En España tenemos incontables riquezas en cuanto a parajes naturales o patrimonio histórico y artístico prácticamente al alcance de la mano. Un buen ejemplo de ello son las ‘Siete Merindades de Castilla la Vieja’, un tesoro poco conocido donde la naturaleza es exuberante, el arte único y tiene ecosistemas de inolvidable belleza. Un paraíso intacto situado entre la Cordillera Cantábrica, el Valle del Ebro y la Meseta, que tiene además mucha historia. Y con una grandísima ventaja: no está masificado.
La cuna de Castilla
Su nombre proviene de un antiguo cargo administrativo de las edades Media y Moderna: los ‘merinos’ se encargaban de hacer justicia en sus tierras, resolvían conflictos entre vecinos, gestionaban el patrimonio real en sus tierras e, incluso, cumplían alguna función como arrendar el suelo o desempeñaban trabajos militares. Una especie de gobernadores que eran nombrados normalmente por el rey. Las merindades eran por tanto una mancomunidad de villas que tuvieron en Villarcayo (Burgos) su centro neurálgico y fueron la cuna de esa Castilla austera y valiente que está en los libros.
Alrededor, un sinfín de valles fértiles y altas cumbres, como el Castro Valnera o el valle pasiego de Lunada, uno de los lugares más sobresalientes de la comarca. El agua está muy presente, con numerosos ríos y arroyos, lo que a lo largo de los siglos ha creado extraordinarios paisajes de maravillas naturales. El salto del Nervión- en el Parque Natural de Monte Santiago-, posee una caída de 222 metros y es el de mayor altura de la península. O el complejo de Ojo Guareña, el mayor entramado subterráneo que existe en España, con más de 110 kilómetros de galerías, donde habita una fauna única junto a restos de pinturas y grabados del Paleolítico.
Románico puro
A estos espacios salvajes e impactantes se une un importante carácter histórico. Y se encuentran construcciones tan peculiares como la ermita de San Tirso y San Bernabé, cuyas puertas adosadas en la propia roca dan paso a un magnífico espacio para el culto, donde se pueden admirar impresionantes pinturas murales que datan del siglo XVIII. La Cueva Palomera, de mayor tamaño y complejidad en el acceso que la anterior, ofrece dos recorridos pensados para los amantes de la espeleología.
En esta demarcación se encuentran también auténticas joyas del románico, como la imponente ermita de San Pedro de Tejada, enclavado en un idílico entorno dentro del valle de Valdivielso. En el valle de Losa, sobre un espolón rocoso se levanta la ermita de San Pantaleón, iglesia considerada una de las obras más hermosas del románico burgalés. Debajo de ella está documentada una basílica paleocristiana, donde se conservó la reliquia del santo que le da nombre: una ampolla de su sangre que se licuaba los días de fiesta. A la vez, la toponimia del lugar sus intrincados parajes relacionan estas tierras con mitos y leyendas del Santo Grial.
Puente de los dioses
Es un inmenso “puente” natural (Puentedey) formado con el paso del tiempo por las aguas del río Nela y una de las imágenes más típicas de la comarca. Hacia el sur, el monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco, no todo lo bien conservado que se debiera pero una importantísma muestra de la arquitectura del siglo XIII.
Debido al carácter militar del ‘merino’, esta zona es en la actualidad una de las de mayor número de torres y castillos de toda Europa. Destaca el Alcázar de los Condestables de Castilla en Medina de Pomar, erigido en el siglo XIV para funciones políticas, administrativas y eventos sociales; el Castillo de Tedeja al suroeste de Traspaderne, que defendía el paso de la Horadada; la Torre de los Velasco en Valdenoceda de Valdivielso o las numerosas casas-torre de Espinosa de Los Monteros.
Las Merindades, nobles e ilustres villas, un románico impactante, espacios naturales únicos… una zona a descubrir paso a paso.
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