Si hay alguien en la Historia que merezca el tópico apelativo de “excéntrico millonario” es sin duda James Gordon Bennett, el propietario y fundador del periódico New York Herald. Bennett poseía una considerable fortuna que no dudaba en emplear en cualquier empresa o capricho por extravagante que pudiese parecer. Dicen las malas lenguas que en alguna ocasión llegó a tirar un buen fajo de billetes a la chimenea simplemente porque no le cabía más dinero en el bolsillo. Compró un caro restaurante por la sencilla razón de que una noche otro cliente se había sentado en lo que él consideraba su silla.
Pasaba largas temporadas embarcado en su yate puesto que durante una fiesta de Navidad en casa de su prometida terminó orinando borracho en la sala de estar; ante aquella afrenta el hermano de la joven le retó a un duelo y, huyendo de las posibles represalias del enojado familiar, terminó viviendo durante un tiempo en su lujoso barco. Sin embargo, a Gordon Bennett le gustaba desayunar bien y ordenó construir un cuarto específico para una vaca con el objetivo de tener leche y mantequilla fresca por las mañanas. A tal efecto se instaló en el yate un compartimento adicional al que también se añadió un ventilador para que el animal se sintiese cómodo en los calurosos días de verano.
Dirigió su periódico conforme a unos cánones claros y directos: olvidar el localismo y buscar la noticia allá donde se produjese. No había rincón lo suficientemente apartado al que no intentase llegar siempre que hubiera una buena historia detrás.
Bennet comenzó a financiar expediciones para tener historias que contar.
Pero Bennett, que además de disipado no tenía un pelo de tonto, pronto se dio cuenta de que a veces es más fácil crear tus propias noticias a esperar a que lleguen a ti. El millonario se dijo: si no encuentras buenas historias, constrúyelas tú mismo. Y así comenzó a financiar expediciones a lugares recónditos y exóticos, con la idea de ser el primero en publicar la exclusiva y relatar de primera mano los viajes más audaces e increíbles a sus ansiosos lectores.
Doctor Livingstone, supongo... Seguro que recuerdan esta célebre frase del explorador Henry Morton Stanley, pues aquí tienen un buen ejemplo de las empresas de nuestro millonario. En 1869 Bennett llamó a su despacho a un inexperto y joven periodista que aún no había cumplido treinta años y le dijo algo así: va a ir usted en busca de un misionero desaparecido en África. Aquí tiene mil libras para gastos, en cuanto se acaben le daré otras mil libras, si las vuelve a gastar le volveré a dar mil libras y si se terminan le volveré a dar otras mil libras, gaste nuevamente y seguiré ingresándole mil libras las veces que hagan falta… pero no se le ocurra volver hasta encontrar a Livingstone.
In darkest Africa 1890
Los dos volúmenes de “In darkest Africa” publicados en 1890 relatando el periplo de búsqueda de Stanley por el continente africano tuvieron decenas de ediciones y se vendieron miles y miles de ejemplares. Bennett había encontrado su particular mina de oro.
Animado por este éxito de ventas Bennett fijó su vista en otro de los grandes paraísos de la exploración del siglo XIX: el Polo Norte. Ahora tan solo le faltaba encontrar su damisela en apuros, alguien que al igual que Livingstone se encontrase perdido por aquellas gélidas latitudes.
La oportunidad se terminó llamando S.S. Vega y era un precioso bricbarca ballenero con tres mástiles y propulsión a vapor que, a las órdenes del noruego Nordenskjöld, había partido a mediados de 1878 con la ímproba misión de atravesar el Paso del Nordeste. Al propietario del New York Herald le pareció la oportunidad perfecta: marchar hacia el Polo Norte y de paso rescatar a los noruegos que ya llevaban casi un año sin dar señales de vida.
Bennett viajó a Inglaterra, sacó despreocupado su amplia billetera y compró el HMS Pandora para la expedición. Cambió el nombre del barco, lo rebautizó como HMS Jeannette y puso al frente al oficial de la marina estadounidense George Washington DeLong que se encargó de traerlo de vuelta a Estados Unidos.
George Washington DeLong | The voyage of the Jeannette 1883
En julio de 1879 el Jeannette salía de las soleadas costas de California rumbo al frío.
Los exploradores a los que iban a rescatar regresaron y el Jeannette quedó atrapado.
La historia se reserva a veces la más cruel de las ironías convirtiendo al cazador en cazado porque, al mismo tiempo que zarpaba DeLong desde San Francisco, el deshielo del Polo dejaba libre a Nordenskjöld que se convertiría así en el primero en atravesar el Paso del Nordeste… a los pocos meses, sería el Jeannette el que estaría atrapado en el hielo.
