfría, cambia la forma en la que percibimos la temperatura. La segunda es que la acumulación de líquido -no pongamos ya por caso que pisemos un charco-, sumada a la temperatura natural del cuerpo, convierte los pies en el caldo de cultivo ideal para todo tipo de hongos.

A ello hay que sumarle la dificultad para sustituir los calcetines una vez que salimos de casa. Es complicado que tengamos un par de repuesto en bolsos, mesas o maletines, pero sería lo más conveniente, porque aparte de agrietar y crear durezas, esta concentración de humedad va a multiplicar la presencia de esos microhongos que pueden desembocar en pie de atleta, verrugas e incluso acrecentar pequeñas heridas y rozaduras, que cicatrizarán peor en un ambiente húmedo.

Las prisas: malas consejeras

Las prisas nunca son buenas, y si hablamos de pies, aún menos. Es cierto que no todo el mundo se pasa el día corriendo de casa al trabajo, luego buscando a los niños y después yendo al súper a hacer la compra, pero somos muchos que sí lo hacemos. Si en esa ecuación incluimos al calzado laboral, las complicaciones se multiplican.

Tacones y zapatos Oxford, incluso los más cómodos, no son precisamente zapatillas de atletismo y abusar de su uso implica dolores articulares, riesgos de torceduras y otro tipo de problemas asociados a la salud podal como pueden ser las talalgias o la fascitis plantar. Si a ello sumamos un incorrecto apoyo -como puede ser el pie plano o el pie cavo- y no recurrimos a plantillas adaptadas, topamos con caminar a gran velocidad con calzados no adaptados a ello.

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Conviene corregir con un especialista las posibles lesiones de los pies y contrastar las causas de éstas. ©Gtres.

La solución pasa así por sustituir en la medida de lo posible el calzado una vez que aparquemos las obligaciones laborales, utilizar emolientes y cremas suavizantes al final del día o los clásicos baños de agua templada para desinflamar los pies cuando ya podamos relajarmos en casa.

Las lesiones del pie más frecuentes en otoño

Son diversas las causas que pueden generarnos dolor y malestar a nivel podológico en las estaciones más frías, y las causas son muy diversas. Desde el drama del calzado cerrado hasta el exceso de humedad, pasando por diversos problemas que tienen más relación directa con las inflamaciones articulares e incluso relacionadas con las partes duras del pie.

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Fascitis, talalgias, metatarsalgias y otros dolores articulares y musculares son frecuentes durante el otoño en la salud podal. ©Gtres.
  • Talalgias y metatarsalgias: el dolor en el talón y en los metatarsos se puede dar tanto por utilizar calzados muy planos como por apostar por calzados estrechos y rígidos en la punta. Lo conveniente es tener un calzado que tenga un poco de perfil, una plantilla que amortigüe y que sujete el pie sin aprisionarlo.
  • Fascitis: conviene diferenciar a la fascitis plantar del resto de inflamaciones porque sus causas no siempre tienen que ver con el calzado (pero las suelas blandas, duras y un soporte de arco deficiente lo complican). Para ello, conviene no andar demasiado rápido o correr con zapatos no adecuados a ello -como los que pesen demasiado, como unas botas- porque obligan a los músculos a realizar un esfuerzo que los sobrecarga.
  • Durezas, callos, helomas y juanetes: son el pan nuestro de cada día en cuanto a deformaciones podológicas. Algunas vienen dadas por una excesiva fricción de los tejidos, otras por malos apoyos y otros por comprimir demasiado el pie, que acaba deformando la forma de los huesos y provocando estas antiestéticas malformaciones que además pueden ser dolorosas.
  • Hongos: el universo de los hongos se nutre de la humedad, que además impide la cicatrización de heridas. Además de molestos, algunos vienen acompañados de mal olor y si no se tratan, pueden cronificarse durante esta estación. El uso de cremas antifúngicas, de desodorantes podales y dar una conveniente libertad al pie para secarse y moverse cuando estamos en casa son claves para que no lastren nuestra salud podológicas,

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