Es una de las historias menos conocidas del caso más famoso en la historia de la ufología. El principal testimonio sobre la presencia de un extraterrestre en una base aérea de Nuevo México es una mezcla casi cómica de realidad y ficción. En Altavoz te contamos “toda la verdad” 70 años después.
“Usted no ha visto nada. Aquí no ha habido ningún accidente. Ni se le ocurra ir al pueblo y contar que ha visto algo”. La escena tiene lugar en la base aérea Walker de Nuevo México el 21 de mayo de 1959 y la persona que pronuncia estas palabras es un mando del ejército, un tipo alto y pelirrojo, que se mueve de un lado a otro muy nervioso y que ha llegado a las instalaciones con un cuerpo que no quiere que nadie vea. Los testigos hablan de una criatura con una gran cabeza, ojos abultados y piel amarillenta. Los militares lo han llevado hasta la base y lo mantienen apartado de la mirada de los curiosos, e incluso amenazan a los testigos para que no cuenten lo que han visto. Pero lo que se esconde en la habitación no es el cadáver de un alienígena, sino algo casi igual de inquietante y aterrador.
“La leyenda creció a partir de aquello”, escribe Joseph Kittinger en sus memorias. “A mí me describieron como el “capitán violento y pelirrojo” que intentaba frenéticamente ocultar todo el incidente y se llevó a la criatura de vuelta a alguna localización secreta de la Fuerza Aérea en el desierto”, recuerda. Pero lo que escondían aquel día no era un extraterrestre, sino a su compañero Dan Fulgham, quien se acababa de estrellar unas horas antes junto a él y otro militar en un globo aerostático y cuya cabeza había quedado violentamente deformada por el impacto. “La cabeza del pobre chaval parecía una pelota de baloncesto”, asegura. “Era grotesco. Apenas podíais ver su nariz, todas las venas de su cara y el cuero cabelludo estaban ensangrentados. Es una de las cosas más espeluznantes que he visto en mi vida”.
“La cabeza del chaval parecía una pelota de baloncesto. Es lo más espeluznante que he visto en mi vida”.
Kittinger, Fulgham y William Kaufman habían partido por la mañana de la localidad de Holloman en uno de los globos aerostáticos que estaban utilizando en los proyectos Manhigh y Excelsior para explorar las condiciones de la alta atmósfera y la reacción del cuerpo humano (unos meses después Kittinger se convertiría en la primera persona en saltar desde una altura de 31km). Pero aquel día el vuelo se torció y la góndola volcó con sus tres ocupantes al tomar tierra. Con tan mala fortuna que la cabeza de Fulgham recibió un tremendo impacto y quedó atrapada entre el hierro y el suelo. El equipo de rescate que llegó hasta la zona en varios jeeps del ejército, tuvo que emplear una palanca para liberar la cabeza del piloto, terriblemente hinchada dentro del casco. Después trasladaron a los tres hasta el hospital de la base aérea Walker, donde el personal civil presenció la escena. La cabeza de Fulgham estaba tan deformada que unos días después su mujer ni siquiera le reconoció al verle. “Alguien en Roswell - puede que alguien que trabajara en el hospital - debió de ver a Dan mientras le ayudábamos a salir del helicóptero aquella mañana y en su mente cuajó la idea de que aquello era alguna especie de visitante del espacio”, recuerda Kittinger. “A él le describieron en la literatura como una “criatura con una enorme y grotesca cabeza”.
En las siguientes horas Kittinger hizo un gran esfuerzo para que los propios militares se trasladaran a Fulgham e impedir que los mandos - algunos de los cuales estaban en contra de las pruebas con humanos - les retiraran el programa. “La simple verdad es que la cabeza de aquel tipo recibió un gran castañazo durante el aterrizaje de un globo y yo estaba preocupado por que un investigador del accidente me abriera un expediente”. El proyecto no era secreto, pero la noticia del incidente les habría impedido continuar. “No queríamos publicidad”, insiste Kittinger. “Así que para alguien ajeno al proyecto podría parecer que estábamos en un apuro y que aquello era secreto, podría parecer que tratábamos de cubrir una misión clasificada”.