Mientras el noruego disfrutaba de las mieles de la victoria a su regreso, los treinta y tres tripulantes de la misión americana, que habían salido a su rescate, desparecían en la inmensidad blanca de Siberia, dando su última señal de vida a finales de agosto de 1879, tan solo un mes después de partir.
El barco quedó atrapado en la banquisa durante casi dos largos y fríos años, durante los cuales DeLong, con disciplina militar, intentó mantener ocupada a la tripulación realizando exhaustivos registros científicos, montando un pequeño observatorio astronómico o tomando datos meteorológicos y geográficos.
El Jeannette atrapado por los hielos | The Voyage of the Jeannette 1881
La noche del 12 de junio de 1881 los ruidos procedentes del casco se tornaron insoportables. La banquisa de hielo, que les había permitido sobrevivir durante 22 meses refugiados en el Jeannette, terminaba por destrozar el buque y los hombres se apresuraron a descargar todas las provisiones y herramientas que pudieron. Con las primeras luces de la mañana, y ante un silencio generalizado, el hielo terminaba de aplastar el barco ante sus propios ojos.
El hielo aplastó el barco ante sus propios ojos.
En medio de la nada, sobre un mar de hielo y con apenas tres botes y algunas provisiones sabían que nadie vendría por ellos. Su única salvación estaba a cientos de kilómetros en dirección al delta del río Lena donde se encontraban los asentamientos humanos más cercanos.
Desde junio hasta septiembre tan solo hicieron una cosa: arrastrar los botes de día y refugiarse bajo ellos de noche. Tres largos meses de caminata sobre el hielo hasta que finalmente lograron alcanzar mar abierto. El siguiente paso era remar.
Los días se sucedieron a bordo de aquellos botes bogando en dirección al continente cuando, en medio de una gran tormenta, uno de los tres botes se alejó del grupo y terminó naufragando en las gélidas aguas del Lena. Ocho de los tripulantes dejaron su vida en aquel hundimiento.
Aquella tormenta también separó a los dos botes restantes que consiguieron llegar exhaustos a tierra firme, aunque en orillas diferentes del río. A partir de aquí deberían continuar con su particular odisea cada uno por su lado. En un extremo del Delta se encontraba el ingeniero jefe de la expedición, George Melville, con once hombres más. Enfrente, el capitán con el resto de los supervivientes.
DeLong llegando a la orilla del rio Lena 17 septiembre 1881 | In the Lena Delta 1883
Ante todos ellos se extendía un nuevo reto, quizá el más duro: la gran tundra siberiana, impenetrable, inaccesible, inacabable… Andar por aquellos interminables parajes nevados, rodeados de lagos a medio congelar, terminaría por pasar factura a los dos tercios del Jeannette que aún quedaban con vida.
La suerte, como una moneda que se tira al aire, cayó de cara para Melville puesto que, como pudieron descubrir mucho más tarde, fue en su orilla donde hallaron un pequeño poblado donde por fin encontrarse a salvo.
Reconfortado y alimentado de nuevo, el ingeniero no olvidó a sus compañeros que aún vagaban perdidos en Siberia. En septiembre de 1881 volvió a la carga e inició la búsqueda del capitán DeLong y el resto de la expedición. Alcanzó la orilla del Lena donde había desembarcado el otro grupo finales de noviembre y recuperó todo el trabajo científico registrado en el diario de a bordo, pero ni rastro de los aventureros.
Plano del último campamento de DeLong, las cruces representan los lugares donde se encontraron los cuerpos.
Fue en marzo de 1882 cuando Melville se encontró frente a frente con la tragedia. Las últimas notas del capitán, desperdigadas junto a los cadáveres congelados de DeLong y sus acompañantes, daban cuenta de las duras condiciones que habían soportado hasta el final. El frío y el hambre habían mermado sus fuerzas y uno por uno fueron cayendo bajo el manto helado de la tundra. Los últimos que quedaron con vida terminaron sus días intentando alimentarse con algunos musgos y hasta con la suela de sus zapatos.
Las obras que se publicaron en aquella época solían terminar de dos formas muy diferentes: o las publicaba el explorador que había sobrevivido o las publicaba su viuda y herederos. En esta expedición tuvimos las dos opciones. Melville, honrado y aclamado a su vuelta sano y salvo publicó “En el Delta del Lena”.
Por supuesto, el millonario Gordon Bennett también tuvo su libro, “El viaje del Jeannette”, que editó en dos volúmenes en 1883… junto a la viuda de DeLong.
* Esta entrada pertenece a la serie Atrapados en el hielo, escrita por Javier Peláez es divulgador científico y colaborador de Next. Puedes seguir sus trabajos en La Aldea Irreductible.
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