Mide un metro y medio de altura, pesa unos 180 kilos y se desplaza suavemente por el pavimento con un panel frontal de lucecitas que parpadean, como si acabara de descender de una nave espacial. Pero no es un artilugio extraterrestre, sino el robot de vigilancia K5, diseñado por la compañía Knightscope, que patrulla en decenas de aparcamientos y centros comerciales de California. Con más aspecto de Dalek que de Robocob, el K5 está programado para patrullar, detectar intrusos y escanear matrículas, además de grabar todo lo que ve. Pero no puede emplear la fuerza ni detener a delincuentes, ya que se trata solo de un elemento disuasorio. “Es muy sencillo: si yo pongo un vehículo de seguridad bien identificado en frente de tu casa o tu oficina, el comportamiento delictivo cambia”, explica el CEO de la compañía, William Santana Li, en Wired. “Si pones una máquina de un metro y medio y 200 kilos allí, va a disuadir de un montón de actos negativos”.
A pesar de las explicaciones de Knightscope, no a todo el mundo le parecen tan inofensivos estos robots de vigilancia. Numerosas voces se han quejado en medios y redes sociales de la invasión de la privacidad que suponen estos dispositivos que, según sus creadores, puede 90 almacenar hasta terabytes de datos al año. Hace solo unas semanas, por ejemplo, la policía de San Francisco retiró un robot K5 de sus calles que había sido alquilado por la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales (SPCA) para vigilar el exterior de sus oficinas. Vecinos y asociaciones denunciaron que estaban utilizando el robot para mantener a los sintecho alejados de la zona. Los agentes comprobaron que no tenía permiso para circular por el espacio público y amenazaron con sancionar a la empresa con una multa 1.000 dólares al día.
“El robot golpeó la cabeza de mi hijo y se cayó boca abajo al suelo”
En los días anteriores algunas personas intentaron sabotear el robot untando sus antenas con salsa barbacoa, cubriéndolo con una lona e incluso manchándolo con excrementos caninos. Los responsables de la SPCA aseguraron que solo estaban intentando mejorar la seguridad de sus empleados, debido al aumento de los delitos en la zona, y que en ningún momento pretendan espantar a los sintecho, de cuyo problema se declararon “extremadamente sensibilizados”. Hace un año la polémica en la que se vio envuelto uno de estos robots pudo ser aún más grave, pues arrolló a un bebé de 16 meses en un centro comercial de Silicon Valley. “El robot golpeó la cabeza de mi hijo y se cayó boca abajo al suelo”, contó su madre en los medios locales. “Y el robot no se paró, siguió moviéndose hacia adelante”. El chico solo sufrió algunos arañazos y en los días siguientes Knightscope celebró que no hubiera sucedido nada más grave e insistió que el robot se había detenido tras el incidente, según sus registros, y luego fue apartado del servicio.
Debido a la novedad, los robots vigilantes han ocupado los titulares más de una vez, también fuera de San Francisco. En julio de 2017, un robot que patrullaba en una zona de oficinas de Washington tropezó con unas escaleras y acabó sumergido en una fuente. “Nos prometieron coches voladores y en su lugar tenemos robots suicidas”, bromeó el usuario que subió la foto a Twitter. Unos meses antes, en un aparcamiento de Mountain View, un hombre en estado embriaguez se lió a puñetazos con un robot K5 y provocó daños en su carcasa, tras lo cual la policía le detuvo por “merodear y emborracharse en público”. El incidente abre otra interesante cuestiono sobre la actitud de los viandantes hacia este tipo de autómatas y si los dañarán cuando estén desprotegidos. En un experimento realizado en Japón, los investigadores dejaron un robot en un centro comercial y comprobaron que mientras los adultos se apartaron de su camino, los niños se dedicaron a ponerle obstáculos o darle patadas cuando nadie les miraba, uno de los motivos por los que se programa a estos dispositivos para mantener a una distancia prudencial de los humanos cuando se cruzan con ellos.
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Otras de las cuestiones que levantan ampollas de este tipo de vigilantes es la posibilidad de que, una vez que dejen de caerse a las fuentes y tropezar con niños, sustituyan a los empleados humanos. De hecho, la empresa no vende los dispositivos, sino que los alquila a un coste de 6,25 dólares la hora, muy por debajo de lo que cuesta pagar a un guarda de seguridad. Un debate parecido al que se ha abierto con la presencia de los primeros robots repartidores, también en San Francisco, y cuya circulación ha obligado a las autoridades a aprobar una nueva normativa. El ayuntamiento ha restringido su presencia a zonas industriales y de poco tránsito de personas, no podrán moverse a más de 5 km/h y siempre deberán ser acompañadas de un supervisor humano. Desde los sectores más implicados en el desarrollo de estos dispositivos se ha expresado ya el malestar por estas limitaciones. Desde la Asociación para el Avance de la Automatización, su portavoz ya lo ha comparado con los primeros tiempos del automóvil, cuando se obligaba a cada vehículo a ir precedido por un tipo que abría el camino agitando una bandera de aviso. Y es todo el mundo esté reaccionando con más celo del necesario, pero es que aún no estamos acostumbrados a ver a los robots ir y venir por nuestras calles.
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