Se puede comulgar o no con ser sostenible y esa sostenibilidad medioambiental puede estar presente en la forma en que vestimos, en la forma en que trabajamos, en la que nos movemos y, evidentemente, en la forma en que comemos. No solo nos referiremos a comer más verduras y menos carnes; ni tampoco a evitar productos demasiado procesados, dando prioridad a productos frescos; si no a pequeños detalles, a veces inadvertidos, que no solo tienen que ver con lo que tomamos, sino en la forma en que lo hacemos.
Son muchas las voces de alarma en torno a la sostenibilidad, abanderando un cambio social -pero también político y cultural- que aboga por bregar en favor de un mundo más sostenible que tenga que ver con lo que disfrutamos hoy y de lo que dejaremos en herencia.
Se puede estar a favor o no de esta agenda, pero ciertas entidades y organizaciones han puesto ciertos focos en algunos matices a tener en cuenta. Es el caso de la sobrepesca, de la sobreexplotación de los acuíferos, del crecimiento desmedido de la ganadería intensiva o de factores tan obvios como el propio transporte de los productos.
Aunque parezca extraño, se puede ser un activista de salón y es que desde el plato podemos reivindicar una conciencia cívica más sostenible, todo ello sin perjuicio de alteraciones nutricionales o de enarbolar distintas banderas culinarias como el veganismo o el vegetarianismo, ya que podemos ser sostenibles en nuestros menús aún consumiendo carnes, pescados, huevos y determinados productos provenientes de animales, e incluso a través del vino.
Cómo ser más sostenible a través de nuestra dieta
Asumir cambios radicales en la forma de comer no es sencillo, ya sea por los hábitos adquiridos o por posibles condicionantes externos, pero sí podemos dar pequeños pasos que no sean tan complejos y que nos hagan avanzar en una senda más ecofriendly, sin dejar aparcada la salud o el sabor.
Mariscos sí, pero con cabeza; frutas y verduras sí, pero en su mejor momento de la temporada; productos no demasiado viajeros o carnes, aún necesitando muchos recursos, que aseguren el bienestar animal, son pequeñas pautas con las que contribuir a un mundo más sostenible sin que nuestros bocados se resientan.
- Di sí a los moluscos y a los bivalvos. 100 gramos de mejillones -o almejas, o berberechos...- cocidos, además de estar muy buenos, aportan 24 gramos de proteínas, una cantidad superior a la que aportaría un filete de ternera, un lomo de salmón o una pechuga de polo. Además, la virtud nutricional de los mariscos se consolida con su eficiencia proteica, ya que necesitan mucho menos alimento para desarrollarlo que otros pescados o mariscos de la pirámide trófica.
- Busca el sello MSC y ASC en tus pescados. La trazabilidad de lo que comemos es cada día mayor y en los productos marinos es relativamente sencilla de conseguir puesto que en la información del pescado suele haber mucha información. Especie, lugar de captura -o de cultivo-, forma de extracción o tipo de pesca están a la orden del día en estos datos. Si quieres ir aún más allá, busca los sellos MSC para pesca salvaje, que garantizan una pesca sostenible, o el sello ASC en caso de que sea una acuicultura sostenible.
- Para los que no renuncian a la carne. Es obvio que se necesita más agua o más recursos para generar un kilo de carne de ternera que un kilo de acelgas, pero incluso los carnívoros más fieles pueden encontrar una solución para desarrollar una conciencia más sostenible a través de la carne: el sello Welfare Quality, preocupado del bienestar animal tanto en las explotaciones ganaderas como en los propios mataderos. Buscar estos sellos asegurará al cliente que el animal ha sido bien alimentado, en buenas condiciones, teniendo buena salud y un comportamiento apropiado.
- Abanderando un huevo ecológico. La conciencia sobre la forma de cría de las gallinas ha evolucionado mucho en los últimos 20 años. Aparte del consabido etiquetado sobre forma de cría -que verás identificado con una numeración del 0 al 3, siendo 0 los que pertenecen a crianza ecológica-. En este caso, si queremos ser sostenibles a través de nuestras tortillas, lo más recomendable es apostar por los huevos 0, es decir, ecológicos, porque las gallinas tienen más espacio, libertas y una mejor alimentación.
- Cuanto más cerca, mejor. Parece otra obviedad, pero no pensemos solo en que consumamos o no un producto ecológico como garantía de sostenibilidad. La huella de carbono también influye, sobre todo más allá del método de producción. Por eso, es conveniente, si vamos detrás de un perfil sostenible, adquirir productos de proximidad. Para tener claro el concepto, hagámonos una pregunta: ¿Qué será más sostenible: un aguacate que ha llegado en barco desde México o un aguacate cosechado en Málaga? Si te preocupa además por esta huella ecológica, aquí puedes hacer un cuestionario sobre tu 'incidencia' planetaria.
- En la variedad está el gusto. Según WWF, el 75% de la alimentación mundial proviene de 12 especies vegetales y de cinco especies animales. Por eso, proponen una lista de los 50 alimentos del futuro, capaces de reducir el impacto ambiental de nuestro sistema alimenticio, cuyos beneficios no son solo nutricionales, sino también medioambiental por poder desarrollarse en determinados terrenos, tener menos exigencias hídricas o de suelo.
- Más tela y menos plástico. No te salpica en la cocina, pero sí cuando vas a la compra. Prescindir en la medida de lo posible de envases de plástico para todo y apostar por los graneles o los envases reutilizables -siempre que sea salubre- será una forma de contribuir a ser más sostenible incluso a la hora de hacer la compra.
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