Entre 1854 y 1862, el geógrafo y naturalista inglés Alfred Russel Wallace estudió con detalle la flora y fauna del archipiélago malayo y se dio cuenta de que existía una especie de barrera invisible a partir de la cual las especies biológicas eran completamente distintas. Si cruzaba de la isla de Borneo a las Célebes, por ejemplo, se encontraba con que, a pesar de la proximidad geológica y de los climas casi idénticos, los animales y plantas de cada lugar eran muy diferentes.
Con el tiempo, este límite bautizado como la Línea de Wallace se sumó a otros lugares del planeta donde las especies cambiaban radicalmente a partir de determinada latitud o como consecuencia de alguna barrera geológica. Hoy sabemos por ejemplo, que las casi 2.000 especies de cactus que existen en la naturaleza viven en el continente americano, salvo una que colonia África y Sri Lanka, y que los pingüinos solo viven en el hemisferio sur aunque podrían sobrevivir en el Ártico de haber llegado más lejos. Pero, ¿cuál es el motivo de que no haya canguros en Asia, colibríes en África y lémures en Sudamérica?
El equipo de Gentile Francesco Ficetola publica esta semana el estudio más completo realizado hasta ahora sobre los factores que condicionan la existencia de estas “biorregiones” en el planeta y explica cómo la distribución de los seres vivos en diferentes zonas de la Tierra responde a causas climáticas, a la presencia de montañas y al papel determinante que ha jugado el movimiento de las placas tectónicas a lo largo de la evolución. En un trabajo publicado en Nature Ecology & Evolution, Ficetola identifica las fronteras que separan grupos de mamíferos, pájaros y anfibios en diferentes regiones y sitúa las relaciones más distantes entre aquellos grupos que fueron separados por causas geológicas y las más cercanas como aquellas provocadas por cambios climáticos más recientes.
La causa más importante de estas divisiones es la deriva continental causada por el movimiento continuo de las placas tectónicas. Incluso ahora, recuerda Alexandre Antonelli, investigador de la Universidad de Gotemburgo, en un articulo complementario, Sudamérica y África se siguen separando unos centímetros cada año, un ritmo que puede parecer lento pero que en tiempos evolutivos puede generar una distancia como la que ocupa hoy el océano Atlántico y una división como la que ahora hay entre las aves y monos “del Viejo y Nuevo Mundo” respectivamente.
Sudamérica y África se siguen separando unos centímetros cada año, lo que separó sus especies durante millones de años
El segundo factor es el clima, que marca la diferencia entre hábitats tan cercanos como el desierto del Sáhara y la sabana, y el tercero es la barrera física de las montañas, que a menudo impide la comunicación entre dos zonas y provoca la aparición de especies diferentes. Así, por ejemplo, cuando las placas africana, asiática y arábiga comisionaron hace 100 millones de años, se formaron los Himalayas y se produjeron una serie de cambios en el clima regional y una barrera física que diferenció las especies a uno y otro lado. A diferencia de la filogenia, cuyos mecanismos han sido ampliamente estudiados por los biólogos, la evolución de las biorregiones había sido poco analizada y comprendida, sostiene Antonelli. El trabajo de Ficetola y su equipo presenta una prueba explícita de estos factores que causan la existencia de barreras biológicas entre las zonas de nuestro planeta.
Referencia: Global determinants of zoogeographical boundaries (Nature Ecology & Evolution) DOI10.1038/s41559-017-0089
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