Si tuviéramos que resumir el año 2019 en imágenes, la primera y más importante sería sin duda la que presentaron al mundo el pasado 10 de abril los miembros del equipo del Telescopio de Horizonte de Sucesos (EHT), una colaboración internacional que permitió obtener la primera evidencia visual directa de un agujero negro supermasivo y su sombra. Por primera vez, la humanidad pudo “asomarse a un agujero negro”, una afirmación que funciona como metáfora para el resto de desafíos sobre el futuro que el año científico dejó encima de la mesa.
Con el fracaso de la Cumbre del Clima de Madrid (COP25) aún fresco, la segunda imagen icónica que acude a nuestra memoria es la que tomó el científico Steffen Olsen el pasado mes de junio en Groenlandia y en la que se ve a los perros de su trineo avanzar sobre una capa de agua procedente del deshielo de los glaciares. La escena, provocada por los récords de temperatura en el Ártico, se entiende mejor con el estudio publicado en Nature este mes de diciembre que muestra que Groenlandia pierde hielo siete veces más rápido que en la década de 1990.
En 2019 el servicio meteorológico de Fairbanks, en Alaska, detectó también por primera vez rayos de tormenta a apenas 300 millas del Polo Norte, algo inédito hasta ahora, ya que estos rayos son producidos por grandes nubes que se forman muy raramente en estas latitudes por el ambiente frío y seco. El fenómeno tiene relación con los grandes incendios en Siberia y el Amazonas que los medios siguieron con preocupación durante el verano y cuyas gigantescas columnas de humo están alcanzando la estratosfera con consecuencias imprevisibles para el planeta.
Gestión privada del futuro
Con estas perspectivas, no es de extrañar que algunos científicos del clima se planteen cómo afrontar emocionalmente sus investigaciones sin derrumbarse, ante la inacción o incluso la abierta hostilidad de algunas autoridades políticas. Un escenario en el que los gobiernos parecen haber cedido a empresas privadas la gestión de algunos asuntos que nos atañen a todos. Así, por ejemplo, 2019 fue el primer año en que la empresa Space X, del multimillonario Elon Musk, envió a la órbita los primeros satélites de su proyecto Starlink, que prevé cubrir el planeta con más de 12.000 de estos dispositivos orbitales a mediados de 2020 y que ha levantado en armas a la comunidad astronómica internacional ya que cambiará los cielos nocturnos para siempre.
En 2019 también conocimos que la sonda israelí Beresheet que se estrelló contra la Luna portaba en su interior miles de tardígrados que una empresa privada decidió incluir sin dar cuenta a las autoridades y saltándose a la torera los estrictos protocolos contra la contaminación planetaria. Y el reloj de reloj del fin del mundo se mantuvo a apenas dos minutos del Apocalipsis, ante la posibilidad de una guerra nuclear y el carácter imprevisible del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Una guerra que, según el análisis y la simulación publicados en septiembre por la Universidad de Princeton, estima que provocaría unos 34 millones de muertos en las primeras horas.
Experimentación genética en humanos
Después de que el genetista chino Jiankui He anunciara a finales de 2018 que había creado dos bebés modificados mediante la técnica CRISPR, la edición genética en humanos se convirtió en 2019 en otro de los grandes asuntos de preocupación ética. Hace apenas unas semanas hemos conocido, por los manuscritos que el científico envió a las revistas, que el asunto fue aún más grave de lo que se había pensado al principio, ya que generó en las niñas una serie de nuevas mutaciones cuyas consecuencias clínicas son totalmente desconocidas. El asunto ha hecho saltar todas las alarmas en la comunidad científica, que denuncian la posibilidad de abrir una peligrosa puerta para la experimentación en humanos. Como explica el investigador Lluis Montoliu en su blog GenÉtica, “la falta de regulación sobre estos temas en muchos países y la falta de un consenso internacional al respecto no augura un futuro demasiado prometedor”.
De momento ya se han anunciado avances para implantar células humanas en animales e investigar nuevas vías para trasplantes de órganos. En Japón, por ejemplo, se aprobó este año un experimento para crear embriones híbridos humano-animal y en Estados Unidos el equipo del español Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk , avanzó en la creación de embriones artificiales podrían ser utilizados en el futuro para probar medicamentos. En este territorio tan polémico conocimos este año también los experimentos para mantener vivo el tejido neuronal del cerebro de varios cerdos horas después de su muerte, y supimos de varios experimentos para controlar poblaciones de ratas y mosquitos mediante técnicas de “genética dirigida” que pueden cambiar el ADN de una especie y alterarla para siempre.
En la parte positiva, en 2019 conocimos la nueva técnica que está llamada a sustituir a CRISPR en los laboratorios y conocida como Prime editing. De prosperar, según los autores, podría corregir del 89% de las variantes genéticas humanas conocidas asociadas a enfermedades y sin los efectos secundarios de técnicas actuales. También gracias a las modernas técnicas de análisis de ADN antiguo, conocimos este año un poco mejor los últimos 14.000 años de historia genética de la península ibérica y supimos de un método para intentar frenar el tráfico de chimpancés mediante el análisis de su ADN.
Mejorando la vida de las personas
Además de las noticias más inquietantes, entre el reguero de noticias esperanzadoras que nos dejó el año está la aplicación de una técnica de plasticidad inducida para tratar a pacientes que hasta ahora resultaban inoperables. En Vozpópuli contamos en exclusiva el caso de José, en Málaga, un joven a quien se pudo retirar un foco epiléptico mediante esta nueva técnica para cambiar las funciones de sitio. También contamos el experimento pionero de un grupo científicos españoles para intentar frenar los efectos de la migraña y el párkinson mediante un casco provisto con potentes imanes, y cómo la tecnología está permitiendo a algunos pacientes de ELA recuperar la voz que perdieron por la enfermedad. También conocimos en 2019 los prometedores resultados de un ensayo para restaurar las células dañadas por el párkinson mediante inyecciones de una proteína reparadora y de una nueva técnica de análisis de sangre para detectar tumores cerebrales.
La tecnología también nos ofreció algunos desarrollos increíbles, como el exoesqueleto que permitió caminar a un tetrapléjico de 30 años y mover brazos y piernas gracias a un implante cerebral, el desarrollo de la primera neurona artificial o el nuevo dispositivo para traducir la actividad cerebral en lenguaje hablado que podría servir para comunicarse de manera más eficiente a personas que han perdido la capacidad de moverse. Y en cuanto a la salud del planeta, aunque el horizonte pinta bastante oscuro, aún tuvimos algunos momentos luminosos como el desarrollo de una nueva batería de litio permite cargar un coche eléctrico en 10 minutos, o la creación, por parte del ingeniero español Tomás Palacios, de la primera antena que convierte el wifi en electricidad. En cualquier caso, si al final de todo este proceso logramos esquivar el agujero negro por momentos parece que tenemos por delante como especie, será sin duda gracias a la ciencia. Pero eso lo veremos en 2020.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación