Ciencia

Resuelven el misterio de la calabaza viajera

El mate o calabaza del peregrino es una planta universal. Diferentes culturas a lo largo y ancho de la Tierra han vaciado su fruto para usarlo como recipiente o instrumento musical, pero ¿cómo llegó esta pequeña calabaza desde su África hasta América? ¿La llevaron los primeros habitantes del continente a través de Asia o cruzó el océano por sus propios medios? Un nuevo análisis genético ofrece la respuesta.

Mate, calabaza del peregrino, guaje, bule, jícaro. El fruto de esta planta familia de las calabazas (Lagenaria siceraria) tiene un nombre por cada cultura que la utiliza, y todas tienen en común los mismos usos: dejan secar su interior, que rara vez se come, y la convierten en un recipiente natural y cómodo para transportar agua o alimentos, o en instrumento de viento o percusión.

Desde hace unos años los científicos le tienen echado el ojo a esta planta. Su presencia en yacimientos arqueológicos en el continente americano hace al menos 10.000 años suponía un pequeño desafío. La planta tiene dos subespecies, una en África (de donde se cree que es originaria) y otra en Asia. Reconstruyendo el árbol genealógico de la planta y analizando su ADN, pensaron los biólogos, sería fácil de determinar su viaje hasta América: o bien pasó por el estrecho de Bering con los primeros habitantes del continente, o bien el fruto cruzó flotando el Atlántico hasta conquistar las costas del 'Nuevo Mundo'.

Un equipo analizó el ADN en 2005 y determinó que la calabaza entró en América con los humanos

Como bien recuerda Lizzye Wide en la revista Science, en el año 2005, un equipo comandado por el biólogo británico Andrew Clarke realizó el primer análisis genético de los ejemplares precolombinos de la planta y lo publicó en PNAS. Las conclusiones apuntaban en una dirección muy clara: estas primeras calabazas de América se parecían más a la variedad asiática que a la africana, de modo que la balanza se inclinó hacia la hipótesis de que los primeros ejemplares hubieran llegado junto a los primeros humanos desde la remota Siberia a través del paso, entonces accesible, que conectaba con Alaska, y de ahí hasta el sur del continente.

Pero la teoría dejaba algunos cabos sueltos. Si los humanos la portaron con ellos en su viaje hacia América, ¿por qué no hay restos arqueológicos de ella en Siberia, Alaska y todo el Pacífico noroccidental? Logan Kistler, antropólogo de la Universidad de Pensilvania, retomó la cuestión unos años más tarde y repitió el análisis genético con técnicas más sofisticadas que las de 2005. Para su estudio, analizó 86.000 pares de bases de los cloroplastos de la planta de la calabaza 'viajera', el equivalente a analizar el ADN mitocondrial en los restos humanos. El resultado, que acaba de publicar también la revista PNAS, viene a dar la vuelta a la tortilla: pese a lo que se pensaba, la calabaza americana está mucho más relacionada con la variedad africana que con la asiática, lo que apunta a que pudo cruzar el océano por sus propios medios.

Tiempos estimados en los que un objeto cruzaría el Atlántico (PNAS)

Las semillas tardaron unos 9 meses en alcanzar las costas de América

Para saber si su hipótesis  es posible, Kistler y su equipo han utilizado varios modelos sobre las corrientes oceánicas en el Atlántico y estiman que lo más probable es que las primeras calabazas 'viajeras' partieran de la costa occidental africana, donde llegarían procedentes de algún río, y de ahí partieron en un viaje de unos 9 meses hasta el otro extremo del Atlántico. Los primeros humanos que llegaron a América, por tanto, habrían encontrado un buen surtido de calabazas esperando para su nueva aventura.

Referencia: Transoceanic drift and the domestication of African bottle gourds in the Americas  (PNAS) Fuente: Science

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