Una sucesión de mentiras
El incidente de Kittinger y su equipo, que relata en su libro “Come up and get me”, sucedió junto a la localidad de Roswell en 1959, doce años después del primer episodio que dio lugar a la leyenda sobre extraterrestres. Todo había empezado con el testimonio de un granjero que dijo haber encontrado los restos de un platillo volante, que resultaron se los restos de otro globo - este perteneciente al proyecto secreto Mogul, para espiar a los soviéticos. Las historias sobre alienígenas recuperados y autopsias no aparecieron hasta mucho después, en los años 80, cuando algunos ufólogos grabaron el testimonio de personas que decían haber visto cuerpos extraños y militares llevando el asunto con el máximo secretismo.
Según el informe realizado por la propia Fuerza Aérea y en el que se documentó meticulosamente cada testimonio, el caso Roswell se formó a partir de una sucesión de mentiras, malentendidos y manipulaciones, algunas de las cuales se inspiraron en episodios reales. Los cuerpos de alienígenas pudieron ser confundidos con los muñecos (dummies) que se arrojaron en sucesivas pruebas desde aviones y globos - cuyo aspecto recuerda sospechosamente al famosos alienígena de Roswell y el vídeo falsificado de su autopsia - y a algún accidente concreto como el de Kittinger o el de un avión KC-97 en 1956, en el que murieron once soldados y cuyos cuerpos fueron trasladados hasta el hospital de la base.
Uno de aquellos testigos estrella era un trabajador de una funeraria llamado Glenn Dennis, quien apareció en varios documentales a partir de 1989 en los que afirmaba haber trabajado en el hospital durante aquellos años y haber sido testigo de las extrañas maniobras del ejército, que incluían a la criatura de gran cabeza, al militar pelirrojo y malhumorado y el relato sobre una misteriosa enfermera que había visto todo y que nunca apareció. Su testimonio llegaba con 42 años de retraso, lo que ya lo convierte en bastante dudoso, y estaba lleno de contradicciones y datos erróneos. Dennis, por ejemplo, no trabajaba en 1947 en aquel hospital de la base y es más probable que estuviera por allí cuando se produjo el episodio de Kittinger y su compañero herido, o que se lo contaran. También afirmó que el oficial iba acompañado de un soldado negro, y eso en 1947 era imposible, puesto que la segregación racial en el ejército duró hasta dos años después.
Todas estas circunstancias, concluye James McAndrew en el informe oficial publicado en 1997 (“The Roswell report : case closed”), “pudieron llevar a personas no uniformadas, como Dennis, a creer que estaban siendo testigos, o que les estaban contando, algún suceso clasificado o inusual”. La peripecia de la cabeza desproporcionada de Fulgham es uno de los muchos episodios que pudo contribuir en aquellos años a hacer crecer una leyenda que aún perdura en el imaginario colectivo. Los famosos dummies, por ejemplo, eran trasladados a menudo en bolsas de plástico para protegerlos y podían hacer pensar a alguien que se trataba de cadáveres. En una ocasión, una mujer que no conocía los experimentos y avistó uno de aquellos muñecos, salió gritando horrorizada “¡Está muerto! ¡Está muerto!”.
Fulgham se recuperó de las aparatosas heridas y además de participar como piloto en Corea y Vietnam completó una exitosa carrera militar de la que se retiró en 1978 con el grado de coronel. Por su parte, Joe Kittinger se convertiría en los siguientes años en un pionero de la aeronáutica con su salto desde los límites de las estratosfera y aún se le llevan los demonios cuando le hablan de extraterrestres y conspiraciones. La verdad sobre lo que pasó en aquel lugar de Nuevo México es muy difícil de reconstruir con exactitud a estas alturas, pero lo que sí es cierto que en aquellos años había en aquel lugar una gran concentración de seres extraordinarios, pero no venían de otro planeta: eran los tipos que se jugaban la vida en las pruebas aeronáuticas más arriesgadas de la historia o que llenaban el cielo de globos con forma de medusas metálicas para explorar los cielos.
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