A falta de misiones espaciales tripuladas a otros planetas, la mejor manera de prepararse para el futuro es construir “misiones análogas humanas” e incluso "biosferas artificiales" a escala en la Tierra, instalaciones en las que simular las posibles condiciones de uno de estos viajes y poner a prueba nuevas tecnologías. Hoy día existen hasta una docena de complejos de este tipo en diferentes lugares del mundo, desde el desierto de Utah hasta el Ártico, en los que los científicos recrean las condiciones de vida de una futura colonia espacial y experimentan con posibles situaciones.
Pero el más famoso y ambicioso de todos estos proyectos fue el que se llevó a cabo en la década de 1990 en el interior de una gigantesca estructura en Arizona conocida como “Biosfera 2”, en la que ocho personas se encerraron durante dos años para subsistir con los medios que generaban los ecosistemas recreados en la propia estación.
Ahora, cuando se cumplen treinta años de aquel mediático y fracasado experimento, el equipo de Kai Staats trabaja en el reacondicionamiento de una parte de aquellas instalaciones para que formen parte de un programa denominado SAM, por las siglas en inglés de Análogo Espacial para la Luna y Marte (Space Analog for the Moon and Mars). El proyecto, según informa la revista Science, estará operativo a lo largo de 2021 y recuperará el icónico invernadero cubierto por una cúpula geodésica del proyecto original, que este verano fue presurizado de nuevo después de tres décadas de abandono.
La intención de Staats es acoplar tres contenedores externos a la estación, que sirvan como espacio vital y laboratorio, y a largo plazo mantener a sus habitantes aislados del exterior para probar - esta vez poco a poco - la gran cuestión que falló en el anterior intento: la posibilidad de que las plantas generen el oxígeno y el alimento suficiente para sobrevivir sin aportes externos.
El equilibrio de la biosfera
El proyecto SAM, en el que participan algunos de los líderes e ingenieros de “Biosfera 2”, tratará de enmendar los errores que se cometieron entonces y que convirtieron toda la experiencia en un pequeño esperpento, como se refleja en el documental “Spaceship Earth”, estrenado en 2020.
En aquella ocasión, aparte de las disputas entre los inquilinos del módulo de supervivencia, los problemas aparecieron cuando las bacterias que descomponían la materia orgánica empezaron a producir más CO2 del esperado y la proporción de oxígeno comenzó a bajar peligrosamente (lo que obligó a activar sistemas de emergencia). Los habitantes de aquella biosfera artificial también vieron reducida la cantidad de alimentos que producían las plantas y perdieron mucho peso en pocas semanas, hasta alcanzar una situación extrema.
En esta ocasión, Staats y los suyos actuarán de manera mucho más prudente y gradual, estableciendo un periodo de transición para entender bien en qué punto de equilibro las plantas del ecosistema producen la cantidad suficiente de materia y oxígeno para garantizar la supervivencia. “El objetivo es aprender a arrancar los sistemas mecánicos, como sucederá cuando aterricemos por primera vez en la Luna o Marte”, explica el líder del proyecto en Science, “y avanzar con el tiempo hacia los sistemas basados en las plantas”.
Lecciones de “Biosfera 2”
Aunque el proyecto va a echar a andar con los 100000 dólares de financiación de inversores privados que ha recibido hasta ahora, sus creadores advierten de que necesitarán otros 250000 dólares para ponerlo en pleno funcionamiento. Su modelo de negocio es “alquilar” el espacio a empresas y organizaciones para que hagan sus propios experimentos en el complejo para probar sus sistemas y tecnologías diseñadas para la futura colonización del espacio.
“Biosfera 2” fue una cura de humildad respecto a nuestras ambiciones de colonizar e incluso terraformar otros planetas
Una de las lecciones que dejó el proyecto original es que, aunque hemos aprendido mucho sobre cómo funciona el equilibrio entre los seres vivos y la atmósfera, aún estamos lejos de reproducirlo incluso en condiciones controladas en nuestro planeta, una cura de humildad respecto a nuestras ambiciones de colonizar e incluso terraformar otros planetas. La segunda lección es que mezclar el aspecto científico y el mediático puede terminar desequilibrando la balanza y convirtiendo el experimento en un show televisivo o en una simple atracción para turistas.
En este sentido, la intención de Staats de crear un paisaje marciano de 2000 metros cuadrados alrededor del complejo con cráteres y tubos de lava que imiten la superficie del planeta rojo, hace presagiar que, como ocurrió la vez anterior, también acabe convertido en un parque temático.
Ciencia con los pies en el suelo
Para Jesús Martínez Frías, jefe del Grupo de Investigación del CSIC de Meteoritos y Geociencias Planetarias que trabaja habitualmente en análogos marcianos, la mediatización del experimento es uno de los principales riesgos. “Estos temas son muy interesantes para el futuro de la actividad fuera de la Tierra y para la sostenibilidad de nuestro propio planeta”, explica a Vozpópuli, “pero también requieren tener los pies en el suelo, porque aún nos queda mucho por hacer”.
Martínez Frías recuerda que el concepto de "análogo" ha cambiado sustancialmente en los últimos años y actualmente integra una visión mucho más amplia, a diferentes escalas y abordando distintos aspectos y en general considera muy positivo que hayan asumido una visión menos futurista, más ajusta a lo que se pueda realizar a 25 o 30 años vista. "En este sentido, me parece mucho más realista que las anteriores, e incluso que otras iniciativas similares”, asevera. “Aunque tal y como está concebida”, añade, “lo veo más útil como un experimento enfocado desde el punto de vista psicológico y sociológico para estudiar el comportamiento de una futura pequeña tripulación en una base semipermanente”.
“Estos temas son muy interesantes, pero requieren tener los pies en el suelo”
“Creo que este tipo de proyectos están a medio camino entre la ciencia y el espectáculo, y siempre he dudado de que realmente logren simular las condiciones que se darán en Marte cuando lleguen allí las misiones tripuladas”, subraya Carlos Briones, investigador del Centro de Astrobiología del CSIC y experto en la búsqueda de vida en otros planetas. “Evidentemente la gravedad, temperatura, intensidad luminosa o presión atmosférica son muy diferentes en nuestro planeta azul y el rojo, y todo ello influirá en lo que ocurra dentro de esas “biosferas marcianas”.
“Sin embargo”, añade Briones, “no es un mal ejercicio como aproximación a la vida confinada y teóricamente autosuficiente, y también como entrenamiento (fisiológico y psicológico) para los primeros habitantes de Marte. Porque algo es seguro, no falta mucho tiempo para que haya humanos viviendo en el planeta rojo. Ojalá sea para explorarlo científicamente y no para explotarlo incontroladamente en busca de recursos mineros”, concluye.
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