Cuando Donald Trump, ante una ola de frío polar en enero de 2019, dijo aquello de “¿Dónde demonios está el calentamiento global? Vuelve, por favor, te necesitamos”, estaba afianzando su negacionismo climático. Pero sobre todo, demostraba su ceguera, porque el calentamiento global, el cambio climático, estaba detrás de aquella ola de frío. Como lo está también en esta –o estas– olas de calor del verano de 2022.
Las olas de calor no solo traen muchos inconvenientes para la vida cotidiana. Además, tienen consecuencias fatales para algunas personas. Debido a las elevadas temperaturas, hay quienes empeoran su estado de salud y, por desgracia, algunos incluso acaban falleciendo.
En España han sido noticia en los últimos días las muertes de personas afectadas por un golpe de calor cuando trabajaban en condiciones extremas. Pero estos casos representan tan solo un pequeño porcentaje de las defunciones que pueden atribuirse al calor.
Si nos remontamos al verano de 2003, período en el que se vivió una intensa ola de calor en España y en otros países, fallecieron unas 140 personas por golpe de calor. Pero en los meses de julio y agosto de ese mismo año se atribuyó al calor un exceso de más de 6.600 defunciones.
Para que una defunción pueda ser contabilizada oficialmente como “golpe de calor” tiene que constar en el certificado médico de defunción y en el boletín estadístico de defunción una causa de muerte que, posteriormente, pueda ser asignada al código T67.0 de la Clasificación Internacional de Enfermedades 10ª revisión. La descripción de este código es “golpe de calor e insolación”.
El dato no se conoce inmediatamente. Desde que se produce una defunción hasta que se codifica la causa transcurren aproximadamente unos tres meses. Y el Instituto Nacional de Estadística sólo publica una vez al año las defunciones según causa de muerte. Lo hace una vez que se han codificado todas las defunciones producidas en España y se han validado. Eso implica que, en plena ola de calor, no podemos saber cuántas vidas se ha llevado por delante. Y unas semanas después, tampoco. Es más, a estas alturas (julio) ni siquiera se conocen las del año anterior.
Solo si se implantara el certificado digital o electrónico de defunción podríamos disponer antes de las cifras.
Muertes atribuibles al calor
Entonces, si esos son los números de fallecidos por golpe de calor y, además, no conoceremos los datos definitivos hasta finales del año que viene ¿de dónde salen esas cifras que se han ido difundiendo en medios del número de fallecidos por calor de este mismo mes?
Para entenderlo hay que introducir el concepto de mortalidad atribuible. Se trata de estimar el impacto que un factor de riesgo, en este caso la temperatura, tiene en la mortalidad de una población, utilizando para ello medidas y análisis epidemiológicos. No proporciona un valor real, sino una estimación hecha a partir de datos, estos sí, reales sobre los que se aplicarán modelos.
Los modelos pueden acertar más o menos en función de cómo estén construidos y en qué parámetros estén basados. Lo mismo que sucede en la predicción meteorológica, y que ya no asombra a nadie.
Esto es lo que aplica el sistema MoMo (Monitorización de la mortalidad diaria por todas las causas) que existe en España desde 2004. Fue desarrollado, precisamente, para disponer de información para prevenir el impacto en la salud de la población de los excesos de temperatura. Pero también permite estimar de forma indirecta el impacto sobre la mortalidad de otros eventos de importancia. Por eso se ha conocido más a raíz de la pandemia de covid-19.
El sistema MoMo parte de:
El número de fallecimientos reales, un dato que sí se conoce. Se sabe con certeza y prontitud cuántas personas han sido inscritas diariamente como fallecidos en cada uno de los registros civiles informatizados que existen en España (que cubren al 93% de la población), aunque no se dispone de la causa codificada de la defunción.
Las temperaturas diarias registradas por la Agencia Estatal de Meteorología a nivel provincial. Otro dato real.
El número de habitantes por edad, sexo y provincia, tomado del Instituto Nacional de Estadística. Un dato “casi” real, porque este no se actualiza diariamente.
Sobre estos datos reales se aplica un modelo para tratar de predecir los excesos de mortalidad por todas las causas y los atribuibles a la temperatura.
Y con todo ello, y en base a los datos de años previos, se calculan los resultados para cada Comunidad Autónoma y para el total estatal. Y se publican en acceso abierto, algo que no se ha puesto suficientemente en valor.
Las cifras que proporciona MoMo son estimaciones de dos aspectos:
- Los excesos de mortalidad que se calcula que se han producido en un momento concreto del tiempo, basado en el comportamiento de la mortalidad en periodos de tiempo anteriores.
- La atribución a la temperatura de un número de defunciones, basado en lo publicado en diferentes estudios.
No son, por tanto, fallecimientos en los que un profesional de la medicina ha certificado la intervención del calor en la defunción. No hay que confundirlo.
¿Cuál es el impacto del calor en la mortalidad?
A través de sistemas como MoMo podemos hacernos una idea de ese impacto en un tiempo oportuno para actuar. Con ello se cumple la definición práctica de vigilancia en salud pública: información para la acción.
No tendría sentido esperar al año que viene para hacer la estimación: entonces ya no tendrá más que un interés académico, no práctico.
Si quiere saberse en esta fecha cuántos fallecimientos se atribuyen a la temperatura, puede consultarse en este mismo momento. El sistema podría perfeccionarse, claro, pero de momento funciona y lo hace razonablemente bien.
Óscar Zurriaga, Profesor Titular. Dpto. de Medicina Preventiva y Salud Pública (UV). Serv. Estudios Epidemiológicos y Estadist. Sanit. (Generalitat Valenciana). Unid. Mixta Investigación Enfermedades Raras FISABIO-UVEG. CIBER Epidemiología y Salud Pública, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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