La tarde de ayer no fue como la de un domingo normal (si es que ese adjetivo sigue existiendo) de finales de verano, ya que durante varias horas recibí llamadas y mensajes de distintas personas que me preguntaban por “la detección de vida en Venus”. Parecía una noticia reciente y había mucha excitación en el ambiente. Así que navegué rápidamente por la red y vi lo que se había publicado desde unas horas antes: un par de artículos en portales de divulgación científica y un vídeo subido a YouTube, que hacían referencia a un trabajo que aparecería hoy en la revista Nature Astronomy. Sin haber tenido ocasión de leer el artículo, escribí un hilo en Twitter para poner en contexto el aparente descubrimiento: la detección de fosfano (la molécula PH3, coloquialmente conocida como fosfina) en la atmósfera venusiana, y para adelantar mi opinión en el sentido de que esta molécula no es un auténtico biomarcador, ya que en el Universo puede producirse por mecanismos meramente químicos… aunque en nuestro planeta esté asociado a la actividad microbiana. De hecho, desde hace años se sabe de su presencia en la atmósfera de los dos gigantes de gas de nuestro sistema planetario: Júpiter y Saturno. Y allí no hay vida.
Esta tarde, en cuanto se ha liberado el embargo sobre el artículo lo he podido bajar y leer con relativa tranquilidad. Sin ser un experto en química atmosférica, considero que la detección de fosfano es tan robusta como corresponde a la calidad científica de los investigadores e instituciones implicadas, y también a la revista en la que ha sido publicado este importante hallazgo. Pero sigo convencido de que la interpretación de tales resultados está demasiado sesgada por el deseo que tenemos los científicos de encontrar señales de vida fuera de la Tierra. De hecho, pocas preguntas hay más sugerentes que la de si estamos solos en el Cosmos. Del artículo se deriva que la cantidad de fosfano detectado es órdenes de magnitud mayor que la esperable por las reacciones químicas que hasta ahora se conocen en la atmósfera de Venus, mucho más oxidante que la de Venus y Saturno. Tampoco se han descrito previamente procesos geológicos que en la infernal superficie del planeta (a una temperatura media de 464 ˚C) o en su subsuelo puedan ser responsables de la síntesis de esta molécula. Esto implica que hay que seguir investigando in situ (aunque aún no han sido aprobadas las próximas misiones de exploración propuestas por la agencia espacial rusa y por la NASA junto a la ESA) y también en sistemas experimentales que puedan construirse en nuestro planeta.
“La interpretación de tales resultados está demasiado sesgada por el deseo que tenemos los científicos de encontrar señales de vida”
Pero si utilizamos la famosa “navaja de Ockham” (que es incluso más versátil que una suiza) la geoquímica o la química atmosférica podrán proporcionar, cuando se sigan estudiando, explicaciones más sencillas para la presencia de fosfano en las nubes de Venus que la existencia de seres vivos allí. Esto es equivalente es lo que a día de hoy pensamos sobre las (por el momento, misteriosas) variaciones detectadas en las concentraciones de metano y oxígeno molecular en la atmósfera de Marte: lo más probable es que su causa sea geológica y no biológica. Así, a falta de pruebas adicionales, y en particular sin haberse detectado biomarcadores moleculares que realmente sólo puedan producir los seres vivos, es muy prematuro (y también muy arriesgado) afirmar que se ha detectado vida, sus señales o evidencias, en Venus. De hecho, en el propio artículo de Nature Astronomy parecen cautos con este tema. Recordemos las ocasiones anteriores en las que titulares grandilocuentes o sobreinterpretaciones de los resultados han acabado desinflándose y con ello han llevado a la frustración de autores y lectores, como fue el caso de las supuestas evidencias de vida fósil en el meteorito marciano ALH84001, o el descubrimiento de ciertas bacterias que aparentemente utilizaban arsénico en vez de fósforo en sus moléculas genéticas y su metabolismo.
“En ocasiones anteriores en las que titulares grandilocuentes o sobreinterpretaciones de los resultados han acabado desinflándose”
La posible existencia de vida en ciertas capas de nubes de la atmósfera de Venus fue ya postulada por Harold Morowitz y Carl Sagan en un histórico artículo publicado en Nature el 16 de septiembre de 1967. Posteriormente se determinó que este planeta fue habitable en el pasado, y precisamente la conocida como “capa media” de nubes de Venus (que se extiende entre unos 48 y 60 km sobre la superficie y presenta temperaturas de entre 20 y 30 ˚C) se ha propuesto como un posible hábitat para algún tipo de vida microbiana extremófila. Pero hoy, 53 años después de aquel artículo pionero, conviene recordar cómo el propio Sagan popularizó lo que ya en el siglo XVII nos habían advertido el filósofo David Hume y el físico y matemático Pierre-Simon Laplace: “Las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”. Y proponer que se ha encontrado vida en Venus requiere muchísimo más que la detección de fosfano en su atmósfera.
* Carlos Briones es investigador del CSIC en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA, asociado al Programa de Astrobiología de la NASA) y autor del libro “¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el Cosmos” que publica esta semana la Editorial Crítica
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