Las noticias y las imágenes que nos acercan a los incendios en Australia son aterradoras. Con los fuegos en su apogeo, todavía es pronto para evaluar sus causas y consecuencias, pero no para hablar del papel del cambio climático en todo ello.
En 2006 un estudio publicado en la revista Science llegó a la conclusión de que, debido al cambio climático, las condiciones secas duran más y, a su vez, causan temporadas de incendios más prolongadas. Los investigadores analizaron 34 años de incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, cuyo clima mediterráneo-templado es muy similar al del suroeste y sureste de Australia, donde los incendios son más intensos.
Los incendios y el cambio climático son inseparables.
El cambio climático inducido por las emisiones de gases de efecto invernadero está aumentando la extensión de la temporada anual de incendios, que era tradicionalmente el verano.
Los incendios forestales en zonas templadas y boreales también arden más rápido y a mayores temperaturas porque hay más combustible para quemar. Esto es debido al derretimiento temprano de la nieve y a la desecación de la madera provocados por el calentamiento global.
El bosque arde en Australia, un país en el que no abundan los bosques y uno de los países más vulnerables a los cambios climáticos. La superficie forestal de esa isla-continente ocupa un 17 % del total, menos de la mitad de la española (36 %).
Las condiciones cálidas y secas que han alimentado los incendios no son nada nuevo en Australia, pero, como puede verse en la gráfica, esta temporada de incendios ha sido con diferencia la más calamitosa. En otro artículo publicado en The Conversation ya se han apuntado algunas de las razones de un desastre que ya predecían los científicos australianos cuando calculaban los efectos de un cambio climático, ya convertido en emergencia.
Los autralianos emiten el triple de CO₂ que los españoles
Aunque reconozcamos esos factores, pretender que no pasa nada porque los fuegos son un fenómeno normal solo prueba que los intereses económicos de los poderosos se imponen a los razonamientos ecológicos. Mientras Australia arde, su actual Gobierno reafirma el compromiso con el carbón y amenaza con convertir en delito los boicots a empresas destructoras del medio ambiente.
Australia tiene una de las emisiones de dióxido de carbono per cápita más altas del mundo. El país fue responsable del 1,1 % de todas las emisiones mundiales de CO₂ entre 1850 y 2002. Hoy, los australianos representan el 0,3 % de la población mundial pero liberan el 1,07 % de los gases de efecto invernadero del mundo.
Las emisiones anuales per cápita de los australianos (16 toneladas) casi triplican a las españolas (6), están muy por encima de la OCDE y de la media de los países desarrollados y continúan aumentando debido a la falta de compromiso gubernamental. Australia utiliza carbón (70 %) para generar electricidad. El resto viene de la quema de otro combustible fósil, el gas natural.
Carece de energía nuclear, emplea muy bajos niveles de energía hidroeléctrica y utiliza muy poca energía solar, eólica y de mareas.
Un suicidio anunciado
Los incendios de Australia son un suicidio anunciado que ocurre cuando un Gobierno negacionista y una política irresponsable se topan con los efectos del cambio climático. Años de gobiernos liberal-conservadores financiados por la industria del carbón y carentes de políticas medioambientales han llevado al país a convertirse en uno de los peor situados en lo que a prevención de la emergencia climática se refiere.
A finales de los 80 y principios de los 90 hubo un claro consenso entre los dos principales partidos políticos australianos sobre la necesidad de actuar contra el cambio climático. Sin embargo, después de la recesión de los 90, los gobiernos conservadores comenzaron a cuestionar esta amenaza. En 1997, Australia y Estados Unidos fueron los únicos países que no ratificaron el Protocolo de Kioto.
Australia asistió a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015 y adoptó el Acuerdo de París. En las elecciones de 2018, la victoria de los conservadores supuso la llegada al Gobierno de un negacionista climático, Scott Morrison. Así, el país oceánico se unió a Rusia, Turquía y Brasil como seguidores de la promesa del presidente Trump de retirarse del Acuerdo de París.
La población australiana está mayoritariamente a favor de las políticas medioambientales, pero la acción del fortísimo lobby minero en el país líder en exportaciones de carbón, unida al poder mediático del negacionista Rupert Murdoch – cuyos medios lideraron la campaña que elevó al liberal Morrison a primer ministro – ha conducido a una falta de prevención cuyas consecuencias vemos ahora.
El presidente Morrison, capaz de seguir de vacaciones en Hawái mientras su país ardía por los cuatro costados, puede pretender que es “lo de siempre”, pero las evidencias lo desmienten y reclaman acciones internacionales decididas. Si Australia sigue así el enorme problema no lo tienen solo nuestros antípodas, sino el mundo entero.
El último ejemplo de una larga lista
El verano de incendios australiano solo es el último en la cadena de sucesos meteorológicos catastróficos ocurridos el año pasado.
Los miles de incendios en Angola, en el Congo y en Brasil, los refugiados climáticos de Luisiana, las inundaciones en Florida y en el Medio Oeste estadounidense. Una ola de calor en India que elevó las temperaturas hasta los 50 ⁰C y otra que provocó temperaturas insólitas en buena parte de Europa, donde hemos disfrutado de una Navidades primaverales que han obligado a poner nieve artificial en las calles de Moscú.
Ante desastres como el de Australia, Donald Trump y quienes lo imitan hacen todo lo que pueden para que se repitan. El apocalipsis se convierte en la nueva normalidad. La desoladora paradoja de lo que está ocurriendo es que el negacionismo climático se vuelve más extremo ahora que las perspectivas de una acción decisiva deberían ser mejores que nunca.
Los peligros del cambio climático no son ya profecías distópicas sobre el futuro. Podemos ver el daño ahora, en tiempo real, aunque no sea más que una pequeña muestra de lo que nos espera. Las reducciones drásticas de las emisiones de gases invernadero parecen ahora extraordinariamente fáciles de lograr, al menos desde el punto de vista económico, porque se han conseguido tantos progresos tecnológicos en renovables que ni Morrison ni Trump lograrán apuntalar la industria del carbón y de los combustibles fósiles frente a la competencia de las energías alternativas.
Si seguimos ignorando la emergencia climática, Australia solo anticipa nuestro futuro. Aunque tengamos delante las imágenes de una catástrofe colosal, muchos pretenderán mirar hacia otro lado y seguir ignorándola. Así de sencillo. Y así de lamentable.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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