Solo unos pocos seres humanos son capaces de descender varias decenas de metros y estar bajo el agua durante más de ocho minutos sin respirar. Esta modalidad de buceo, llamada apnea, es uno de los deportes más extremos y tiene un altísimo precio para algunos de los que lo practican, como la campeona rusa Natalia Molchanova, quien desapareció el pasado mes de agosto mientras buceaba en la costa de Ibiza. El equipo de Jonas Dörner, de la Universidad de Bonn, en Alemania, ha querido conocer mejor cuáles son las condiciones en las que estos deportistas llevan a cabo sus hazañas y ha realizado una serie de pruebas mediante un escáner de resonancia magnética.
Los efectos son similares a algunos tipos de infarto
Para su trabajo, presentado esta semana en la Sociedad Radiológica de Norteamérica (RSNA), los investigadores reclutaron a 17 buceadores de élite de Alemania y Austria, con edades comprendidas entre los 23 y los 58 años. Para estudiar los efectos de la falta de oxígeno en la función cardiaca y el riego sanguíneo, los voluntarios fueron sometidos a resonancias de su arteria carótida antes, durante y después de mantener la respiración. "Queríamos ver los cambios que se producen en el corazón durante la apnea en tiempo real", explica Dörner, quien trabaja como radiólogo en el hospital de Colonia.
La apnea media que realizaron los voluntarios de la prueba duró 299 segundos (poco menos de 5 minutos), aunque la de máxima duración superó los 8 minutos. "Estos deportistas tratan de ser capaces de contener la respiración durante largos periodos", explica el autor del trabajo. "Cuando se meten en el agua son capaces de aguantar incluso más debido al reflejo de inmersión". Este mecanismo, presente en los mamíferos, hace que cuando nos sumerjamos en el agua baje el ritmo cardíaco, los vasos sanguíneos se contraigan en las extremidades, suba la tensión y el riego acuda desde la periferia para centrarse en el cerebro. Estos cambios suceden también, aunque en menor medida, cuando la persona contiene la respiración, por lo que Dörner y su equipo podían examinar los efectos en el corazón de los sujetos.
Al final de la prueba la función cardiaca de los buceadores empezaba a fallar
Lo que vieron los científicos fue que durante los periodos de apnea la cantidad de sangre que fluía al cerebro aumentaba y posteriormente se equilibraba. "Al principio del periodo de apnea el corazón bombeaba más fuerte que cuando la persona estaba en reposo", explica el radiólogo. "Al cabo de un tiempo, el corazón se dilataba y empezaba a moverse con dificultad". Pero lo más importante es que hacia el final de la prueba la función cardiaca de los buceadores empezaba a fallar. "En ese punto", concluye, "no se está bombeando suficiente sangre al cerebro. "El corazón es incapaz de bombear contra la alta resistencia de los vasos sanguíneos".
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Los cambios son tan radicales, dicen los expertos, que recuerdan a los que sufre un paciente víctima de un infarto sistólico, con la diferencia de que en su caso es transitorio y gracias al entrenamiento son capaces de reponerse. "La función cardiaca de los buceadores se recuperaba a los pocos minutos de respirar", dice Claas Nähle, coautor del trabajo y experto en resonancia cardiaca. "Parece que los buceadores de élite desarrollan mecanismos compensatorios para ayudarles a adaptarse a los cambios cardiovasculares que ocurren durante la apnea", sentencia.
A pesar de todo, los científicos advierten que, si el entrenamiento no es suficiente y adecuado, los riesgos de practicar este deporte son muy elevados. De hecho, el número de muertes es mayor en la modalidad que incluye el descenso a grandes profundidades, pues un fallo a esas distancias de la superficie puede no tener vuelta atrás.
Fuente: Radiological Society of North America (RSNA)
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