Estamos a 700 metros de profundidad. Una sombra alargada avanza hacia las profundidades emitiendo una serie de chasquidos en intervalos cada vez más cortos. Debajo, un calamar gigante ha detectado el ataque, posiblemente porque la silueta del cachalote ha sido revelada por los microorganismos bioluminiscentes que se encienden a su paso, pero ya es demasiado tarde. Un instante después, el calamar está entre las fauces del leviatán y ya no tiene escapatoria.
Pasan la mitad de su vida a más de 500 m de profundidad capturando hasta 500 presas al día
Una escena como esta se produce cada día decenas de veces en las profundidades marinas y los últimos segundos de ese ataque siguen siendo un misterio para los biólogos. Ya en 1840, el médico ballenero Thomas Beale se preguntaba cómo era posible que el cachalote "consiga suficiente comida para su enorme constitución". Estos animales pasan la mitad de su vida a más de 500 metros de profundidad capturando entre 100 y 500 presas al día, consumiendo unos niveles de biomasa que se han comparado con los que atrapan cada día las pesquerías de todo el mundo. La mayoría de sus capturas son cefalópodos de tamaño medio (entre 1 y 3 kilos) pero también cazan a los misteriosos calamares gigantes y en su estómago se han llegado a encontrar restos de focas.
¿Cuál es el misterio que rodea estas capturas? El primero es que muchas de estas presas, cuando se extraen del estómago del cachalote, apenas tienen marcas de dientes. El segundo es que se han encontrado ejemplares adultos con la mandíbula inferior dañada o inutilizada y se seguían alimentando; y el tercero es que la distancia entre la nariz del cachalote y la boca hace difícil que la víctima esté viva cuando la ingiere. Con todos estos elementos, los biólogos marinos llevan décadas haciéndose la misma pregunta: ¿cómo consigue alimentarse de forma tan efectiva el cachalote con una boca tan pequeña?
Un gigantesco biosónar les permite orientarse en la oscuridad y detectar a sus víctimas
Las primeras respuestas se remontan al siglo XIX, cuando los balleneros especulaban con que los cachalotes usaban la coloración de su boca para atraer a las presas. Durante un tiempo también se pensó que eran criaturas lentas y que controlaban su nivel de flotación para bajar a las profundidades, pero después se comprobó que eran depredadores activos, capaces de acelerar a gran velocidad antes de un ataque. También se pensó que los cachalotes usaban sus ojos para detectar a sus víctimas, e incluso se llegó a especular con que realizaban sus ataques desde abajo, aprovechando la sombra que dejan las presas contra la superficie iluminada del océano. Pero todas estas teorías se fueron descartando a medida que se conocía la anatomía de estos cetáceos. Pronto se descubrió que su impresionante morro, que ocupa hasta un tercio del cuerpo, era un gigantesco biosónar que les permitía orientarse en la oscuridad y detectar a sus víctimas con gran precisión. Y aquí es donde se asentó una nueva hipótesis: ¿y si los cachalotes eran capaces de emitir sonidos suficientemente potentes como para aturdir a sus presas e ingerirlas luego sin problemas una vez inertes?
Profundidad de inmersión del cachalote y momento en que producen las señales (rojo)
Las primeras pruebas demostraron que este sónar natural podía producir sonidos instantáneos a niveles desconocidos en la naturaleza y que las mismas frecuencias producían efectos de aturdimiento en algunos peces. Los investigadores Norris y Møhl introdujeron a partir de estos datos la hipótesis del "big bang biológico", según la cual los sonidos emitidos por el cachalote alcanzan tal potencia que sirven para debilitar a sus presas. Pero algunos datos no cuadraban, de modo que el equipo de Andrea Fais y Natacha Aguilar, de la Universidad de La Laguna, y Peter Madsen, de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, decidieron someter la cuestión del "ataque sónico" a pruebas más exhaustivas.
Los autores han detectado movimientos rápidos de la mandíbula y la lengua en las últimas fases del ataque
El resultado se publica esta semana en Scientific Reports y viene con sorpresa. Los datos acústicos recopilados por las autoras y la información simultánea sobre los movimientos de estos animales indica que los cachalotes no aturden a sus presas con los sonidos del biosónar, sino que aumentan la frecuencia de los clics a medida que se aproximan a ellos, como hacen otros cetáceos y los delfines, y que los sonidos registrados hacen pensar en una serie de movimientos rápidos de la mandíbula y la lengua en las últimas fases del ataque que permiten atrapar y succionar a su presa.
"Hemos puesto a prueba la hipótesis utilizando grabaciones de sonido y movimientos en un estudio a escala muy fina", escriben los autores. Estas grabaciones les han permitido "relacionar el comportamiento acústico de los cachalotes con cambios en aceleración en sus cabezas durante los intentos de capturar presas" y su conclusión es que los cetáceos reducen los niveles de la emisión en uno o dos órdenes de magnitud, de forma que el impacto recibido por sus presas está muy por debajo de los niveles que harían falta para debilitarlas. Aun así, estos registros permiten desvelar parcialmente el secreto de estos depredadores de boca pequeña en la oscuridad: mueven la mandíbula con fuerza y succionan a su víctima hasta que no le queda escapatoria y se la tragan mientras comienzan el retorno a la superficie.
Referencia: Sperm whale predator-prey interactions involve chasing and buzzing, but no acoustic stunning (Scientific Reports)
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