El último tilacino murió en 1936 en el zoo de Hobart, en Tasmania, por un despiste de sus cuidadores: olvidaron cerrar la jaula en que dormía y el animal murió de frío. Se terminaba así una historia de persecuciones a una criatura única por sus características y que hoy se ha convertido en una especie de leyenda. Conocido también como lobo marsupial o tigre de Tasmania, el tilacino era una marsupial carnívoro parecido a los cánidos cuya capacidad más llamativa era la de abrir la boca en un ángulo de 120 grados. Pero a pesar de haber habitado tierras australianas durante millones de años, la persecución de los humanos terminó con ellos en apenas unas décadas.
Hoy nos quedan de ellos algunas grabaciones y fotografías tomadas a principios del siglo XX, y varios ejemplares disecados, uno de ellos en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN-CSIC). También se conservan los cerebros de cuatro especímenes, dos de los cuales - el de la Smithsonian Institution y el del Museo Australiano de Sídney - acaban de ser escaneados y analizados por los investigadores australianos Gregory Berns y Ken Ashwell en busca de respuestas sobre su configuración neuronal y las capacidades que hacían de ellos una especie única.
En un trabajo publicado este miércoles en la revista PLoS ONE, Berns y Ashwell detallan los resultados del análisis de ambos cerebros realizado con resonancia magnética, que permite explorar la arquitectura anatómica, y una técnica llamada DTI (Diffusion Tensor Imaging) que aporta información sobre la forma en que las moléculas se mueven por los tejidos, de forma que se conocen mejor las conexiones neuronales en la corteza cerebral. Una vez realizados estos análisis, los científicos compararon estas estructuras con las del pariente vivo más cercano de los tilacinos, que son los demonios de Tasmania, otro animal icónico de la isla cuya supervivencia está amenazada por la presión humana y por un extraño tumor que se transmite entre ellos.
Lo que sugieren los escáneres cerebrales del tilacino es que estos animales tenían una corteza cerebral propia de un depredador, con las áreas dedicadas a la planificación más desarrolladas que sus parientes. Esto, aseguran los autores encaja con el nicho ecológico de ambos animales: mientras los demonios de Tasmania son carroñeros, los tilacinos eran cazadores natos y por eso se dedicaban a atacar al ganado de los isleños, lo que finalmente les costó la extinción.
"El comportamiento natural del tilacino no fue nunca documentado científicamente", explica Berns. "Nuestra reconstrucción de los tractos de materia blanca, o cableado neuronal, entre diferentes regiones de su cerebro es coherente con las pruebas testimoniales de que el tilacino ocupaba un nicho predatorio más complejo que el nicho carroñero de los demonios de Tasmania". Otro aspecto interesante era comprobar las semejanzas con los perros y lobos, con quienes el tilacino guarda un gran parecido físico. "El tilacino parece ser un ejemplo de convergencia evolutiva, ocupando un nicho similar al que ocuparon los cánidos en todos los demás sitios", explica Berns. "Es interesante, sin embargo, que el cerebro del tilacino sea tan diferente del de los cánidos, a pesar de la semejanza física de sus cuerpos". Por último, la comparación entre ambos animales, aseguran sus autores, también confirma las teorías sobre la evolución del cerebro que sugieren a que a medida que éste crece se vuelve más modular y se divide en más secciones con funciones concretas.
Referencia: Reconstruction of the Cortical Maps of the Tasmanian Tiger and Comparison to the Tasmanian Devil (PLoS ONE) DOI: e0168993. doi:10.1371/journal.pone.0168993
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