En la zona de acceso restringido hay un tipo con traje protector, guantes y mascarilla. Su figura se mueve alrededor del paciente, parece estar realizando alguna clase de tratamiento, pero no es un médico. Los habitantes de la zona le conocen como el "doctor Hoja" y es algo parecido a un chamán o un curandero local. Los voluntarios de Médicos sin Fronteras (MSF) le han dejado acceder con la condición de que mantenga todas las precauciones y evite el contacto con el enfermo. "En todas estas crisis", explica Luis Encinas, "hay una parte muy grande de negociación. El enfermo nos pidió que, ya que no podíamos curarle, le dejáramos probar con su medicina tradicional. Y como para él era importante, accedimos con todas las precauciones".
La escena tuvo lugar hace unos días en Macenta, en el interior de Guinea, uno de los principales focos del nuevo brote del virus del Ébola que ha acabado con la vida de un centenar de personas y se ha extendido por algunos países vecinos. Se trata de la sexta intervención de Luis Encinas como enfermero de MSF en un caso de fiebres hemorrágicas. Antes estuvo en los brotes de Congo, Uganda, Angola y Kenia, y sabe muy bien que en ocasiones es tan importante conocer la cultura local como el dispositivo médico. Hace unos días, por ejemplo, los voluntarios tuvieron que interrumpir temporalmente su actividad en Macenta porque apedrearon sus vehículos y equipos. Algunos les culpan de haber llevado la enfermedad, y hay quienes creen que aíslan a sus familiares para hacer experimentos con ellos.
En Macenta los habitantes locales apedrearon los coches y equipos de MSF
"Estas reacciones son completamente humanas", explica Encinas a Next, "están bajo el shock de un brote mortífero del virus y después vienen los blancos, que además llegan sin tratamiento y sin capacidad de curar a mi hermano, a mi mujer o a mi padre. Y me roban el cuerpo y me dicen que mañana se va a morir y que nadie lo va a ver... Es normal que reaccionen". En el caso de Guinea, los focos de ébola se distribuyen en zonas semiurbanas pero bastante remotas, a dos o tres días de la capital en coche. Los habitantes de Macenta pertenecen a la etnia de los Toma, una sociedad muy patriarcal y en la que un 75% de la población practica el Islam y creencias tribales mucho más antiguas.
Una vez que ha sido descontaminado e introducido con una solución de cloro en una bolsa hermética, los trabajadores de MSF transportan el cuerpo del paciente fallecido y se lo entregan a sus familiares. Imagen: Amandine Colin/MSF
"Debemos convencerles para que no abracen ni besen a sus muertos"
"Cuando una persona muere", relata Encinas, "estas familias acompañan a sus muertos a través del río para facilitar el acceso al paraíso. Para ellos el rito funerario es un paso muy importante, en el que influye el estatus social y participa la comunidad. Una de los ritos incluye abrazar el cuerpo, una tradición que lleva siglos, y nosotros debemos convencerlos para que no lo hagan, o lo hagan en las condiciones menos peligrosas". El voluntario de MSF recuerda un caso reciente en el que el fallecido era un niño y tuvieron que explicar durante una hora y media a sus familiares la importancia de no tocarlo. "Hablas con la gente y le explicas: si vosotros cogéis el cuerpo y nos echáis fuera, os vais a contagiar y tendréis otro entierro y otro y otro. Tienes que sensibilizar pero no provocar el pánico. Y llegar a un término medio". En el caso del niño, la solución fue cerrarlo en una bolsa y dejar la cabeza visible para que los familiares comprobaran, de lejos, que no le habían hecho nada. "Después cerramos la bolsa herméticamente y una marca con el lugar donde está la cabeza", explica Encinas, "porque la primera oración se hace delante de casa con la cabeza mirando hacia La Meca, y si no lo hacen así, no pueden ir al paso número dos".
- En Next: La pesadilla de sobrevivir al ébola
"Estamos haciendo muchos esfuerzos para sensibilizar a la población", nos dice Gemma Domínguez, coordinadora general de MSF en Guinea, "pero estos últimos días nos estamos encontrando con que hay mucha gente que tiene miedo a venir al centro de tratamiento. Algunos de los que han desarrollado los síntomas se esconden, lo cual es una reacción normal, pues saben de la letalidad del virus y obviamente no quieren morir. Uno de los puntos más importantes es hacerles comprender que cuanto antes lleguen hasta nuestras instalaciones, más posibilidades tienen de sobrevivir". A veces es determinante el uso de las palabras, recuerda Encinas, "el término “aislamiento” tiene una connotación negativa, así que hemos optado por 'Centro de atención médica especializada', porque tampoco se puede decir centro de 'tratamiento' porque no lo hay".
