Salud mental

Enfadarse es necesario: por qué no sabemos lidiar a veces con esta emoción

Enfadarse nos anima a dialogar para llegar a acuerdos y encontrarnos en puntos intermedios pero no siempre sabemos cómo afrontar una circunstancia de este tipo

¿Enfadarse a veces es necesario? Hay ocasiones en las que seguramente nos hemos planteado que quizá no valía la pena enfadarse con alguien o que tras una discusión quizá no era tan importante como creíamos en un inicio. El enfado, como emoción básica, es necesario para comunicarnos, para expresarnos, para reivindicar adecuadamente nuestros derechos y necesidades.

“La intención del enfado es cuidar de nosotros. Nos aporta información para reconocer cuáles son nuestros límites y replantearnos si queremos hacer algo al respecto. Algunas veces tocará defender esos límites y otras veces, tal vez, será más conveniente ampliarlos. El enfado, al igual que la alegría, es una emoción de aproximación que nos permite acercarnos a otras personas, para compartir opiniones y preferencias”, nos explica Sonia Díaz Rois, coach y mentora especializada en Gestión de la lra y Eneagrama.

Enfadarse nos anima a dialogar para llegar a acuerdos y encontrarnos en puntos intermedios. El enfado permite que otras personas conozcan lo que pensamos y expresarnos sin necesidad de exigencia alguna. “El enfado necesita expresarse y lo que busca es ser escuchado y comprendido. Lo que menos quiere es que conectemos con la ira, no quiere que gritemos, ni que hagamos aspavientos, ni que soltemos cuatro barbaridades de las que seguramente nos arrepentiremos”, añade la experta.

Enfadarse “no quiere represión ni contención, quiere validación y gestión, para expresarse cuando es necesario. Si pretendemos controlar el enfado y lo negamos, no podrá cuidar de nosotros y es posible que acabemos sobre adaptándonos y adoptando una posición de no participación y sumisión. Nos proporciona una sensación de control y poder que nos aleja del miedo y de no sentirnos capaces. Nos ofrece el valor y la energía necesarios para no tirar la toalla y superar muchos de los obstáculos que se nos van planteando”.

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Enfadarse puede llevar a un sentimiento de frustración.Pixabay

¿Por qué cuesta lidiar con esa emoción?

Cuando alguien se enfada con otra persona o con una situación, no se siente bien pero muchas veces no le damos importancia a esas emociones y se puede llegar a demonizar. “Solemos prestarle atención cuando se manifiesta en formato ira, demonizándola porque cuando llega a este estado ha perdido su intención y propósito originales. Ya no tiene sentido. Junto al miedo y la tristeza, solemos relacionar el enfado con algo negativo, por esa asociación directa que hacemos con la ira, que lo hace desagradable y menos gestionable”, dice Díaz.

A estas ideas preconcebidas y generalizadas, podemos añadirle que muchos de nosotros aprendimos de pequeños a negar, reprimir y rechazar esta emoción. “Muchas personas hemos desarrollado patrones emocionales que siguen bajo los efectos del “note note”: “no te enfades, no te pongas triste, no tengas miedo”, provocando en nosotros conductas emocionales poco adaptativas. Unas personas habrán aprendido a reprimirlo y explotan una vez al año. Otras lo habrán incorporado en formato cabreo y así lo expresan de adultos”.

Realmente, por desconocimiento emocional, no sabemos hacerlo de otra manera. ¿Cuántas personas siguen diciendo “yo nunca me enfado” o “me cabreo porque es la única manera de que me hagan caso?”. “Y oscilamos entre la pasividad y la agresividad, sin encontrar ese punto intermedio que tantos beneficios nos puede aportar, pero que tan desconocido nos resulta”, añade la coach.

¿Enfadarse se puede controlar?  

En lugar de control, “prefiero hablar de gestión, ya que controlar lo asocio con agarrar y encerrar y ya hemos visto que el enfado no se lleva muy bien con el control. Si lo que queremos es comprenderlo y que sea capaz de cuidar de nosotros, de manera asertiva y respetuosa, es preferible hablar en términos de gestión y referirnos al hecho de darse cuenta, observar, cuestionar y generar ese margen que nos permite pensar y decidir qué es lo que queremos hacer con nuestro enfado, sin necesidad de reaccionar sin más”.