Llamen a un antropólogo
En una crisis humanitaria, amortiguar el choque cultural puede evitar malentendidos que tengan graves consecuencias. Segimón García es uno de los muchos antropólogos que trabajan para Médicos sin Fronteras y tiene claro que la tarea de educación y comunicación previa es fundamental. "África es enorme", explica a Next, "y hay ambientes rurales, urbanos y de todo, pero en muchos lugares la concepción de microbio o bacteria es aún menos comprensible que en occidente". Los médicos que acuden a la zona se encuentran con problemas de entendimiento por la lengua y con rumores como los que atribuyen a los occidentales la introducción de las propias enfermedades que acuden a tratar, como el sida o la gripe A. "Aún así", insiste, "gracias a la telefonía móvil, África ha cambiado de forma impresionante. Las noticias se mueven mucho más rápido que hace diez años. Este cambio he podido verlo yo en persona".
En muchos lugares concepción de microbio o bacteria es aún menos comprensible que en occidente
Entre los malentendidos culturales, el antropólogo recuerda el caso de la comida que se distribuía a los malnutridos en La India y que era sistemática rechazada por un problema del color del envase. "Hubo que cambiar el color", explica García, "porque era naranja y allí no se asociaba con nada bueno. Se tuvo que distribuir en color verde porque si no había un gran rechazo". "Esto lo hace un antropólogo, es el que se mete con la población, el que hace el trabajo in situ y puede hacer emerger estas creencias", asegura Oriol Romaní, profesor de antropología médica de la Universidad Rovira i Virgili. Entre los malentendidos más sonados, el catedrático recuerda las campañas para la prevención del sida en Brasil en las que la población entendía que los homosexuales que se contagiaban eran los pasivos y hubo que cambiar el concepto. "Otro ejemplo es el de las campañas de rehidratación oral en Bolivia", indica. "La gente se moría por las diarreas y resulta que se mandó una medicación masiva a las poblaciones donde había este problema, pero los habitantes las rechazaban. Indagaron, mandaron al antropólogo y descubrió que las pastillas que mandaron eran del color que según las creencias de aquella comunidad correspondían con el concepto de frío y enfermedad. Y hubo que cambiarlas".
Una operación humanitaria puede irse al garete por no saber quién tiene el poder en ese lugar
Berta Mendiguren es antropóloga y lleva más de una década trabajando en países como Mali y República Centroafricana. En sus años de experiencia, tras asistir a varios brotes de cólera, se ha encontrado con reticencias típicas como el miedo de algunas personas a que les saquen sangre por evitar que les “roben” el alma, pero casi nadie rechaza la asistencia médica. "En general, no es que la gente sea tonta o no se entere de qué hacer contra la enfermedad”, nos cuenta. “Muchas veces es simplemente que no tienen recursos para acceder a las medicinas". Por otro lado, hay un factor muy importante en África es reconocer el poder local. "Una operación humanitaria puede irse al garete por no saber quién tiene el poder en ese lugar", asegura.
Pósters para explicar qué son las bacterias a una tribu del Amazonas
Un ejemplo más pintoresco de la importancia de la antropología es el vivido por María Domínguez-Bello, investigadora de la Universidad de Nueva York, quien viaja de vez en cuando a la profundidad de la selva amazónica para analizar la diversidad bacteriana de los intestinos de algunas poblaciones, lo que se conoce como microbioma. En una de sus expediciones, Domínguez-Bello y su equipo visitaron a una tribu no contactada de yanomamis, a los que intentaron explicar con pósters qué es una bacteria y por qué querían analizar sus deposiciones. "Casi cualquier grupo de amerindios se parte de la risa cuando les decimos que queremos analizar su pu-pu", explica. "Con los yanomamis intentamos también obtener muestras vaginales de mujeres adultas", recuerda, "pero no pudimos porque el nombre de vagina es un nombre que no puede oír ningún hombre que no sea su marido, y todos sus traductores eran varones. Y aquel problema imprevisto nos impidió tomar muestras".
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