Entrenarnos en la gestión del enfado nos permite crear ese espacio para actuar de manera consciente y decidir cómo queremos actuar. “Esa gestión también nos permite identificar los pensamientos que acompañan al enfado y detectar qué motivos le damos para seguir apareciendo. Si no cazamos esos pensamientos y hacemos lo posible por comprenderlos, el enfado se convierte en un sentimiento, se queda con nosotros como una música de ascensor que dejamos de escuchar y nos predispone a conectar con mayor facilidad con estados iracundos”, comenta Díaz.

Trabajar el pensamiento que acompaña al momento de enfadarse es fundamental para evitar que alimente nuestra ira. “Una vez activada la atención, es cuando podemos acompañar a ese “me estoy dando cuenta” de respiraciones y contar hasta cinco o hasta un millón, si hace falta”.

¿Enfadarse puede llevar a la ira?

Ya hemos visto que una adecuada gestión de los pensamientos nos puede ayudar a gestionar nuestro enfado y evitar que nos conectemos con la ira para controlar así también la salud mental. Si hemos llegado al punto en el que nos damos cuenta, ya sea antes, durante o después, resulta de gran ayuda observar qué está ocurriendo.

“Observar con quién estamos, qué tema se está tratando, dónde estamos… y hacer lo posible por ser conscientes de nuestras reacciones y observarnos sin juicio ni culpa. De este modo estaremos aprendiendo de ese momento y seremos capaces de decidir si queremos hacer algo diferente. Seremos capaces de comprender qué convicciones y valores están en juego. Un buen consejo es recordar que el enfado es nuestro porque no hay enfados, hay personas que se enfadan”.

Cada cual encontrará sus motivos para su propio enfado porque, lo que a uno le hace enfadarse, a otra persona puede no enfadarle y viceversa. Comprender este punto, puede ayudarnos a observar con curiosidad el enfado, en lugar de rechazarlo directamente e intentar comprender cuál es el origen que lo motiva. Con este simple gesto, estaremos empezando a entrenar nuestra empatía.

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Al enfadarse se debería tratar de evitar la ira.Pixabay

¿El rencor influye en el enfado?

Si asociamos el rencor al resentimiento y lo observamos como la acción de volver a sentir o pensar en algo, “sí, el rencor influye en el enfado debido a que ese volver a sentir lo mismo una y otra vez sin resolver la emoción, provocará que ese sentimiento se quede fijado en nosotros, como una rumiación, llegando a conectarnos con sentimientos de ira y odio. Lo que más puede contrarrestar el rencor es el perdón desde la empatía. Sin necesidad de darle la razón a otra persona y teniendo que negar la nuestra”.

Cómo mejorar nuestras relaciones

Hacer nuestro ‘nuestro’ enfado, es primordial para dejar de culpar a los demás y responsabilizarnos del mismo. “Podemos empezar a ponerle atención y preguntarnos de vez en cuando “¿Es para tanto?” y procurar relativizar, además de intentar dar respuesta a esta pregunta para encontrar los motivos de nuestro propio enfado “¿Por qué me está enfadando esto?”.

Alejarnos de justificaciones de tipo “es que yo soy así y la gente no cambia” y revisar esas creencias que nos lleva a pensar que el carácter ‘gruñón’ es heredado, para darnos cuenta de que puede tratarse de patrones de comportamiento aprendidos y que eso se puede cambiar.

“Dejar de pensar que la gente amanece con el único propósito de fastidiar la existencia a los demás, recordar que no suele haber una mala intención expresa, salvo contadas ocasiones y pensar, de vez en cuando, que cada uno libra su batalla y que lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos (incluido uno mismo), nos ayuda a desarrollar cierta empatía y disponer de mayor capacidad para ver el mundo desde otros puntos de vista”, recomienda la experta.

Aprender sobre asertividad es fundamental para enfadarse de manera calmada y respetuosa, logrando que nuestro enfado sea escuchado en lugar de provocar que otras personas salgan corriendo, quedándonos más frustrados y enfadados. “Evitar el pensamiento polarizado (blanco/negro) y abrazar los grises, hacer lo posible por no generalizar haciendo uso de todo el mundo, nadie, siempre… y empezar las conversaciones relacionadas con el enfado hablando desde uno mismo, para facilitar que la otra persona empatice con nosotros y logre comprendernos”, añade.

Además, podemos establecer espacios de prevención para tratar esos temas recurrentes que aparecen una y otra vez, a los que no damos importancia y quedan pendientes de resolver, y que van dañando nuestras relaciones sin darnos casi cuenta. “Y, sobre todo, si lo que motiva la conversación es una discusión, antes de iniciar el diálogo es importante identificar qué queremos conseguir, teniendo en cuenta ambas partes para que se trate como una negociación”, concluye Sonia Díaz.

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